Vaya tarea titánica enfrentar la inmundicia que es la columna de opinión escrita por Guadalupe Loaeza en las páginas del periódico Reforma. Sería fácil desestimarla si no fuera por la triste realidad que en México, este tipo de discurso clasista, racista y misógino aún tiene eco. Ante la histórica contienda donde dos mujeres compiten por la presidencia, es esencial destacar la profunda carga machista que implica “analizar” la envidia por el tipo de cabello de las candidatas. ¿Acaso el físico de las mujeres es tema de debate presidencial? Creo que no. Este enfoque convierte el debate en uno profundamente sexista, donde los cuerpos femeninos son escrutados y valorados según estándares superficiales.
Nunca he leído que se acusara a Calderón de envidiar la estatura de Fox o AMLO, porque Felipe es bajito, o que se tildara a Carstens de irresponsable por su peso. El machismo dicta cómo deben ser los cuerpos de las mujeres y exige su conformidad con ciertos estándares.
Vayamos por partes. Guadalupe Loaeza describe y amplifica la discriminación y exotización de los cabellos chinos. En el universo de la superficialidad y banalidad en que ella vive, la imagen determina todo. Probablemente, sus experiencias personales sobre la envidia le hagan pensar que es el común denominador de las mujeres.
El cabello de Claudia Sheinbaum ha estado en el ojo de la crítica desde el momento en que su estilo cambió. Aunque ella ha señalado que se trata de versatilidad y facilidad de peinado, en el fondo nunca ha sido una mujer preocupada demasiado por las tendencias estéticas. Apenas ha usado algo de maquillaje y la comunidad judía se ha caracterizado por aquellos rizos que inclusive, en los hombres son largos y colgantes. Es decir, que además de clasismo, discriminación y racismo en el texto de Guadalupe Loaeza que refleja sus convicciones, también hay bastante xenofobia.
Sin intenciones de abonar al juicio encarnado sobre los cuerpos de las candidatas, creo que Loaeza tendrá una decepción más al enterarse que Xóchitl Gálvez no es “lacia natural” ni tuvo desde siempre una “caída bonita de pelo”. Espero que tenga cerca pastillas para la ansiedad pues la hidalguense tampoco era rubia natural. Sin embargo, hay una diferencia simbólica muy profunda en los cambios físicos, inevitables para todas y todos, que han tenido las candidatas con el paso del tiempo.
Mientras que Claudia Sheinbaum ha seguido al pie de la letra el manual de comunicación no verbal para mantener la continuidad de un proyecto político por el México superficial en el que vivimos, Gálvez y familia han cambiado su imagen para esconder y combatir los rasgos de sus orígenes.
Como señaló Diana Vega, hija de Xóchitl y la propia candidata, ha vivido un proceso al que llama “domesticarse” y ese proceso ha implicado la blanquitud motivada por el racismo.
Esta era Xóchitl Gálvez. Aunque no creo que le incomode esta fotografía, pues ella misma la ha compartido a través de su cuenta de Facebook, definitivamente hará incomodar a Loaeza, que bajo los estándares de “niña bien” que ella misma ha sufrido notará que hasta la tesis central de su artículo y la supuesta envidia es falso.
Las imágenes de su trayectoria revelan cómo ha transformado su cabello rebelde y oscuro en una imagen de planchado político correcto, porque en los círculos de la derecha, las mujeres con cabello oscuro no tienen cabida.
Sí, Sheinbaum ha cambiado su imagen y con el tiempo se ve más sofisticada y presidencial a juicio de la comentocracia. Sin embargo, no es ella superficial, pero lamentablemente vivimos en una sociedad que valora más el cuerpo y el pelo (de las mujeres) de lo que debería. En ese contexto, Claudia hace lo que tiene que hacer para ser tomada en serio.
Por otro lado, Xóchitl se ha ido reinventando con todo y sus contradicciones. Si alguien ha modificado su imagen por el racismo, es ella, al referirse a sí misma orgullosa de su herencia indígena mientras se tiñe el cabello de rubio. Lo esencial es que tanto Claudia Sheinbaum como Xóchitl Gálvez así como todas las mujeres, hemos sido objeto de violencia estética en todos los grados y versiones. Sea por el pelo o por el peso, las mujeres nunca somos suficientes ante la juiciosa mirada que nos fiscaliza y exige lo que entre varones jamás se nombra. Tan intensa es la pelea por la validación de los hombres que nos han querido imponer desde viejos tiempos, que la envidia ha sido instrumento de división entre mujeres, como explica Marcela Lagarde en las “Claves feministas para el poderío y la autonomía de las mujeres”
Debemos cuestionar por qué la autora emite críticas de esta manera y cómo es posible que un periódico que alguna vez fue respetado publique semejante discurso discriminatorio. Guadalupe Loaeza expone las críticas y el contexto en el que ella misma se crio y vivió, pero hasta para emitir discursos de odio, se debe investigar primero y no lanzar palabras venenosas que, intentando ayudar a la candidata que ella considera mejor, termina involucrándola en un innecesario duelo y debate sobre imagen.
En conclusión, es imperativo elevar el nivel del debate y comprender que los cuerpos no deben ser objeto de crítica. De los cuerpos ajenos no se habla, los cuerpos ni cabellos son de interés periodístico y menos lo que las mujeres decidan hacer con ellos.
POR CIERTO. En un país en el que los niveles de bullying y acoso infantil son tan elevados, con cifras de muertes y suicidio por el mismo, parece increíble e indolente que una columnista sea capaz de jugar con la “envidia” de las niñas sin pensar en que sus palabras son amplificadoras de maltratos que viven las mujeres y niñas con cabello chino. Esa discriminación que de origen, estigmatiza a la comunidad afro por sus cabellos cargando la imagen de que los chinos son de mujeres vulgares, sucias, de clases bajas o indeseables, está prohibida en ciudades de Estados Unidos y es considerada abiertamente como discurso de odio. California fue el primer estado de EU en prohibir la discriminación por el pelo y vale la pena entender que el origen de este desprecio irracional contra el cabello rizado está hermanado al rechazo de comunidades negras y africanas o cubanas. Es simple y sencillamente: racismo. ¿Y se atreven a señalar a una candidata de falta de sensibilidad?