Entre 1934 y 1961, Arnold J. Toynbee, un erudito británico investigador de la London School of Economics, publicó su famosa obra de 12 volúmenes: Estudio de la historia. En ella Toynbee se opone a la teoría de Spengler de el colapso inminente de las civilizaciones pero junto con él, analiza las cuestiones meta relacionales como la religión, la cultura, los procesos históricos, raciales, las interacciones económicas y hasta los mitos fundacionales,  como elementos integrados e inseparables de núcleos poblacionales de marcos comunes donde predominan estos elementos, concluyendo así, que la historia de la humanidad ha sido conducida hasta esta etapa a través de impulsos civilizatorios que hoy se reflejan en nueve grandes grupos que aglutinan a las mismas.

Cuando esta teoría estaba en su apogeo, la guerra fría y la ideologización comunista, así como su opositora, la visión occidental del libre mercado, aglutinaban en su entorno países que podían responder a distintas civilizaciones presentando a las ideologías y a las visiones economicistas como los actores determinantes del proceso mundial, dejando de lado (la academia principal) la visión de Toynbee sobre la confrontación entre civilizaciones pues, la aparente división entre comunistas y aliados vs potencias occidentales, era mucho más perceptible y definible a los estudiosos de la época. Por ello no es de extrañar que Francis Fukuyama, primero en un artículo de 1989, y luego en un libro de 1992, expusiera la tesis de el fin de la historia pues, leal a la interpretación que se daba a las ideologías durante la Guerra Fría, Fukuyama consideró que al colapsar el comunismo soviético, lo que tendría que prevalecer era la democracia de libre mercado, suponiendo muy equivocadamente que la humanidad respondía a cartabones ideológicos, y no como Spengler y Toynbee habían sostenido, a complejos entramados civilizatorios que prevalecían por sobre espacios históricos, respondiendo a una lógica de eras, y no de presiones económicas.

Armado con este andamiaje, Samuel P. Huntington, politólogo estadounidense y director del instituto John M. Olin de estudios estratégicos de la Universidad de Harvard, esbozó en 1993, una teoría denominada ¿El choque de las civilizaciones?, publicando en 1996 su obra definitiva sobre el tema: El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. En su obra, Huntington claramente expresa que las divisiones profundas de la humanidad, y por tanto las conflagraciones pasadas, presentes y por venir, tienen sus raíces más profundas en visiones históricas, religiosas y axiológicas incompatibles. Esta visión es desde luego vigente en el escenario que hoy empieza a traducirse de la siguiente manera: de tensiones políticas, a conflagraciones civilizatorias.

Las civilizaciones ortodoxa (entiéndase Rusia), islámica (léase Irán), sínica (China y Taiwán), están protagonizando la lucha que tiende a militarizarse; en tanto, la africana y la latinoamericana, protagonizan la de la presión migratoria sobre la occidental, es claro que estos grupos no responden a modelos ideológicos, sino a las descripciones spenglerianas, y que no pueden ser resueltas con la receta de la democracia liberal que ya demostró su total ineficacia fuera de la civilización occidental.

Francisco Fukuyama, como Kamala Harris, se equivocan al creer que, a mayor liberalismo como modelo de exportación mundial, mayor democracia y desarrollo económico; las inercias civilizatorias impiden que en muchas regiones del mundo y sus poblaciones, aunque se hayan convertido en migrantes, no pueden aceptar valores tan distantes de su origen civilizatorio. Esta visión del mundo que impulsó ridículos intentos como implantar la democracia en Afganistán, que retornó al radicalismo islámico antes de la partida del ejército de ocupación americano, no puede seguir rigiendo las decisiones geopolíticas.

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Los liberales de la época de Clinton se niegan a aceptar que su buenismo y supuesta tolerancia, están sólo provocando una gran conflagración mundial. Por ello, Kamala Harris, representante de esta visión, es casi una garantía para el estallido de la Tercera Guerra Mundial pues, la única medicina que sabe aplicar ante la evidencia de la oposición de valores entre civilizaciones, es querer exportar más liberalismo, lo que además trae por consecuencia que la propia civilización occidental entre en una etapa de profunda debilidad pues la han desvinculado de su vertiente auténtica de valores y la han comprometido con toda clase de ideas externas que preconizan paz y desarrollo (que no funcionan), contra radicalismo y terror.

Trump, apegado a la versión huntingtoniana, entiende que no es posible modificar profundas creencias y valores que derivan en actitudes decididamente opuestas a la visión democrática y de libre mercado; que es preciso preservar el núcleo de la civilización occidental para que éste pueda hacer prevalecer una visión menos explosiva que la que la debilidad de la era Obama y Biden han implicado. Lamentablemente, a mayor tolerancia y comprensión, mayor estímulo para eliminar la influencia occidental en donde estos valores y herramientas no se han desarrollado y quizás, no puedan desarrollarse.