Son una serie de actos que, aunque aparentemente no estén relacionados entre sí, denotan que algo se mueve, que hay un movimiento en las entrañas del lado derecho del espectro político mexicano, que poco a poco va saliendo a la superficie. En efecto, la irrupción de un movimiento como FRENAA –con todo lo caricaturesco que pueda parecer-, el acercamiento de un sector del PAN con el partido ultraderechista español VOX, el tuit del ideólogo y promotor de la coalición “Va por México”, Claudio X. González, en la que llama a “tomar nota” de los nombres de todos aquéllos que, “por acción u omisión” han apoyado al gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), o incluso las recientes declaraciones de Sandra Cuevas, alcaldesa de Cuauhtémoc en la CDMX, abiertamente manifestando que “no le gustan los pobres”, son señales inequívocas de una radicalización de las posturas de ciertos actores políticos opositores al régimen de la Cuarta Transformación.

Las causas de la radicalización las podríamos encontrar en el alto respaldo popular del presidente López Obrador, en los resultados electorales de junio pasado o bien en la desesperación que presentan ante la inefectividad de su estrategia política para debilitar al gobierno federal. Empero, y observando que esta radicalización no solo se presenta en la derecha mexicana, sino que parece está en todas partes, quizá subyace una causa más profunda: la pandemia de Covid-19 y sus consecuencias sociales, políticas y económicas, dejan poco espacio a la promoción de las políticas neoliberales y en general a las políticas públicas que buscan la reducción del Estado y de los derechos sociales. En definitiva esto lastima a la derecha tradicional, a los conservadores de viejo cuño. No saben cómo afrontar esta nueva realidad política que los está obligando a intentar “rebasar por la izquierda” a sus adversarios.

Por ello, ciertos grupos a su interior se rebelan y se radicalizan: buscan aliarse con partidos, cuyo ejemplo y acciones las toman como modelo a imitar, como el VOX español; o bien, como el tuit de Claudio X. González lo evidencia, intentan medir la temperatura de la opinión pública ante ciertas posturas que algunos han tildado como “fascistas”, que deberían ser reprobadas por todos los actores políticos, pero que –no sorprendentemente- no fue así, sino que incluso han merecido defensas o bien un vergonzoso silencio de personajes de la esfera pública que uno pensaría tienen un mayor compromiso con los valores de la democracia.

¿Qué hacer? No se deben soslayar ni pasar por alto posturas radicales que puedan llegar en algún momento a hacer peligrar a nuestra incipiente democracia. Pero no se debe enfrentar al radicalismo con radicalismo. Los proyectos de nación deben confrontarse con las reglas del juego democrático, con el debate abierto en las tribunas del Congreso de la Unión, en la prensa, en los medios de comunicación, transparentando las ideas de todos los actores políticos, informando permanentemente a la ciudadanía. Acción política diaria, de lo contrario, si se cae en excesos de confianza o candidez, un golpe de péndulo que rompa nuestra democracia puede ser posible.