Dos preguntas centrales en la coyuntura política en México son si Marcelo Ebrard va a continuar o no dentro de Morena con miras al proceso sucesorio presidencial 2024, y, por supuesto, cuáles serían los motivos, cálculos y posibles consecuencias de esa decisión.

La respuesta a la primera cuestión es sí y no o las dos opciones, aunque parezca absurdo, en el entendido de que el excanciller camina en la delgada “cuerda floja” de la política, según escribía González Pedrero, y quizás sin red de protección.

La respuesta a la segunda es más extensa, por lo que sólo apuntaré lo que estimo es el cálculo principal.

En relación con la primera cuestión, en las circunstancias visibles, Ebrard estirará el tiempo hasta finales de octubre próximo o antes de que inicie la etapa de precampañas del proceso electoral

Lo anterior a efecto de negociar con el eje López Obrador-Sheinbaum, de un lado, y Movimiento Ciudadano o el Frente, del otro, a la vez que diseña el ducto hacia un partido político propio que concretaría entre 2025 y 2026 para canalizar por ahí la energía de su fuerza política, tenderse su red de protección y prepararla con miras a los comicios de 2027-2030.

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Eso significa que durante las próximas semanas Ebrard continuará pulsando y operando desde dentro de Morena las consabidas opciones posibles (Morena, MC o Frente, formal o informalmente) y la temperatura social y política.

En relación con la segunda, el cálculo más fino y las implicaciones más relevantes del curso de acción de Ebrard son tanto de carácter electoral como parlamentario.

Electoral, desde luego, si se parte de la premisa de que su candidatura por MC lo convertiría en el factor divisivo que permitiría el triunfo de Morena por arriba del margen de legitimidad de los 5 puntos porcentuales en 2024. O bien, al revés: que el recambio de expectativas lo llevara a ganar por milímetros la elección. Este supuesto es muy difícil, pero no descartable.

Electoral porque el carácter de comicios generales que han cobrado los comicios presidenciales cada seis años exige ganar no solo la presidencia sino el Congreso y los espacios gubernativos y legislativos locales para poder impulsar o consolidar un proyecto político de nación, como es lo que está en juego, precisamente.

Electoral y parlamentario, por ende, porque, bien entendida la garantía del pluralismo de la Constitución democrática, la mayoría calificada o dos tercios de los congresos no los puede alcanzar una sola fuerza partidaria o coalición de partidos, pero sí lo puede lograr la combinación de esta fuerza –léase Morena y partidos coaligados– más la de MC.

Esa combinación podría aportar la diferencia de votos parlamentarios necesarios para asegurar dicha mayoría.

Desde luego, para Ebrard ninguna ruta o escenario es cómodo y mucho menos cierto. Y para Morena, el Frente o MC tampoco.

En cada uno hay competencia, resistencias y apoyos, riesgos, costos y posibles beneficios.

En Morena existe una fuerte resistencia en su contra.

En MC hay otros actores divisivos y aspirantes que pujan por la preferencia desde social y partidista hasta presidencial.

En el Frente los obstáculos son todavía mayores, empezando por el propio presidente de la República y los factores intrapartidarios.

En la sociedad abierta, el acordeón de los apoyos puede ampliarse o encogerse, y de allí que haya que mantener la dinámica de las expectativas y la posibilidad del partido propio a futuro.

Así que nada está escrito, salvo que sin MC es posible que no se pueda ganar la presidencia cómodamente y tampoco la mayoría calificada congresual.

Si todo eso es cierto y Ebrard opera con inteligencia, su red de protección estaría más firme. Si no, como explica González Pedrero, la caída será más dolorosa aún, y quizás definitiva.