Como es bien sabido, tendrán lugar las elecciones presidenciales y legislativas en Estados Unidos. A pesar del ánimo inicial en torno a la candidatura de Kamala Harris, estas últimas semanas la disputa se ha recrudecido y Donald Trump ha superado a la demócrata en algunas encuestas de opinión. Todo dependerá, al final, de la decisión de unos miles de estadounidenses en siete estados columpio.

La opinión pública mexicana se pregunta qué conviene más al país. La respuesta, a mi juicio, es más compleja que la interrogante.

Por un lado, ambos candidatos han propuesto hacer una revisión del T-MEC, lo que se traduciría, sea uno o el otro, en una buena dosis de incertidumbre en torno al futuro inmediato de la relación comercial. Lo anterior se suma, desde luego, a las posibles afectaciones derivadas de la nefasta reforma al Poder Judicial y la eventual desaparición de los organismos autónomos.

Sin embargo, bien vale recordar que Donald Trump ha sido mucho más intransigente que los demócratas en materia comercial. Lo fue en su primer mandato y promete serlo nuevamente.

Su promesa de imponer un arancel de diez por ciento a importaciones mexicanas, en aras, según dice, de la protección de las industrias nacionales, representa una seria amenaza para la viabilidad económica de México.

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Sumado a ello, la política de deportación masiva del republicano ( a reserva de que pudiese implementarse una vez reinstalado en la Casa Blanca) implicaría la posible separación de familias que llevan años trabajando en Estados Unidos y que pagan impuestos, pero que, derivado de la ausencia de una reforma migratoria, continúan hoy en las sombras de la ilegalidad.

No obstante lo anterior, el principal desafío de la relación bilateral yace en el combate contra el tráfico de drogas y muy alarmantemente, del fentanilo.

En este tenor, el auge del cártel de Sinaloa, derivado en buena medida del control ejercido por los delincuentes sobre las autoridades públicas, se ha traducido en un aumento desmedido del ingreso de esta droga en Estados Unidos, provocando muertes en miles de jóvenes estadounidenses.

En suma, ni Donald Trump ni Kamala Harris mirarán con buen ojo a México. Ambos prometen ser implacables ante la crisis de ingobernabilidad que golpea al vecino. Sin embargo, una mente sensata y dispuesta a negociar (Harris) se antoja como una mejor receta que un lunático dispuesto a torpedearlo todo.