Todo indigenista del continente americano tendría obligadamente que ser ateo, o anticristiano cuando menos. Si no es así, vive en contradicción esencial o, peor, en hipocresía. ¿Cómo enaltecer a los pueblos antiguos y recriminar a los invasores al tiempo que se abraza la cruz del judeocristianismo impuesta por estos, lo que significó la destrucción del mundo previo que se exalta? Es lógica elemental o razón radical, como se quiera ver. Buena reflexión en el V Centenario de la caída de México-Tenochtitlan-Tlatelolco el 13 de agosto de 1521.

Es más honesto quien siendo americano amestizado, criollo, agradece a los españoles por exterminar una cosmovisión e imponer la católica judeocristiana; aunque se le pueda acusar de fascista, tal cual al partido VOX de España, que orgulloso celebra a Cortés y califica de sanguinarios y terroristas a los “aztecas”.

Pero como ha establecido Michel Onfray en su Tratado de ateología, el hombre nace prácticamente formateado. Nace en este tiempo de monoteísmo predominante ya con un programa estructurado que muy pocos cuestionan y modifican. En su proceso vital no erradica de sí problemas, dudas mentales de fondo, hay una zona brumosa del cerebro que no se cuestiona y si lo hace, la evita para eludir conflictos, para vivir en paz y ser feliz; en apariencia al menos. Así vive ese hombre indigenista y cristiano. Celebra a ambos, al asesinado y al asesino; si no en las palabras, en la acción.

¿Cómo justificar racionalmente que se asume el espíritu y la religión de los invasores sin cuestionamientos pero se rechaza su acción invasora e impositiva, criminal? ¿Sólo porque se considera que la cosmogonía anterior era tan terrible que sometía a otros pueblos y a la vez realizaba sacrificios humanos? Bueno, eso ha sido connatural a todos los pueblos remotos, como lo ha explicado Robert Graves en Los mitos griegos; cómo el proceso de la inmolación de animales a los dioses, por ejemplo, es una sustitución del sacrificio humano de hombres, mujeres y niños; el buey o el cordero sustituyen al  hombre. Es decir, se da una evolución a través de la razón y acaso el sentimiento.

Y era natural que los mexicas, como todo pueblo que se sobrepone a otros en su entorno geopolítico, tuvieran una cosmogonía considerada hoy salvaje, cruenta. El proceso de desmitificación, del derrumbe de los dioses, de la cosmovisión mágica, toma un transcurso también temporal. Se trata del avance de la razón y la ciencia frente a la naturaleza y lo explicado y lo no explicado aún, como ha dejado por escrito Pablo González Casanova en La falacia de la investigación en Ciencias Sociales. Eventualmente, los griegos habían llegado al ateísmo o al agnosticismo, pero aparecieron los romanos y después Constantino y su madre Helena…. Y de vuelta al endiosamiento, aunque esta vez haya sido monoteísta. Una vez que dura ya casi 1800 años.

Las columnas más leídas de hoy

Contrario a los españoles, hubo pueblos como el persa, que no imponía su religión a los pueblos sometidos, los respetaba, sólo extraía sus riquezas. Esa es una de las fuertes razones por la cual no desapareció la religión ni el pueblo hebreo, tal cual lo registra Alfred Weber en Historia de la cultura. Autor que, por otro lado, explica el concepto de “corriente de la historia”, como algo esencial para entender el sometimiento de unos pueblos por otros. ¿Dónde coge la corriente de la historia occidental a los mexicas? En su propio entorno geopolítico y su propio tiempo, en la cúspide. Frente a la circunstancia y el tiempo de los invasores, en su fragilidad ante la pólvora y la enfermedad, la viruela. Se producen un encuentro desigual y consecuencias funestas. Este es un hecho más que evidente en todos los registros y crónicas, Díaz, Cortés, Díaz del Castillo, Sahagún,…

De todas maneras, dada esta circunstancia histórica del pueblo mexica y de todos los mesoamericanos y americanos frente al hombre europeo, su caída era inminente más temprano que tarde, si no con Cortés y Pizarro, con otros un poco más adelante. Era una fatalidad a menos que la ambición del oro se conmoviera y dejara vivir el idilio americano intocado y bajo sus propias leyes, sosteniendo tan solo intercambio comercial y compartiendo conocimiento, tecnología, comunicando pacífica y voluntariamente el evangelio judeocristiano, un tránsito apacible de la existencia. Imposible.

La ambición despertada en Europa desde los viajes primeros de Colón haría imposible un encuentro pacífico entre continentes. En efecto, en la mente europea germinaba La invención de América, como lo ha puesto Edmundo O’Gorman.

En este contexto, pues, se entiende a los cristianos que justifican y aun celebran el exterminio del mundo indígena, ellos han encontrado en su espiritualidad religiosa judeocristiana lo que consideran, sin cuestionarlo, el camino de la divinidad y la salvación.

Así las cosas, resulta imposible comprender al indigenista cristiano y, peor, si se trata de un indigenista cristiano de izquierda. Porque resulta terrible nacer formateado, como percibe Onfray, no cuestionar lo explicado y lo no explicado como puntualiza González Casanova, defender, conmemorar el mundo prehispánico y reconocer pero evadir o negar la cosmogonía propia de cada pueblo (a la manera señalada por Graves), no reconocer la asimetría de la “corriente de la historia” descrita por Weber y la ambición europea por el oro ya desde Colón, como exhibe O’Gorman, como fatalidades.

Porque todo eso está haciendo o dejando de hacer el indigenista cristiano de izquierda desde el momento en que no rechaza al dios impuesto por los españoles, al cual ora y ante cual se inclina y arrodilla. Vive así, si no en la hipocresía —no tiene sentido vivir de manera hipócrita la existencia, de modo utilitario; sucede, mas dejémoslo de lado—, sí en la más confortable y conformista contradicción. Una contradicción espiritual y racional estructural.