IRREVERENTE

Esta carta fue leída al final de la Misa de Cuerpo Presente en honor a Marcelo Javier de la Garza Flores, por su hermano Gustavo.

Fue escrita por el padre de ambos, el empresario Gustavo Mario de la Garza Ortega.

El texto resume cabalmente la ocasión que nos reunió a quienes acompañamos a Marcelo en su último adiós y a sus padres, a Carmen Bortoni de de la Garza, a sus hermanos, sobrinos y demás familiares, este domingo 21 de julio en la Parroquia de Nuestra Señora Reina de los Ángeles, en San Pedro Garza García.

El mismo día, en la Catedral Metropolitana, el Arzobispo de Monterrey, Monseñor Rogelio Cabrera López, dedicó la primera misa del día a la memoria de Marcelo.

Las columnas más leídas de hoy

Este es el mensaje de Gustavo Mario, que su hijo Gustavo leyó conmovido:

“Marcelo:

Tuve el privilegio único de vivir junto a ti por décadas. Cuando cumpliste 18 años y te hiciste un adulto, me atreví a escribirte una carta de bienvenida a tu mayoría de edad, que ahora reproduzco:

Recuerdo emocionado que en esa misiva que yo te lei, te escribí esta carta-mensaje, recordando cuando estuviste muy enfermo, que he guardado aquí muy adentro y que ahora te la evoco emocionado:

Junio 1, de 1984

Marcelo:

Qué distinción nos hizo el Señor al obsequiarnos y confiarnos tu vida.

Qué privilegio y qué responsabilidad al prestarnos tu presencia, esa presencia que permanece vigorosa en tus ausencias. Tu mayoría de edad, que ahora adquieres, dejo atrás veladas por una bruma gris, las imágenes que lapidaron nuestros corazones en aquellos tiernos días cuando cargando nuestra bolita de carne, corríamos cegados por su brillo a extraños y distantes rincones de donde aún brotaban destellos luminosos de esperanza.

En las noches evitábamos llorar, para poder seguir viendo las estrellas buscando siempre en ellas rayos de aliento a la hora de los rezos.

Aquí, tu madre y yo, íbamos y veníamos, tú siempre sonreías, nosotros angustiados; tú siempre sonrosado, nosotros afligidos; tú siempre extasiando, nosotros orando; tú siempre ignorante, nosotros también. Allá, el Señor nos probaba... La fe se enraizaba y la esperanza crecía.

Contra todos los inexorables pronósticos, Dios hizo el milagro, y ya eres un adulto. Has compensado con tus ternuras y atenciones el dolor ya ido. Has iluminado con tus detalles y alegrías todos nuestros días.

Verte hombre; nuestra mayor satisfacción.

Dios te pidió mucho, y te dio mucho. ¡Qué gran compromiso! Cumple con El, que por El, eres lo que eres. En algún don te regateó, en otros muchos se prodigó. Lo que te dio fácil, acreciéntalo, lo que te dio difícil persíguelo tenazmente y te agigantarás en lo humano y en lo trascendente.

Aprovecha tu ternura y cariño, para amar con locura, tu nobleza y sencillez para conquistar a tu prójimo, tu determinación y coraje para lograr siempre todos tus buenos propósitos y tus oportunidades para mejorarte en todo.

Solo me resta encomendarte que, si yo tuviese que salir a un largo viaje, atiendas a tu madre como yo lo hubiese hecho.

Tu padre que te quiere.

Hasta aquí la carta de los dieciocho años…

Hoy te escribo de nuevo con los ojos llenos de lágrimas y mi mirada en el infinito y te haré unas encomiendas, no sin antes reconocer que todo lo que entonces te encargué, lo cumpliste a cabalidad…

Primer encargo:

Que como soldado que fuiste, sé que lo acatarás, como siempre lo hiciste:

Dale a tu madre un abrazo de mi parte y de tus hermanos…dile que cumplí con su esmerada ordenanza y débito de encargarme de ti…que solo te solté para que acudieras a ella y al Señor de los cielos para que juntos le pidan por mí, tus hermanos y sobrinos que quisiste en forma ejemplar.

Segundo encargo:

Que frente al Señor y María Santísima les pidas que los que nos quedamos podamos curar pronto las heridas que despiadadamente y sin intención nos abriste.

Tercer encargo:

Que el Señor y tu mamá nos den la misma oportunidad de partir como tú, en completo estado de gracia, para volar directo a tu nueva casa.

Cuarto y último encargo:

Que te empeñes en que las habitaciones, iluminación y jardines celestiales los cuides como cuidaste con tanta entrega los jardines y rincones donde viviste con nosotros…ya tienes esa experiencia.

Nunca olvidaré tú último suspiro.

Me despido con la seguridad de que por ahí algún día nos volvamos a reunir y abrazar.

Tu padre acongojado”.

Les ruego que permanezcan de pie para escuchar con devoción y respeto el Aleluya.