Vladimir Putin lanzó ayer una escalofriante advertencia a Occidente sobre la imposición de sanciones a Rusia: “las medidas diseñadas para paralizar la economía rusa son similares a un acto de guerra”. Desafiante y amenazante, el presidente ruso también les dijo a los líderes de Ucrania que su nación corría el riesgo de ser desmantelada como un estado soberano independiente si continuaban resistiendo la invasión de Rusia.
El Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia siguió la advertencia de Putin y se refirió a la “histeria de sanciones”. Rusia no olvidará a quienes cooperen con Kiev. Según los rusos, se tomarán medidas de represalia proporcionalmente duras.
En Washington, se ha hablado de ofrecer a Putin un “puente dorado”: bloquear todas sus vías de avance y hacer que la retirada sea lo más atractiva posible. El secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, dijo el viernes que la puerta a la negociación estaba abierta si muestran signos de estar dispuestos a participar en una diplomacia significativa.
La ofensiva de Rusia contra Ucrania ha sido anticuada: ataques aéreos, artillería pesada y vehículos blindados entraron al territorio para someter a su vecino. La respuesta de Occidente ha combinado duras sanciones económicas con un amplio boicot cultural. Es una guerra híbrida. Se espera que el dolor económico infligido a Rusia obligue a Putin a retroceder.
Las naciones occidentales introdujeron sanciones financieras sin precedentes contra Rusia. Los expertos dicen que equivalen a una guerra financiera a gran escala de una naturaleza y alcance sin precedentes. Al mismo tiempo, se ha orquestado un boicot cultural y deportivo. Hay una combinación de poder duro económico y poder blando destinado a castigar a Rusia y presionar a Putin para que cambie de rumbo.
El impacto de las sanciones financieras ha sido rápido y severo. Durante el fin de semana, los rusos comenzaron a hacer cola fuera de los bancos para retirar su dinero y el rublo cayó en picada. El banco central ruso subió las tasas de interés al 20 por ciento. La moneda rusa ha perdido más del 30 por ciento de su valor. JPMorgan pronostica que el producto interno bruto ruso se colapsará en un 35 por ciento en el segundo trimestre de este año. Las sanciones son tan draconianas que incluso podrían empujar a Rusia a un incumplimiento de pago de la deuda.
“Provocaremos el colapso de la economía rusa”, dijo el ministro de Finanzas francés, Bruno Le Maire. “Estamos librando una guerra económica y financiera total contra Rusia, Putin y su gobierno. Y seamos claros, el pueblo ruso también pagará las consecuencias”.
Las naciones occidentales están tratando de utilizar instrumentos económicos para lograr objetivos geopolíticos. Esto no es nuevo. Leí hace unos días el extraordinario libro de Nicholas Mulder, “The Economic Weapon: The Rise of Sanctions as a Tool of Modern War”. Mulder analiza la historia del uso de sanciones económicas en tiempos de guerra y explica su eficacia y consecuencias.
En el período que va de la primera a la segunda guerra mundial, el arma económica era la esencia misma de la guerra total. Las sanciones económicas tenían la intención de ser una forma de disuasión. Mudler escribe que a lo largo de la historia moderna, la paz mundial ha sido un ideal poderoso. Pero también ha sido uno de los más escurridizos. Cuando hay guerra, siempre aparecen los cínicos, los pesimistas, los visionarios. Hay un vaivén entre la esperanza y la desolación.
¿Qué va a pasar cuando termine la guerra de Rusia contra Ucrania? La historia fascinante del período posterior a la Primera Guerra Mundial está lleno de lecciones.
Después de la destrucción sin precedentes, los vencedores crearon una nueva organización internacional, la Sociedad de las Naciones, que prometió unir a los estados del mundo y resolver las disputas mediante la negociación. Pero no pasaron muchos años para que el mundo viviera el colapso del orden político y económico global, en la década de 1930. Estalló la Segunda Guerra Mundial y la lección fue que los tratados de paz tenían fallas fatales y que la nueva institución internacional era demasiado débil para preservar la estabilidad. Sin embargo, los fundadores de la Sociedad de las Naciones creían haber dotado a la organización de un nuevo y poderoso tipo de instrumento coercitivo para el mundo moderno: las sanciones.
El presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, en 1919 describió a las sanciones como “algo más tremendo que la guerra”: la amenaza era “un aislamiento absoluto... que hace entrar en razón a una nación, así como la asfixia quita al individuo toda inclinación a la lucha... Aplique este remedio económico, pacífico, silencioso, mortal y no habrá necesidad de la fuerza. Es un remedio terrible. No cuesta una vida fuera de la nación boicoteada, pero genera una presión sobre esa nación que, a mi juicio, ninguna nación moderna podría resistir”.
El arma económica fue eficaz. Durante la Primera Guerra Mundial, las potencias aliadas y asociadas, encabezadas por Gran Bretaña y Francia, lanzaron una guerra económica sin precedentes contra los imperios alemán, austrohúngaro y otomano. Erigieron ministerios de bloqueo nacional y comités internacionales para controlar e interrumpir el flujo de bienes, energía, alimentos e información a sus enemigos. Fue el severo impacto en Europa Central y Medio Oriente, donde cientos de miles murieron de hambre y enfermedades y la sociedad civil quedó gravemente dislocada, lo que hizo que el bloqueo pareciera un arma muy poderosa.
El libro de Mulder nos explica cómo surgieron las sanciones económicas en las tres décadas posteriores a la Primera Guerra Mundial y cómo se desarrollaron en su forma moderna. Las sanciones cambiaron el límite entre la guerra y la paz, produjeron nuevas formas de mapear y manipular el tejido de la economía mundial, cambiaron la forma en que el liberalismo concebía la coerción y alteraron el curso del derecho internacional.
Mulder explica que, cuando los vencedores de la Primera Guerra Mundial incorporaron el arma económica en el Artículo 16 del Pacto de la Sociedad de Naciones, la transformaron de ser una institución de tiempos de guerra a una de tiempos de paz. Las sanciones sobrevivieron a la propia organización y continuaron como parte de las Naciones Unidas después de la Segunda Guerra Mundial. Desde el final de la Guerra Fría, su uso se ha acentuado. Y hoy se utilizan con gran frecuencia.
En esencia, la principal lección del libro de Mulder es que el arma económica se revela como una de las innovaciones más perdurables del internacionalismo liberal del siglo XX.
Un siglo después de la Primera Guerra Mundial seguimos hablando de sanciones económicas. Igual que en aquellos años, las sanciones económicas contra Rusia tendrán consecuencias que definirán la nueva arquitectura del orden internacional.
Hace cien años, se pensaba que el miedo a ser bloqueado mantendría la paz. La intención inicial detrás de la creación del arma económica fue no usarla. Para los internacionalistas del periodo de entreguerras, las sanciones económicas eran una forma de disuasión. Pasamos luego por la Guerra Fría y la estrategia nuclear se convirtió en el principal instrumento de disuasión. Es claro que las sanciones no son tan inmediatamente destructivas como las armas nucleares. Pero para cualquiera que viviera en las décadas prenucleares de principios del siglo XX, las sanciones planteaban una perspectiva aterradora. Una nación sometida a un bloqueo integral iba en camino del colapso social.
Hace unos días, el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que México no impondrá sanciones económicas a Rusia. Dijo que “no podemos caer en un protagonismo que no tiene que ver con la mesura que debe prevalecer en la política exterior”. AMLO añadió: “Queremos mantener buenas relaciones con todos los gobiernos del mundo, y queremos estar en condiciones de poder hablar con las partes en conflicto”.