Acaba de celebrarse en México con relativo éxito en Palacio Nacional, la Sexta Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), encabezada por el presidente López Obrador y el canciller Marcelo Ebrard. Se da en el contexto de las críticas por parte de ambos y otros líderes latinoamericanos a la Organización de Estados Americanos (OEA) y a su director general Luis Almagro, y bajo el llamado a sustituir o transformar dicha organización.
No lo ha expresado ni explicado López Obrador públicamente o no la ha columbrado siquiera bien a bien. Sus asesores internacionalistas, incluyendo al canciller Marcelo Ebrard, tampoco. Se les escapa, mas una inercia histórica está de su lado; aquí se las explico: La pretensión y propuesta del presidente mexicano de sustituir a la OEA, de materializarse, supondría la cuarta etapa, era y/o transformación del sistema de organización de los países americanos.
Históricamente, los pactos regionales promovidos por Estados Unidos en el mundo encontraron eco sobre todo en América Latina, por la cercanía geográfica y por existir latente el germen de una tendencia a la integración desde la independencia de sus países. Hasta ahora, el proceso histórico de la organización americana ha tenido tres etapas bien definidas: el hispanoamericanismo, el panamericanismo y, el vigente, el interamericanismo.
1. Hispanoamericanismo
El hispanoamericanismo obedece a las circunstancias decimonónicas de la independencia de las colonias americanas, hispánica y portuguesa. La descolonización política del siglo XIX produjo, en los países nacientes, aislamiento y falta de apoyo donde asirse. La idea de unidad hispanoamericana resultaba atractiva, no sólo para Simón Bolívar sino para otros muchos personajes y es que “la razón se encontraba en el deseo de superar su debilidad individual con la fuerza de la unión frente a las amenazas futuras a su independencia, que podrían venir, tanto de los deseos de España de recuperar sus colonias, como de la posible búsqueda de una hegemonía continental por parte de Estados Unidos”; como ha expuesto el internacionalista Modesto Seara Vázquez (Tratado de la organización internacional). Sin embargo, a esta razón -y como elemento principal debe sobreponerse el hecho real de los intereses de las clases acaudaladas en cada uno de los nuevos países. Si sólo se atiende la primera razón, parecería que toda intención de integración y unidad estaría basada en causas externas a los propios interesados. En cambio, si se toma en consideración que los terratenientes y los eclesiásticos criollos deseaban continuar y ante todo consolidar sus privilegios económicos y políticos, como ha explicado Octavio Paz de manera brillante en su ensayo El laberinto de la soledad, se tendrá una visión más completa.
Las clases gobernantes temían las posibles revueltas sociales. Era deseable entonces una alianza ínter-gubernamental, una alianza de las clases pudientes criollas. No llegaban al extremo bolivariano de ceder parte del poder a una confederación continental, pues cada cual deseaba conservar el dominio de su territorio. Sin embargo, en el sentido de las relaciones y el reconocimiento entre los diferentes gobiernos, la alianza resultaba propicia.
Fundamental es señalar que el hispanoamericanismo surgió inicialmente pretendiendo excluir a los Estados Unidos. Aunque este envió delegados a la Conferencia de Panamá, lo hizo por invitación expresa del gobernador de ese país y a espaldas del “libertador”; primer traición de una cadena. Durante la Conferencia de Panamá, en 1826, Bolívar quería conformar una confederación de plenipotenciarios en el istmo de Panamá. No obstante, los acuerdos y tratados que se firmaron no tuvieron mayor repercusión en la realidad de los Estados latinoamericanos, puesto que no fueron ratificados más que por un solo país. Esta primera época, cuya iniciativa correspondió a los países recién nacidos, pasó sin mayor brillo perdiéndose para siempre la posibilidad de alcanzar un sueño que se tornaba imposible.
2. Panamericanismo
Para finales de siglo, sopesando la importancia del resto del continente para sus ambiciones de expansión imperial –el Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe como doctrina-, Estados Unidos promovió la “cooperación americana”. Quería coger la batuta del fallido hispanoamericanismo. De esta manera cuidaría sus intereses.
A partir de 1889 se llevó a realización la primera de una sucesión de conferencias internacionales americanas donde, so pretexto de la conservación de la paz, Estados Unidos extendería sus objetivos económicos al tiempo que dejaba entrever sus pretensiones de gran potencia. Una prueba de ello se registra en la temática principal a discutir en la prolongada Primera Conferencia Interamericana realizada en Washington del 2 de octubre de 1889 al 19 de abril de 1890: Conservación de la paz; desarrollo de una unión aduanera y fomento del comercio recíproco; desarrollo de comunicaciones entre los puertos americanos; adopción de disposiciones aduaneras uniformes y uniformidad de procedimientos; uniformidad de pesos y medidas, protección a patentes y marcas, y la propiedad literaria; adopción de una moneda común de plata de curso forzoso en las transacciones entre países americanos; convenio de arbitraje obligatorio.
Desde aquella primigenia conferencia -en lo que se ha nombrado panamericanismo-, el gobierno estadounidense impuso su política exterior de dominio y hegemonía hacia la América hispánica y portuguesa utilizando dos mecanismos de control. Uno, las reuniones periódicas dentro de los lineamientos del “sistema”, en las cuales generalmente terminaba por imponer su voluntad. Otro, la negociación y trato bilateral con cada miembro en particular en cuestiones económicas, lo que le garantiza el control absoluto.
