He sostenido en diversos momentos que el proceso social en el que se halla inmerso nuestro país en el contexto de la llamada Cuarta Transformación está marcado por una dialéctica que ahora reacciona ante la tendencia neoliberal y que conducirá a una nueva síntesis histórica.
Desde mi perspectiva, durante la transición que tuvo lugar las décadas previas hemos instaurado un régimen democrático liberal pluralista más o menos firme.
Ello ocurrió, en particular, desde 1994 cuando entró en vigor el Tratado de libre Comercio de Norteamérica y se recreó a la Suprema Corte de Justicia de la Nación como tribunal constitucional, además del IFE y el TRIFE-TEPJF en tanto garantes de ese sistema democrático electoral.
Es verdad que ese régimen permitió la expresión y representación ciudadana plural y diversa erigiendo un sistema de partidos más competitivo. Las principales tendencias políticas: PAN, PRI, PRD y Morena, además de otros partidos pequeños, accedieron y ejercieron el poder gubernamental a lo largo y ancho del país, y todos han incurrido en buenas y malas prácticas. La democracia política nunca es ideal sino más o menos íntegra o auténtica.
Empero, los avances en el régimen de la transición democrática en lo político, cargado de fortalezas y limitaciones, no fueron debidamente sincrónicos con el esperado éxito en las esferas de la democracia económica, social o cultural.
Si en el espacio de la democracia política las elites de los partidos se impusieron sobre la ciudadanía y su base popular a través de las formas más o menos manejables de la democracia representativa, en el terreno de la democracia económica las elites empresariales y los sectores de la producción más modernos tomaron ventaja del esquema de libre mercado en perjuicio de miles de pequeñas empresas, emprendedores y trabajadores, a quienes dejaron atrás y descompensaron aún más gravemente.
Así es que si en la democracia política y económica la desigualdad redujo la capacidad real de la mayoría de acceso a los mercados, en la democracia social y cultural ocurrió otro tanto.
La democracia política y económica de mercado dio ventaja a los competidores más fuertes sobre los más débiles. Ello repercutió en la estructura social de oportunidades convertida en embudo perjudicial para los derechos individuales y colectivos al bienestar de una mayoría creciente. Esta dejó de sentirse representada en el sistema político y optó, en su frustración, por una salida a la izquierda radical.
En la órbita de la democracia cultural, las débiles garantías y políticas institucionales también provocaron la exclusión de amplios sectores populares que no pudieron acceder al goce de los bienes y servicios prometidos en los textos legales.
Ante semejantes condiciones, agravadas por la violencia, el crimen, la corrupción y la impunidad, se intensificaron la desconfianza, el miedo, la esperanza y la polarización.
En correspondencia, en el sexenio del presidente Lopez Obrador, Morena, con el apoyo de fuerzas políticas opositoras, es importante recordarlo, ha consumado 10 reformas constitucionales, la mayoría de ellas con claro sentido social en los temas de educación, grupos étnicos minoritarios, las mujeres o mejores derechos prestacionales.
Incrustados en la Constitución y con el respaldo de una mayoría de compatriotas comprometidos y conscientes de sus nuevas conquistas, la síntesis que viene está en camino.
Entre las libertades del liberalismo y las equidades del progresismo el papel del estado es indispensable y estratégico.
La democracia constitucional en el contexto histórico del humanismo mexicano siempre ha sido liberal, pero nunca dejó de ser social y popular, hasta que este rasgo se le deprimió a cambio de una apuesta muy riesgosa en el seno tardío del Pacto por México de 2012-2014
Recuperar y mantener aquélla tradición social y popular hará del estado constitucional mexicano un espacio institucional de convivencia pública más justo, próspero y seguro. Por supuesto, tomará más tiempo y no será fácil recuperar los espacios perdidos ante las plagas que ingresaron a los patios del edificio a medio reconstruir.
Pero solo con el refuerzo de los pisos básicos y la ampliación de sus pilares de garantía ese Estado se parecerá más a sus modelos paternos y maternos que tanto admiramos de Europa y otras regiones.
Al desenterrar su propio espejo y verse en él, según lo intentan o proponen con mayor o menor acento las ofertas partidarias y las candidaturas presidenciales, México podrá asumir sus apellidos reeditados.
Luego de su proceso de regeneración, su acta fundacional lo reconocerá como Estado democrático, social, de género e intercultural de Derecho Constitucional.