La contienda por el nuevo poder en 2024 se ha abierto. Los actores tensan sus fuerzas gradualmente, ordenan sus alianzas, inician la preparación de sus programas, de sus cuadros más destacados, en fin, se preparan para la batalla por el poder. Todo indicaría hasta hoy que la coalición actual favorable al proyecto del gobierno de la 4T y del gobierno mismo, arranca con una clara ventaja, pero sin certeza absoluta de nada. La correlación de fuerzas socio-políticas es siempre dinámica, exhibiendo siempre también tendencias claras que se sostienen, amplían o modifican.
Todos hablan en favor de un mejor futuro para México desde su concepción, desde su enfoque de las prioridades nacionales, desde sus bases ideológicas, desde su experiencia política en la lucha, y su nivel de conocimiento de las problemáticas presentes en el país. Nosotros tenemos la convicción de que hoy más que nunca amar a México, buscar un mejor futuro para todos sus habitantes, requiere transformarlo, arrasar con las rémoras que tanto daño han hecho en el pasado (corrupción, saqueo de riqueza, robo masivo de recursos públicos, incluidos los de presupuesto público, la entrega de recursos naturales; petróleo, gas, minerales, incluyendo plata, oro y litio), liberarlo de esas ataduras e ir hacia una emulsión nacional que impulse todas sus capacidades o fortalezas actuales a partir de desarrollar las transformaciones necesarias y evidentes en distintos renglones de la vida nacional.
Amar a México no puede ser contener su transformación. Se pueden discutir las transformaciones necesarias, sus formas y términos, pero no volver al dominio de fuerzas sociales que en el pasado erosionaron brutalmente sus riquezas, que hundieron en la más abyecta pobreza a 70 millones de mexicanos, eso no resulta viable, ni social, ni ética, ni política, ni históricamente. Hoy amar al país es transformarlo, cualquier modalidad de nacionalismo para que sea verdadera debe ser transformadora, hacia el progreso nacional.
En esta línea de demarcación histórica se confrontan las fuerzas socio-políticas e ideológicas en México. El nacional-conservadurismo (“Va por México”/”Frente Amplio por México”) y el humanismo-progresista y transformador (“Juntos Haremos Historia”). La dialéctica de estas fuerzas en su diversidad y dinámica de confrontación, no hace posible una síntesis que las sitúe en un estadio superior. Sus contradicciones actuales están en el terreno de una voluntad total de vencer a la otra fuerza. Es decir, las contradicciones existentes no son antagónicas porque ninguno aspira a la destrucción de la otra fuerza, sino a derrotarla electoralmente, por ello, como conglomerados socio-políticos evolucionarán hacia un espacio nuevo que será el del próximo gobierno en donde desplegarán sus contradicciones desde otra postura de fuerza social cada una.
Explico: el uso del concepto del “antagonismo” como parte del marco conceptual para pensar la conformación y situación presente del orden social, macro espacio a cuyo interior se desarrolla el choque de fuerzas y de concepciones sobre el mismo; se usa también en una perspectiva analítica para conocer y/o dar cuenta de la dinámica específica del conflicto político, de sus términos, condiciones y características, incluso de su naturaleza política; y finalmente, como una variable y como insumo socio-ideológico para estudiar la construcción de las identidades políticas de las fuerzas confrontadas.
En México estamos en una confrontación dentro de un sistema institucional, concretamente en un subsistema político electoral y de partidos a cuyo seno se dirimirá y resolverá el proceso de las contradicciones de los actores actuales en lucha, no está planteado en otros términos, como podría ser la destrucción o desaparición de adversario. Por fortuna.
La fuerza del nacional-conservadurismo (no es estigma sino definición) tiene como bandera fundamental el derrocamiento del poder actual constituido y en funciones para instalarse en el mismo. Es decir, hablamos de la sustitución de una fuerza socio-política por otra, con una plataforma programática distinta para aplicarse desde el gobierno. Sus postulados -por lo menos hasta ahora conforme a lo expresado por los principales líderes visibles de ella- se orientan a establecer una restauración del modelo político y económico-social precedente, no exactamente “el neoliberalismo salinista”, no, sino una versión retocada y un ejercicio del poder también con matices, en donde el gran capital tenga una nueva enorme influencia en la toma de decisiones. Que el Sr. Claudio X. González Jr. sea el líder de dicha fuerza lo garantiza plenamente. El conservadurismo, ayer como hoy, comprende también posturas de seudo-izquierda que terminan en el bando de las fuerzas restauradoras, porque el conservadurismo es una ideología con distintas vertientes.
