Desde el auge de las redes sociales, la salud mental se ha colocado en la conversación como parte de la agenda de una generación para la que ir a terapia es como ir al dentista, pero al mismo tiempo, ha detonado procesos de ansiedad y depresión que se dispararon durante el primer año de la pandemia por Covid-19, periodo en el que la Organización Mundial de la Salud (OMS) documentó un aumento de 25%.
El remedio y la enfermedad están contenidos en el mismo espacio digital: Los millenials y centenialls consumen y crean contenido para mejorar la salud mental y emocional, combatir prejuicios en contra de personas neurodivergentes y mejorar sus propias vidas con herramientas de la red al mismo tiempo que adolescentes y adultos jóvenes que pasan más tiempo en redes sociales como Instagram, y Facebook son los que tienen la tasa de depresión más alta (entre 13 al 66 por ciento según ChildMind) que aquellos que pasan menos tiempo.
Por moda o diagnóstico, la depresión y ansiedad parecen padecimientos comunes de los contemporáneos, como la pandemia de cólera contra el origen del romanticismo hispanoamericano cuando la enfermedad fue moda y la palidez era tendencia auto-generada. Hugo López-Gatell advertía durante la mañanera del 14 de febrero los riesgos de que jóvenes en los colegios realicen el reto “el que se duerma primero gana” mientras el desabasto para quienes tienen receta y padecimientos declarados asedia. Pero la tendencia -absurda- puede tener mucha influencia en que bastantes adultos jóvenes vivan con ansiolíticos y antidepresivos con la normalidad de un suplemento alimenticio.
La vida sería muy distinta si desde hace años, el debate se hubiese centrado en las alternativas naturales que han sido utilizadas por generaciones como medicina ancestral por pueblos indígenas. Justo hace un par de semanas, en el Senado de la República se realizó el Foro Intercultural de Medicina Enteógena y la senadora Alejandra Lagunes se comprometió, tras escuchar a los pueblos originarios sobre el uso plantas y hongos medicinales, a presentar una iniciativa para legalizar y regular la medicina tradicional que guarda el conocimiento y cosmovisión indígena, así como las sustancias psicodélicas de los hongos psilocibes.
Actualmente, el modelo legal criminaliza el consumo de sustancias y el marco en materia de salud de 1960 que se mantiene vigente ha relegado las experiencias a la recreación, desincentivando y desconociendo su potencial para atender padecimientos la depresión clínica, el TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad) y TEPT (trastorno de estrés postraumático). El paso es gigante y tendríamos que hablar sobre cómo es que los medicamentos sintéticos o producidos por farmacéuticas aunque contengan como base sustancias naturales, generan tolerancia y adicción.
Durante el Foro Intercultural de Medicina Enteógena colocaron en la mesa la pandemia de salud mental y crisis de ansiedad, depresión y trastornos que vivimos, la política prohibicionista del uso de enteógenos de origen natural y el daño que el narcotráfico ha generado como estereotipo en contra de consumidores y la protección de la flora y fauna psicoactiva, que lleva de la mano el reconocimiento, preservación y respeto a los saberes de las comunidades indígenas. Los enteógenos son sustancias vegetales y naturales con propiedades psicotrópicas, como la psilocibina y hongos psilocibes (como los hongos de la chamana oaxaqueña María Sabina), la ayahuasca, mezcalina o peyote (protegido por su largo tiempo de crecimiento) y el DMT, sustancia que se encuentra en la mucosidad del “sapo” o bufo alvarius.
En este momento, hay dos indígenas presos por trasladar ayahuasca y a pesar de que han alegado su uso religioso y consumo personal, el gramaje con el que viajaban los incrimina. Nada se parece un sicario que trafica cocaína con un chamán que es cabeza de su comunidad en Guerrero y realiza ceremonias preservando la cosmovisión de la zona purépecha.
La Senadora Lagunes ha puesto un tema clave en la mesa, uno urgente al que México llega tarde pero a la vez, a tiempo para atender la salud mental con nuevas alternativas menos dañinas que el clonazepam. En una entrevista, los promotores expusieron investigaciones científicas que demuestran cómo las sustancias psicotrópicas no generan dependencia física ni abuso, así que el paso de callar las voces de los tíos que le llamaban “locos” a quienes se atrevían a tomar terapia pronto debe traducirse en que también se le deje de llamar “drogadictos” a quienes sanan con alternativas ancestrales.
No soy una especialista en salud mental y todas las expresiones en esta columna nacen de la experiencia cercana a personas que padecen ansiedad y depresión, así como de la convicción de que hay conocimientos sanadores en las prácticas de las comunidades indígenas que son mucho mejores que la medicina occidental.