El documento emitido por los órganos internos de Morena respecto a las quejas e impugnaciones que presentó el equipo de colaboradores de Marcelo Ebrard sobre el proceso de interno de selección del virtualmente candidato o candidata a la Presidencia de la República por dicho partido, no le sobra prácticamente nada, en esencia. Se reconoce que hubo anomalías importantes, que en distintos casos fueron debidamente documentadas con evidencias aceptables y que debe pasarse a la aplicación de sanciones a los infractores. En suma.

Es imposible considerar que en un proceso interno basado en una campaña con importantes restricciones y resuelta a través de una serie de encuestas, las cuales también tienen técnicamente sus imperfecciones conocidas, todo habría resultado impecable. No era posible considerarlo así. Pero algo muy distinto era que las anomalías fueran de tal magnitud que anularan el resultado, eso tampoco era sostenible, porque el liderazgo y ventaja de Claudia Sheinbaum ante cualquier otro aspirante, había sido una constante a lo largo de estos 4 años.

La izquierda en México y el mundo ha ido tras la conquista de la democracia social, la democracia política y la democracia económica con toda la fuerza que ha sido capaz de poner en juego, pero no ha puesto el mismo empeño en conseguir y preservar la democracia interna de las organizaciones partidistas que la han representado como fuerza política del cambio. Hay una cierta tradición de antidemocracia interna debido a que regularmente los liderazgos son muy poderosos en tales movimientos, incluso, de que desbordan a los movimientos, como factores de influencia determinante: personalización del poder, culto a la personalidad, factor desbordado de poder personal, liderazgo carismático, y otras categorizaciones más para aludir a este fenómeno.

El correlato lógico de ello han sido los partidos corporativos (de perfil fascista), los partidos de Estado (que se crean para administrar la permanencia en el poder, no para conquistarlo, y que son extensiones de las estructuras de poder del Estado), o bien partidos tipo “Frente Nacional” en donde hay una amplia autonomía de las organizaciones y el “liderazgo carismático” unifica las diversidades al ubicarse en términos de influencia más allá de cada organización partidista.

En consecuencia, uno de los pasivos sustanciales de la izquierda partidista es la democracia interna, que conlleva el fortalecimiento de las estructuras de supervisión y fiscalización, de vigencia estatutaria, y de sanciones en su caso, un partido que en su vida interna no tiene esto, es un simple club de amigos, y no es útil cabalmente para la transformación del país, porque se requiere que no se sometan a un liderazgo poderoso, sino que desarrollen su función y se nutran de la dinámica de las bases partidistas. Cuando esto ha fallado en la izquierda mexicana surgen los “dueños de partidos” o las “oligarquías partidistas” que tienen una relación utilitaria con la militancia partidista. La experiencia del PRD para hablar de lo más contemporáneo, es más que ilustrativa.

Las columnas más leídas de hoy

Y de esta anulación de la vida interna de un partido, surge el otro problema crónico en la izquierda de distintas partes del mundo: al no tener un cauce institucional para desahogar correctamente los disensos en la línea política, en la acción del partido, en la estrategia etc., surge el faccionalismo, a manera de “grupos de expresión” que tienen su propia lógica de organización y funcionamiento y se sobreponen a las estructuras formales, estatutarias del partido. Cuando tampoco ello posibilita el encausamiento de las disidencias y confrontaciones, entonces surge la escisión como último recurso de los disidentes.

Por ello, los “liderazgos excesivos” o sobredimensionados, sin acotamientos internos (los famosos “contrapesos”) redundan en la antidemocracia partidista, en las oligarquías sobrepuestas a la militancia, privilegiadas, militancias que se vuelven “paisaje singular” para las concentraciones, mítines y marchas. De ese tipo de autoritarismos salvajes surgen los “grupos de inquisidores”: los dueños de la verdad, los de la lealtad indeclinable al líder como medio de legitimación propia, los que señalan a los traidores, a “los vendidos” y a los impíos del movimiento. No cabe la disidencia, el disenso. La crítica es traición, es guerra declarada.

No hay nada más poderoso para un proceso de transformación nacional que un liderazgo colectivo fuerte ideológica, política, y éticamente, un programa político claro producto del consenso mayoritario, un partido con sólidas estructuras internas que contrapesen los liderazgos fuertes nacionales o regionales, y una militancia movilizada, participativa, plenamente identificada con su organización partidista y legitimando cotidianamente sus estructuras de poder interno. Esa ecuación es extremadamente difícil de vencer.

El acuerdo Claudia-Marcelo con el visto bueno del presidente AMLO pone a Morena en la ruta de un verdadero partido, hay muchos “inquisidores embozados” que darán su pelea, porque al final del día, ellos tienen su propia visión del movimiento, de los liderazgos, de la militancia, etc. que corresponde según mi visión, a una izquierda autoritaria, cerrada, dogmática, propietaria de verdades inmutables, de cargos partidistas, cargos de representación y de gobierno para grupos de feligreses. Para quienes la crítica es sinónimo de traición. Son los santurrones de la izquierda.

Es necesario oponer la visión abierta producto de la experiencia histórica que marque el avance de la nueva fuerza mayoritaria en México que está transformando a México. Si la izquierda no es congruente con sus postulados y sus luchas históricas, es sólo una partida de políticos sin ideales, eso sí traiciona las luchas habidas y a quienes han entregado todo a cambio de los ideales.

Claudia Sheinbaum dio una muestra y ejemplo claro y preciso de vocación democrática y Marcelo Ebrard de igual manera. Magníficos signos para el futuro. La congruencia al mando de la política.

El humo blanco en Morena presagia “habemus partido”.