La primera Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos se creó el 31 de enero de 1824 y se ratificó el 4 de octubre siguiente. Es decir, hace 199 años.
El 1º. de mayo de 1823 se estrena El barbero de Sevilla, de Gioachino Rossini, en la Ciudad de México.
[Sin más, tengamos un inicio musical; la obertura de la primera ópera de Rossini en México en versión de Claudio Abbado:
El 1º. de mayo de 1711, en el Teatro del Palacio Virreinal de la Ciudad de México, se había estrenado la primera ópera compuesta por un autor nacido en estas tierras, La parténope, de Manuel de Sumaya (1679-1755; se trata de una rivalidad de amores entre el príncipe Arsace y el príncipe Armindo que buscan el favor amoroso de la reina Parténope, fundadora del reino de Nápoles; este mismo argumento lo usará Händel en 1730 para su Parténope, estrenada en Londres); aunque en 1708 había compuesto el drama lírico El Rodrigo. Sumaya es el más célebre entre los maestros del virreinato, compositor, organista, maestro de capilla de la Catedral Metropolitana y sacerdote bastante prolífico durante el período del barroco musical americano. Esta primera ópera para la Nueva España fue en realidad la segunda del continente, pues el 23 de abril de 1701 se había estrenado en Lima, Perú, La púrpura de la rosa, del compositor y organista español, Tomás Torrejón de Velasco (1644-1728); ópera que por cierto se representó en México en el Teatro Jiménez Rueda en 1991; ahí vi en escena a mi amigo Héctor Sosa, como parte del elenco.
Fue entonces en el siglo XVIII cuando el género operístico cruza el Atlántico y empieza a universalizarse; llega a América y a México. Las dos óperas referidas son el inicio de la creación de este género artístico en el continente americano aunque se producen en un estilo influenciado por la adaptación del mismo en España.
La verdadera ópera italiana, en su vertiente de representación no de creación aún, llega al México recién independizado. El barbero de Sevilla, de Gioachino Rossini, quien en poco tiempo se había convertido en una celebridad en Italia y Europa. Se estrena el 10 de septiembre de 1823, casi dos años después del Plan de Iguala y un año antes de la promulgación de la Constitución de 1824, cuando regía en el país, luego de la abdicación de Agustín de Iturbide al Imperio Mexicano, un gobierno provisional bajo el mando del Supremo Poder Ejecutivo de la Nación Mexicana.
[Momento de un segundo fragmento de la ópera de Rossini; aquí va el aria del tenor, Conde de Almaviva, en la interpretación de Giuseppe di Stefano en el Metropolitan Opera en 1950; decisión difícil porque la versión de Bellas Artes, México, en 1949, tiene la belleza de la fresca franqueza; en esta hay más refinamiento y matices:
Con El barbero de Sevilla –publicada en 1815; estreno en el Teatro Argentina de Roma apenas el 20 de febrero de 1816-, presentada por la compañía operística de Luciano Cortés y Victorio Rocamora, comienza en México una suerte de idilio con Rossini. El compositor había irrumpido con vigor en la escena musical italiana, desplazando incluso a maestros reconocidos como Giovanni Paisiello, autor de una versión anterior del Barbero muy exitosa (1782), igualmente irrumpía con la fuerza de su brillo y humor en el país que iniciaba un proceso violento para convertirse en nación. En los subsecuentes quince años se pondrían en escena también sus óperas Elisabetta Regina d’Inghilterra, L’Italiana in Algeri, La Gazza Ladra y Tancredi, y llegarían para cantarlas el célebre tenor, compositor y maestro de canto español Manuel García (entre 1826 a 1829) y el bajo italiano Filippo Galli (se quedó en México 1831 a 1838); ambos habían sido amigos de Rossini y estrenado sus obras. García sólo estuvo tres años porque decepcionó al público que deseaba escuchar a Rossini en vez de sus propias composiciones, zarzuelas de tipo español un tanto anquilosadas.