3. Interamericanismo
La Segunda Guerra Mundial serviría de transición en la diplomacia americana al pasar del panamericanismo al inter-americanismo a través del surgimiento de la OEA. Sin embargo, la hegemonía estadounidense -sustentada en sus privilegios económicos y militares-, seguiría prevaleciendo. Antes de la firma de la Carta de Bogotá -donde nació la OEA en 1948-, se adoptó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), en el cual los intereses políticos y militares estadounidenses se manifestaron en todo su poderío, incluso en contra de la oposición de algunos países como México.
La firma de este convenio estuvo antecedida por la Conferencia lnteramericana sobre problemas de la Guerra y la Paz, celebrada en México entre el 21 de febrero y el 8 de marzo de 1945. Más conocida como Conferencia o Acta de Chapultepec (debido a su novena resolución), proponía la creación de un sistema militar de defensa colectiva el cual se concretaría en Río de Janeiro, Brasil. Esta tercera etapa de la “cooperación americana” vería florecer, en la década de los ochenta, una mayor oposición de los países latinoamericanos hacia Estados Unidos. En asuntos como la cuestión centroamericana, este país perdió el apoyo y la legitimidad de la OEA. Tal vez a ello se deba que a Estados Unidos dejara de interesarle esa organización como forma de control. En cambio, continuó siendo útil y contundente la negociación bilateral, la cual, a final de cuentas, le otorga la hegemonía colectiva.
Si bien el reacomodo de las tendencias políticas locales hacia finales del siglo XX y principios del XXI ha hecho que prospere cierta oposición al imperio, este ánimo no contó con la adhesión de México, que experimentó una tendencia progresiva al conservadurismo gubernamental en una sociedad contradictoriamente carente y que está cada vez más integrada al norte como zona estratégica de seguridad militar y energética. Esta oposición ha sido más bien coyuntural, durante los últimos lustros, la OEA ha vuelto a favorecer las políticas estadounidenses.
Y en el caso de México, la elección en 2018 de una alternativa de izquierda moderada, nacionalista y que aspira a un cambio de rumbo, como la representada por el presidente López Obrador, acaso estabilice o revierta ligeramente esta tendencia. El nacionalismo nativista y racista de Donald Trump puede contribuir al mismo propósito por otras vías y por razones distintas; o acaso el golpeado y exhibido partido demócrata estadounidense (el “democratismo”) tome con seriedad por vez primera en la historia el humanismo y la verdadera democracia internacional en un contexto de cambios y riesgos para la especie.
4. AMLO contra la OEA; ¿4T en la organización americana?
En el contexto expuesto, si se materializara la idea de López Obrador de sustituir a la OEA o transformarla, significaría una cuarta transición histórica en el sistema de integración y cooperación americana. Sería una cuarta transformación, equivalente en número –y en aspiración democrática, esperemos- a la que promueve con su gobierno dentro de la vida pública nacional. O como ha establecido Marcelo Ebrard, el adiós a la OEA en “su sentido intervencionista, injerencista y hegemonista [para] que venga otra organización que construyamos en acuerdo con Estados Unidos para el siglo XXI”.
El encuentro del 18 de septiembre de 2021 en México de la CELAC será una buena ocasión para apreciar las perspectivas y posibilidades de ese cambio que necesitaría de la adhesión de los países latinoamericanos y de la aquiescencia de Estados Unidos, que no participa de esa organización, como tampoco Canadá. Quizá el futuro posible sea uno que incorpore a todos los países americanos en una OEA verdaderamente democrática.
5. AMLO provoca a Joe Biden y Estados Unidos por Cuba
Para que esa cuarta transformación del americanismo sea posible habrá que tomar en consideración la postura de Biden. Sobre todo, ante la provocación que podrían significarle las críticas a la OEA y la defensa de López Obrador del régimen cubano. Porque no puede ser más que provocación para USA que el presidente mexicano invite al gobernante de la isla caribeña a la celebración de la Independencia del país, y en ese acto y en nombre de la soberanía, López Obrador solicite el cese al bloque impuesto a Cuba. Lo cual per se no está mal, al contrario, pero en contraparte habría que demandar democracia en ese país que convirtió una revolución popular en un régimen dictatorial; el nuevo embajador de USA en México, Ken Salazar, ya ha dado una orientación de su postura: deja de lado a Cuba, ocupémonos de nosotros.
Acaso sea un exceso arrogante de López Obrador -personal y por tanto innecesario para México- proponer incluso que una dictadura sea reconocida como patrimonio de la humanidad. Supongo que no es atrevimiento o torpeza sino que lo tiene calculado, cree que Joe Biden será suave como James Carter o como Franklin D. Roosevelt y su política de buena vecindad. Será interesante ver si le saldrá la estrategia de sonreír y la vez criticar a Estados Unidos, aunque lo haga “con todo respeto” y en defensa de la soberanía.
Si López Obrador logra conciliar su perspectiva latinoamericanista –justamente surgida de la política interior como la mejor política exterior; una obviedad- con las críticas a Estados Unidos y a la vez la buena relación bilateral con el imperio, estaría en el umbral de posiblemente materializar la 4T en el continente americano –por circunstancia histórica- tal como la quiere para México. Muchos eventos habrán de correr antes de ver esta posibilidad.
P.d. Las reflexiones sobre las 3 etapas del americanismo, en mi ensayo, Jaime Torres Bodet, los Contemporáneos y la dorada prisión de la burocracia, de próxima aparición, y uno de los 15 elegidos dentro de la convocatoria Tu Tesis en Memórica 2021.
Héctor Palacio I Twitter: @NietzscheAristo
Aquí la videocolumna sobre el tema para SDPnoticias: