Oscar Wilde se divierte cuando viaja a conferenciar a Estados Unidos en 1882 (registrado en “Impresiones de Yanquilandia”), a conocer sus ciudades y su gente y como anticipo comercial a la gira estadounidense de la opereta Patience, de Gillbert y Sullivan, de gran éxito en Londres y Nueva York (1881), una sátira del esteticismo –el arte por el arte- del cual el escritor irlandés era un practicante consumado. Cuando Wilde -dandi por antonomasia, gran amante del gozoso ocio hasta antes del escándalo amoroso; acaso siguiendo además de a Walter Pater, a Séneca- va a visitar una mina ubicada en Leadville, Colorado, habla a los obreros de ética del arte y lee “trozos escogidos de la autobiografía de Benvenuto Cellini y parecieron encantados. Me reprocharon que no le hubiese llevado allí conmigo. Les expliqué que había muerto hacía algún tiempo, lo cual hizo que me preguntasen: ‘¿Y quién le pegó el tiro?’. Lleváronme después a un salón de baile, donde vi el único sistema racional de crítica de arte. Encima del piano aparecía impreso el siguiente aviso:
SE RUEGA AL PÚBLICO QUE NO TIRE SOBRE EL PIANISTA, QUE LO HACE LO MEJOR QUE PUEDE.
“La mortalidad en el gremio de pianistas es asombrosa en aquel lugar. Luego me invitaron a cenar, y, una vez que acepté, tuve que bajar a una mina, en una artesa muy estrecha, en la cual era imposible resultar bien. Llegado al corazón de la montaña, sirvieron la cena. El primer plato fue whisky; el segundo, whisky, y el tercero…, whisky.”.
Podría seguir la cita por mero ocio, pero hay que trabajar y publicar la columna en domingo y, por otro lado, el ocio irrita a muchos, sobre todo a quienes tienen algún cargo en el gobierno relacionado con la educación, la cultura y las artes y se convierten en censores (aunque la mayoría de este gremio durante la pandemia ha “nadado de a muertito”); mas habría que distinguir entre ocio activo y pasivo, según algunos teóricos del mismo, para ver si alguno de estos dos tipos es aceptado por esos críticos, al menos para usufructo de los miembros de la tercera edad.
El candor del minero gringo que Wilde quiere retratar en sus artículos sobre el viaje a Yanquilandia (a lo mejor lo “bulearon” o “carnearon”, lo alburearon, pues, y no se dio cuenta), es al parecer el rasgo de seres inocentes o ingenuos al menos. Algo así, pero al revés, ha sucedido con un crítico del ocio del gobierno de la llamada 4T, que en la expresión dogmática de su elaborado pensamiento ha mostrado un sesgo candoroso frente a la realidad humana. Esta persona acaba de encarnar otra polémica en relación al tema del ocio, pues resulta que hay seres que son dados a la polémica aunque sea de manera tardía en sus vidas.
Es lo que sucede con quien he llamado en anterior ocasión el Marx de la 4T, y que publiqué una columna en SDPNoticias “El Marx de la 4T y los Libros de Texto Gratuitos” ; Arriaga, Director General de Materiales Educativos y responsable de los Libros de Texto Gratuitos (LTG) -esa noble institución creada por Jaime Torres Bodet y Martín Luis Guzmán en 1960-, quien en breve tiempo ha protagonizado algunos escándalos. Como ser acusado de machismo por las feministas, de saber poco de bibliotecas cuando su cargo anterior en la dirección de la Biblioteca Vasconcelos, de su cercanía con la esposa del presidente, Gutiérrez Müller, de convocar a diseñadores para ilustrar ¡de manera gratuita!, la nueva edición de los LTG. Ni siquiera un mes de su magro y austero sueldo pensó en donar para los artistas verdaderamente independientes, que no han tenido trabajo durante la pandemia, y legitimar así su nombre de pila bautismal; claro, estos enfurecieron.