La derecha mexicana rara vez se ha asumido como tal, salvo en el siglo XIX, de la mano del poder eclesiástico. Hasta Lilly Téllez se los reprochó ya. En parte es una actitud simuladora y en parte una postura táctica. El largo predominio de la “ideología de la revolución mexicana” que la estigmatizó siempre como portadora potencial de la traición nacional, no le dejó casi espacio ideológico, nuevamente salvo en sus vínculos eclesiásticos.
Un estudioso de la derecha en México como corriente histórica, que lo es Roger Bartra, la identifica a partir de lo que llama “tres lastres” formados por “tres cuerdas tradicionales”: “la tradición católica integrista, las tradiciones vinculadas a la exaltación de la identidad nacional y el sector tradicional de la economía”. Curiosamente este mismo teórico y analista, al declarar que el presidente AMLO es un “populista de derecha”, lo ubica dentro de estas tres “cuerdas tradicionales”, particularmente: las creencias religiosas, la exaltación del nacionalismo, y la defensa de la economía campesina.
Considero que la falla central es no entender que el presidente AMLO es el más heterodoxo de los líderes progresistas que han existido en México desde el siglo XX hasta hoy, la amalgama de ideologías que integran el pensamiento político de AMLO, y que un autor profundo como Bartra reduce a tres principios. AMLO tiene esas tres características, pero además en tiempos de un modelo de globalización agresiva, reivindica la autodeterminación de los pueblos y la independencia y soberanía nacional como precondición para asumir decisiones trascendentes y propias desde el Estado nacional. Tomemos este principio.
Dos ejemplos: allí tenemos lo que pasó durante 30 años con la política y la doctrina para combatir al crimen transnacional organizado, fue dictada desde el Pentágono, la Casa Blanca y el Departamento del Estado y los resultados fueron más que desastrosos por la falta de política soberana en materia de seguridad. O los modelos de política económica para combatir las crisis estructurales de los fallidos modelos de desarrollo en México, el de la sustitución de importaciones (años 70 y 80) y el neoliberal (años 90). mediante las cuales desmantelaron el patrimonio público del Estado y lo entregaron al capital privado transnacional, mexicano y extranjero. Eso lo hizo también un canalla como Boris Yeltsin en la URSS. La privatización de la banca acabó en el FOBAPROA, una deuda que estamos pagando los mexicanos de aquí a 50 años más. La política energética hasta que casi destruyeron totalmente PEMEX, la empresa petrolera más rentable de América Latina por encima de PDVESA de Venezuela.
Oponerse a todo esto, revertirlo, rescatar la soberanía energética (como lo planteó Obama para EUA), buscar la autosuficiencia alimentaria (como lo determinaron todos los líderes comunitarios durante los años 80 y 90 en Europa y EUA), apoyar con recursos la economía campesina mexicana avasallada por la economía estadounidense que tienen la tasa de subsidios más alta del mundo por hectárea sembrada de producto (los datos están localizables). O hacer uso de la libertad de creencias religiosas consagrada en la Constitución Política de México y declararse creyente o cristiano (sin duda con algunos excesos que hay que reconocer), todo ello ¿conforma una “postura de derechas”?. Creo que hay doctrinarismo y animadversión. No puedo entenderlo de otra manera.
Hoy el modelo macroeconómico de México es el más exitoso de América Latina y de otras regiones. Es un modelo de equilibrio con economía abierta que coordina simétricamente los movimientos de las tres variables centrales de la economía: el precio del dinero, el precio del trabajo y el precio del tipo de cambio. Y todo, en un contexto de crecimiento de los ingresos y de los salarios reales echando por tierra la falacia fraudulenta del neoliberalismo: si los salarios aumentan a una tasa mayor a la de la productividad, se dispara la inflación de costos (economía neoclásica).
Esto lo reconocen hasta sus más acérrimos enemigos, que pronosticaban, el desastre de la economía nacional. Se equivocaron rotundamente, y a través de este modelo macroeconómico, se impulsan las bases de un nuevo modelo de desarrollo económico, con distribución del producto social y combate a la desigualdad, soberanía energética (incluyendo el litio) e impulso al sector transnacional externo con programas de inversiones conjuntas con el Estado. Se ha anunciado ya que en el próximo informe del CENEVAL se consigna una reducción neta de la pobreza en México. Nada más.
Regresamos con la próxima entrega a todo esto.