AMLO hizo a las mañaneras, desde el primer día de su gobierno, un signo representativo de sus formas. Hay que reconocer que fueron asaz efectivas, pues le permitieron un canal de comunicación directa con sus bases electorales.

Gracias a las mañaneras, el jefe del Estado mexicano contó con los instrumentos comunicativos que le facilitaron presentar su visión de los asuntos. A la vieja usanza del Aló Presidente, de Hugo Chávez, AMLO gobernó con el discurso, alcanzando, gracias a su carisma y extraordinario talento político, altísimos niveles de popularidad.

Desafortunadamente, las mañaneras no fueron utilizadas exclusivamente para “informar” sobre las acciones del gobierno. AMLO, con sus características pausas verbales, empleó el espacio matutino para tergiversar números, descalificar opositores, mostrar información privada de periodistas, tildar de corrupto a cualquier hombre o mujer que se atreviera a criticarle, responder cuestionamientos de periodistas a modo, vilipendiar ministros de la Corte, lanzar provocaciones a jefes de Estado, despotricar contra intelectuales, destruir carreras, y sobre todo, para posicionarse por encima de las instituciones del Estado.

Sí, como he señalado, AMLO, en un prístino ejercicio de abuso del poder, pretendió –exitosamente, vale reconocer– colocarse como el poseedor de una única verdad; de tal suerte que ante cualquier realidad adversa, por muy verídica que ésta fuese, pudiera ser rápidamente refutada por un presidente carismático dispuesto a mentir con el propósito de vender su realidad.

Con las célebres frases “yo tengo otros datos”, AMLO fue capaz de sacudirse el impacto de realidades que, basadas en la evidencia empírica, golpeaban al régimen, derivase de un asunto de corte económico, sanitario o un escándalo político.

Claudia Sheinbaum ha anunciado que continuará con sus “mañaneras”. Si bien quizás buscará los mismos objetivos de su antecesor, difícilmente podrá consolidar ese espacio como lo hizo el tabasqueño. Sus capacidades de gestión de crisis distarán enormemente de poder vender realidades alternas, de sortear escándalos políticos, de minimizar pandemias, y en suma, de transmitir las falsas bendiciones de la autoproclamada 4T.