El nuevo episodio añadido al Marx de la 4T es el de haber condenado a la lectura como acto individualista o por mero ocio. En un discurso reciente, “Formación de docentes lectores en las escuelas normales”, tras hacer un diagnóstico y una crítica al sistema de consumo neoliberal de fines del siglo XX y principios XXI, exalta el valor de la lectura como herramienta de transformación social que le parece se ha desdibujado ante su mero carácter estético. En efecto, en el discurso que comparte en un tuit, no se lee la frase que la prensa ha atribuido a Arriaga, “Leer por goce es un acto de consumo capitalista”; no obstante, sí se encuentra como sentido esencial. Este fragmento lo aclara:
“Siempre entendiendo que no se trata de leer por leer, sino asumiendo que el acto de lectura es un compromiso y genera un vínculo con el texto y el autor, y en la medida que se asume este ejercicio como algo que fomenta las relaciones sociales en donde no se trata de un acto individualista de goce, sino un análisis profundo sobre las semejanzas y diferencias con los demás, se estará formando a sujetos críticos que busquen la emancipación de sus pueblos”.
Y de hecho, el discurso tiene dos partes. La primera es una perogrullada, una obviedad, una vacilada: es natural que en el contacto entre el individuo y cualquier lectura exista una interacción que puede llegar a concitar acciones de solo pensamiento o de cambio pragmático ya sea social, político, religioso o artístico. La segunda es una sentencia dudosa, pues no necesariamente la lectura que forma a “sujetos críticos” lleva a “la emancipación de sus pueblos”. ¿De qué tipo de libertad se habla o en cuál se piensa? Porque históricamente lo cierto es que los dogmas ideológicos han llevado a totalitarismos y dictaduras; hay que rechazar esa trampa que el funcionario de la SEP no aclara.
Pero no todas las noticias son negativas para Arriaga, hace pocos días el presidente López Obrador lo ha elogiado como un ser honesto en su conferencia matutina. Por otro lado, y como dirían los tradicionales periodistas sensacionalistas y especuladores, una fuente cercana de presidencia me ha informado que el polémico funcionario está siendo atacado por haber sido el responsable –por orden, autorización o acuerdo superior, se entiende- de dar por terminados los contratos millonarios, en su condición de director de la Biblioteca Vasconcelos, de empresas como Clío, de Enrique Krauze, Nexos, de Aguilar Camín, y El Universal, de Ealy Ortíz. Esto no está mal si se ve en la perspectiva que ha expresado hasta la obsesión el presidente y que ha dado pie a la crítica a estos “intelectuales orgánicos”, como él les llama.
Pero que no olvide López Obrador que la 4T también tiene intelectuales orgánicos, quienes sustentan la ideología y la praxis de su proyecto (empezando por él como el primer intelectual orgánico del mismo), y que algunos de ellos son ideológicamente dogmáticos, trasnochados, abanderados de ideologías fracasadas históricamente como la del marxismo-leninismo y aun el estalinismo. El presidente sabe de esto, porque él ha establecido asimismo dos tipos de movimientos revolucionarios. Los encabezados por minorías de élite que se imponen a la mayoría por métodos violentos; Unión Soviética o Cuba, por ejemplo. Y los movimientos impulsados por una mayoría que ganan pacífica y democráticamente y son solidarios a la vez que críticos; ejemplos, el Chile de Allende o el que se pretende hoy en México.
Así, un discurso dogmático (independientemente de ser o no ingenuo) no puede prosperar en ninguna sociedad por largo tiempo, tampoco puede por tanto ser asumido por un tipo de movimiento democrático.
El problema de Arriaga, me parece, es que desea participar más allá de sus posibilidades y en ello empeña su pensamiento y sus ideas, lo que trae como consecuencia el rechazo y la crítica. Salvo en las dictaduras políticas o religiosas que imponen cánones de conducta y formas de ser, ¿quién puede hoy negar, en cualquier sistema o circunstancia política, la lectura, la música, la pintura, el arte en general como puro placer cuando de todas maneras, ese acto de goce individual, tiene derivaciones pragmáticas en la vida social y personal?
Y esto es así, porque según registra Plinio el Joven haber dicho el Viejo, “no hay libro tan malo que no tenga algo bueno” (y transformado por el ocioso Wilde, “La verdad es que no hay libros malos, lo que hay son malos lectores”). ¿Quién puede negar ese placer individual, entonces? Sólo el yerro, la locura o la ingenuidad.