La muerte de Mario Vargas Llosa ha sido motivo de duelo en Hispanoamérica y en el mundo. A pesar de que algunos ideólogos de pseudo izquierdas le repudiaron en vida, y ahora lo hacen de nuevo tras su muerte, su figura en la historia literaria vivirá hacia los tiempos venideros.
Se ha recordado aquella célebre frase, acuñada por Vargas Llosa, de “México es una dictadura perfecta”. Lo expresó el escritor en aquellos años previos a la transición de 2000, y cuando el país experimentaba el poder omnímodo del PRI, y en el momento en que difícilmente podía anticiparse que el partido oficial fuese derrotado en las urnas.
Tras las debacle sucesivas del PRI en 1997 y 2000 (la pérdida de la mayoría en la Cámara de Diputados y el triunfo de Vicente Fox, respectivamente) se dio inicio a un periodo de renacimiento democrático, derivado, en buena medida, de la creación de instituciones que hicieron posibles las transiciones en todos los órdenes de gobierno.
Nunca más –parecía– un solo partido político controlaría en solitario los destinos del país, mientras la letra de la Constitución se mantendría a salvo de cualquier embate perpetrado por los políticos en el poder.
En 2018 se celebró una nueva fiesta democrática. La victoria arrolladora de AMLO y los triunfos contundentes de Morena en estados y municipios confirmó lo que se había iniciado en 2000: no regresaría jamás un modelo de dictadura perfecta en el sentido expresado por Vargas Llosa décadas atrás.
Mucho o todo ha cambiado ahora. La Constitución no vale más y se contraviene como si no significase nada. Morena, gracias a la popularidad de sus políticas insigne como los programas sociales, sumado al carisma de AMLO, se ha consolidado como un partido que pretende emular los tiempos de la dictadura perfecta del PRI.
La captura de las autoridades electorales, el control de los sindicatos, el dominio de la maquinaria electoral, el desmantelamiento de los organismos autónomos, la colonización de la CNDH y el inminente secuestro del Poder Judicial constituyen pruebas inequívocas del paso hacia atrás del país en materia de desarrollo democrático.
Parece, en suma, que la descripción de Vargas Llosa en aquel lejano 1990 se ha hecho de nuevo presente en la vida política de México como un pasado que ha vuelto y que se aleja cada día más de los ideales democráticos.