He vivido en Guadalajara 27 de mis casi 45 años de vida. Con el paso del tiempo, la que parecía una ciudad casi idílica para vivir por su nivel de desarrollo, por su tranquilidad provinciana, por su gente amable y por la facilidad con la que uno solía trasladarse en ella, está transformada en un infierno caluroso en extremo, caótico, violento, desorganizado y anegado.

Más allá de lo habitual que ya es escuchar que en los mejores restaurantes o centros comerciales de esa urbe hay asesinatos o ataques con arma de fuego a los comensales, de que las temperaturas extremas (resultado de la codicia del gremio de los desarrolladores inmobiliarios), los tapatíos debemos sufrir, cada año y con una puntualidad más o menos rigurosa, los enormes riesgos de una ciudad que se ahoga cada tarde o cada noche un día sí y otro también, durante al menos tres meses. No es que solamente estemos expuestos a los daños materiales que puede causar una inundación o una granizada severa: realmente vivimos la cuarta parte del año jugándonos la vida con el riesgo de perecer ahogados o aplastados por un árbol. Sin ir más allá: hace un año, dos de mis mejores amigos estuvieron a punto de perder la vida (uno resultando con una lesión severa tratando de evitar que el otro muriera ahogado en su coche en la avenida López Mateos al cruce con Conchita). Este año, con apenas un mes de este temporal, van ya cuatro muertos por esta razón, más de doscientos árboles caídos y cientos de millones de pesos perdidos en vehículos, infraestructura pública, viviendas y comercios dañados.

Este año, asimismo, sabemos que fue de campañas electorales. Jalisco y su capital son de los pocos lugares donde puede decirse que los comicios fueron reñidos, con la maquinaria de Movimiento Ciudadano de la entidad operando hasta límites imposibles para conservar la gubernatura y las alcaldías de al menos la Zona Metropolitana de Guadalajara. Sin embargo, en todo el proceso, ningún candidato de ningún partido tomó como prioritario para la agenda pública este tema tan sensible y relevante. No se escuchó de ningún proyecto de drenaje profundo, de saneamiento del ya existente, de captación de la gran cantidad de agua pluvial o, de perdida, de algún paliativo para las crisis anuales que se presentan con la intensa temporada de lluvias. Movimiento Ciudadano lleva gobernando la mayor parte de la Zona Metropolitana de Guadalajara nueve años y seis en la gubernatura; se vienen otros tres años más a nivel de alcaldías y otros seis de gobierno local. ¿Piensan hacer algo al respecto? Porque las acciones gubernamentales no pasan de operativos de rescate y desazolve (ya todos a toro pasado) o la estúpida profilaxis de advertirnos que evitemos salir en los días y las horas donde los pronósticos climáticos advierten de tormenta. ¿Y los que debemos movernos por obligación o por necesidad? Trabajamos, tenemos familias que cuidar, debemos dar vida a la ciudad. No es que la gente siempre salga por gusto de su casa; la gente sale de su casa porque necesita salir.

Por otro lado, acciones de este calado requerirían de grandes recursos financieros, materiales y humanos para poder concretarse. Sin embargo, ni los municipios de la Zona Metropolitana de Guadalajara ni el gobierno del estado de Jalisco cuentan con ellos. Generalmente, dejan la obra pública en manos de los desarrolladores inmobiliarios, quienes van moldeando la ciudad a su antojo (y ese antojo siempre dicta que pondrán lo menos que puedan a cambio de los mayores beneficios). ¿Cómo se hace eso? De forma sencilla: si un desarrollador lleva a cabo un proyecto, las vialidades, el drenaje, los servicios de agua potable y energía eléctrica los pone él mismo a cambio de obtener descuentos futuros en el pago de sus contribuciones y derechos. Ello se vuelve un círculo vicioso donde tenemos gobiernos pobres y débiles y desarrolladores codiciosos que dicen cumplir con obras que atienden las necesidades que requiere una ciudad, pero que siempre son menores, porque no están dispuestos a dejar de ganar ni un centavo en nada. No es gratuito que los gobiernos de todos los niveles y de todo el país tengan el duro estigma de ser serviles al gremio inmobiliario y ser usados como sus marionetas.

Sin embargo, el problema de las lluvias y su estela de caos, destrucción y muerte en Guadalajara, Zapopan, Tlajomulco, Tlaquepaque, Tonalá, El Salto y Zapotlanejo ya cada vez pueden obviarse menos. Es momento de que las autoridades dejen sesgos partidistas y se apoyen en el único aliado imparcial que pueden tener: el gobierno federal. Estoy seguro de que la próxima presidenta podría trabajar en favor de la Zona Metropolitana de Guadalajara (y de todo Jalisco) si los gobernantes locales están dispuestos a pedir su ayuda, antes que arrojarse al gremio empresarial, que poco o nada hace (ni hará) por los intereses de toda la comunidad. Aquí hay una oportunidad para el futuro gobernador Pablo Lemus y todos los próximos alcaldes, ojalá puedan aprovecharla.