Hacia mediados del siglo XIX, con la creación de la Academia de la Armonía y la Composición por Cenobio Paniagua, iniciaría el largo proceso de la ópera mexicana que llega hasta el día de hoy. En esa Academia estudiaron, entre otros, Ángel Planas, Melesio Morales y Ángela Peralta. En 1844 se inauguró el impresionante Gran Teatro Nacional (Imperial, con Maximiliano), que sería desafortunadamente demolido en 1904, por orden de Porfirio Díaz, para construir en sustitución el Palacio de Bellas Artes.
[Un segundo fragmento de la función de 1950 en Nueva York, un trío; cantan Lilly Pons, Giuseppe Valdengo y, de manera soberbia, Di Stefano; aunque es diga, como establecimos Héctor Sosa y yo durante una conversación y ante las evidencias, “Yo ya escucho a puros muertos”:
Entonces, la nueva Constitución se va gestando mientras las élites de México y los propios legisladores como parte de ellas (es decir, la ciudad capital; clero, terratenientes e intelectuales), escuchan a Rossini; habría que investigar y analizar si tuvo alguna presencia popular. Constitución de 1824 que tiene como antecedentes el propio “Grito de Independencia”, de Hidalgo; Sentimientos de la Nación, de Morelos de 1813; el Congreso de Chilpancingo de septiembre 1813; la Constitución de Apatzingán suscrita el 22 de octubre de 1814; el Plan de Iguala, proclamado por Agustín de Iturbide el 24 de febrero de 1821.
“Los constituyentes mexicanos depositaron la soberanía nacional en la legislatura federal, razón por la cual fueron constreñidos los poderes del ejecutivo y de la judicatura… Con esta primera constitución como fundamento de organización política, fue elegido el 10 de octubre de 1824 el general José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix, quien se hizo llamar Guadalupe Victoria (1786-1843), como primer presidente de la República Mexicana”; cito la exposición del historiador Samuel Rico Medina, quien me invitó a participar en el programa “Nuestra Primera Constitución. En vísperas del Segundo Centenario1824-2024″, con Aquiles Cantarell en Conversaciones con la Historia, para asomar un contexto cultural de la época.
Cito ahora a Francesco Milella en su nota de noviembre 28 de 2018 con motivo del 150 aniversario del fallecimiento de Rossini (Sitio: Música en México); quien a la vez toma datos del libro de mi amigo José Octavio Sosa (espero que aún lo sea, pues las discrepancias políticas a raíz del 2018 produjeron un distanciamiento), La Ópera en México de la Independencia a la Revolución, Conaculta, 2010:
“Esta primera etapa (1823-1838) constituye probablemente el momento más intenso en la relación entre México y Rossini. Después de la independencia, México se encontraba en la necesidad de construir una nueva identidad que, por un lado, le permitiera superar definitivamente el pasado español y colonial, y, por el otro, abriera las puertas de una modernidad que replicara los valores de las naciones liberales y posrevolucionarias de Europa, Francia e Inglaterra antes que todas. Rossini, que a partir del Congreso de Viena y del ocaso de Napoleón, se había transformado en el ídolo de esa Europa postrevolucionaria, representaba esta doble posibilidad: su música era uno de los embajadores ideales para importar a toda América Latina y, obviamente, a México, esa nueva modernidad.
“En México, más que en otras realidades cercanas, Rossini logró transformarse en una verdadera obsesión para los mexicanos: no había casa en donde no se tocara una composición del «gran Rossini», su vida era un tema de chisme social e incluso en la intimidad de la vida privada no era difícil encontrar neceseres «de mujer» (El Sol, 20 agosto 1830) con el rostro o algunas notas de Rossini amablemente dibujadas.”
Así pues, hace 200 años llega Rossini a México y hace 199 se promulga la primera Constitución del México Independiente.
[Por último, la célebre aria de Fígaro, “Largo al factotum”; aunque tenor, aquí va con Mario del Monaco, hay otra versión suya un tanto mejor vocalmente, pero en este video de buena toma se aprecia la dificultad y al mismo tiempo la gracia de la pieza:
Héctor Palacio: @NietzscheAristo