La transición de la cúspide del poder político a la vida civil ordinaria es un desafío complejo para los expresidentes y exprimeros ministros. Su influencia, conocimiento y redes de contactos pueden ser activos invaluables; pero también son una fuente de fricción si no se gestionan con cuidado. El desafío consiste en encontrar un papel que los mantenga comprometidos y respetados, al tiempo que evite su interferencia en los asuntos del gobierno en funciones. Es un delicado equilibrio.

Hace algunos meses leí el nuevo libro de Jared Cohen, “Life After Power: Seven Presidents and Their Search for Purpose Beyond the White House” (La vida después del poder: siete presidentes y su búsqueda de un propósito más allá de la Casa Blanca). Convertirse en “expresidente” es ocupar un lugar poco común en la vida de una nación.

Los fundadores de Estados Unidos eran conscientes del problema potencial que planteaban los expresidentes. Alexander Hamilton se preguntaba: “¿se puede promover la paz de la comunidad o la estabilidad del gobierno con media docena de hombres vagando entre el pueblo como fantasmas descontentos y suspirando por el lugar que tuvieron y nunca más podrán poseer?”

Lyndon B. Johnson observó alguna vez que “power is where power goes”. En otras palabras, el poder está en donde está el poder. Esta frase encapsula una astuta comprensión de la política. Refleja un enfoque pragmático del liderazgo y la importancia de entender el flujo del poder.

El libro de Cohen cuenta siete historias. Ofrece un relato apasionante y esclarecedor de cómo pasaron de ser un día presidentes de los Estados Unidos a ser ciudadanos comunes al día siguiente. Cuenta cómo manejaron problemas muy humanos de ego, finanzas y preguntas sobre su legado y mortalidad. Muestra cómo estos hombres hicieron historia después de dejar la Casa Blanca:

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1. Thomas Jefferson

Fue un fundador, toda la vida: Declaración de Independencia, Biblioteca del Congreso, la casa perfecta en Monticello. En 1819, después de haber sido uno de los Padres Fundadores de Estados Unidos finalmente tuvo la oportunidad de hacer lo que siempre había deseado: convertirse en fundador nuevamente como el “padre” de la Universidad de Virginia. Pensaba que la educación podía impulsar el progreso y era la clave para la supervivencia de Estados Unidos como país independiente.

2. John Quincy Adams

Aprendió de la manera más difícil. Entró en la Casa Blanca bajo una nube de sospechas debido a un supuesto “pacto corrupto” con el presidente de la Cámara de Representantes, Henry Clay, que le permitió vencer a Andrew Jackson, quien en realidad había ganado más votos. Había servido como embajador, senador y secretario de estado. Pero después de un mandato relativamente intrascendente en la Casa Blanca, fue derrotado por Jackson en una revancha en 1828. Dos años después, se postuló para llegar a la Cámara de Representantes. En un puesto mucho más bajo, encontró una vocación mucho más alta. Sirvió durante casi dos décadas en la Cámara, convirtiéndose en el principal abolicionista. Defendió los derechos de los esclavos. Con esa causa, tuvo los seguidores nacionales que nunca tuvo como presidente.

3. Grover Cleveland

Cuando un presidente de Estados Unidos pierde su candidatura a la reelección, suele querer recuperar su antiguo puesto a como dé lugar. Pero, aunque muchos lo han intentado, desde Martin Van Buren hasta Ulysses S. Grant, pasando por Theodore Roosevelt y Donald Trump, hasta ahora sólo uno lo ha conseguido: Grover Cleveland, el 22º y 24º presidente de Estados Unidos. La experiencia tiene sus ventajas, y Cleveland tuvo algunos éxitos durante su presidencia. Reforzó la armada estadounidense, se ocupó de los disturbios laborales, detuvo una marea populista en su propio partido y ayudó a que la economía comenzara a recuperarse. Pero dejó el cargo siendo mucho menos popular que cuando entró.

4. William Howard Taft

Prácticamente desde el día en que nació, quería estar en la Corte Suprema. Pero el deber, y la insistencia de su familia, lo siguieron empujando hacia la Casa Blanca. Después de una humillante derrota en tercer lugar en su intento de reelección en 1912, a Taft solo le quedaba un objetivo profesional: convertirse en presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos. En 1921, a la edad de 63 años, vio cumplido su deseo. Cuando tomó su asiento en la Corte, comentó: “La verdad es que con mi vida actual ya no recuerdo haber sido presidente alguna vez”.

5. Herbert Hoover

La Gran Depresión comenzó bajo su mandato. Su caída en desgracia se debió a errores de política y a una elección perdida. Lo que es menos conocido es que Hoover, que vivió hasta los 90 años, también pudo volver a lo que amaba cuando el presidente Harry Truman lo envió a ayudar a planificar el alivio de la hambruna en Europa y Asia después de la Segunda Guerra Mundial. Hoover reconstruyó gran parte de su reputación al liderar comisiones para reorganizar el poder ejecutivo tanto bajo Truman como bajo Eisenhower, ahorrando al gobierno federal casi el 10% de su presupuesto. Después de la divisiva elección de 1960, Hoover reunió a Kennedy y Nixon para una reconciliación pública a fin de que el país pudiera volver a unirse.

6. Jimmy Carter

Era un joven de 56 años cuando dejó el cargo. Impopular, con un sucesor que se había opuesto a casi todas sus políticas, construyó una pospresidencia como ninguna otra. Fundó el Centro Carter en 1982 para trabajar en los derechos humanos, la erradicación de enfermedades y la resolución de conflictos. Durante más de cuatro décadas, utilizó su condición de expresidente para continuar el trabajo que comenzó en Washington. Se convirtió en activista humanitario, defensor de la salud mundial y promotor de la democracia. Participó en la diplomacia, en la ONU, Corea del Norte y en torno al conflicto entre Israel y Palestina. Se convirtió en uno de los políticos más populares de Estados Unidos.

7. George W. Bush

George W. Bush, al mantenerse alejado del ojo público, recuerda lo que su padre, también expresidente, le dijo sobre el respeto a las instituciones y la vida después de la Casa Blanca: “actuar en contra de tus sucesores debilita la institución de la presidencia”. Ahora, Bush pasa sus días concentrado en la fe, su comunidad y un nuevo pasatiempo que pocos podrían haber predicho. En la década y media transcurrida desde su presidencia, Bush se ha convertido en pintor. Demuestra que a veces lo mejor que se puede hacer es dejar todo atrás y encontrar una nueva pasión.

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¿Cuál es la lección que muchos podrían aprender? No importa lo poderoso que alguien pueda llegar a ser alguien algún día, necesita aprender a seguir adelante cuando el poder se le acaba. Una vida tranquila, en casa y lejos de la política puede ser la solución, sin perder el compromiso a aprender y a seguir trabajando incansablemente.

“Los presidentes de Estados Unidos a veces pueden lograr más después de la Casa Blanca que dentro de ella”, sostiene Jared Cohen. Alejarse de la política en una época en la que todo es político les puede ayudar a ganarse el respeto.

Existen varios ejemplos, libros e historias notables que ilustran cómo los expresidentes y exprimeros ministros se han mantenido efectivamente comprometidos sin interferir en el gobierno de su sucesor:

Después de su presidencia, Bill Clinton creó la Fundación Clinton, que se centra en cuestiones globales como salud, educación y cambio climático. También ha sido un orador público activo y ha asumido varios roles como diplomático y asesor en cuestiones internacionales.

Después de su mandato como Primer Ministro, Tony Blair fundó el Instituto Tony Blair para el Cambio Global, que aborda desafíos globales como la gobernanza, el desarrollo y la religión. Ha participado en procesos de paz en Oriente Medio.

Después de dejar el cargo de líder de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov se convirtió en defensor de causas ambientales y estableció la Fundación Gorbachov. También fundó Green Cross International, centrándose en la sostenibilidad y la protección del medio ambiente.

Después de su presidencia en Sudáfrica, Nelson Mandela se centró en la reconciliación y continuó trabajando en cuestiones de justicia social, derechos humanos y salud, en particular en la lucha contra el VIH/SIDA. La Fundación Nelson Mandela defiende de los derechos humanos a nivel mundial.

Después de desempeñarse como Primera Ministra de Australia, Julia Gillard asumió funciones de liderazgo en materia de educación y salud mental a nivel mundial. Se convirtió en Presidenta de la Alianza Mundial para la Educación.

Barack, junto con Michelle Obama, crearon la Fundación Obama, que se ocupa del desarrollo del liderazgo y el compromiso cívico global. Crean contenido de medios a través de su empresa, Higher Ground Productions, que promueve historias sobre personas y problemas que moldean el mundo.

Estos casos demuestran cómo los exlíderes pueden seguir siendo activos e influyentes de manera constructiva, contribuyendo a cuestiones globales y sociales, manteniendo al mismo tiempo una distancia respetuosa de sus sucesores.