Todas y todos hemos padecido de la violencia digital, unos en mayor medida que otros, lo que no significa que se agrega mucho o poquito. La violencia no se mide, no se pesa, es violencia y punto.

La violencia digital en contra de las mujeres está alcanzando niveles alarmantes, se dice incluso que casi el 80 por ciento de quienes usamos redes sociales hemos sido violentadas en algún momento.

En días pasados la senadora Andrea Chávez fue terriblemente violentada por el caricaturista Antoni Garci Nieto con una publicación manipulada con inteligencia artificial (IA) que mostraba un cuerpo semi desnudo con su rostro. La polémica se desató y la senadora amagó con denunciar al monero, pidiendo que sea sancionado y que se aplique la Ley Olimpia, que considera como delito la difusión de videos, audios o imágenes con contenido sexual sin la autorización o consentimiento de la persona involucrada, sin importar que sea manipulado con IA o cualquier otra herramienta digital.

Por su parte el caricaturista se defendió diciendo que no era el autor de la imagen  y que solo se trataba de algo gracioso, cotorreo o chiste, pues según él, cito textual,  “hacer humor y el humor siempre es incorrecto, limitarlo es censura, no importa el pretexto que usen para justificar y esta es la censura desde el poder” .

Las mujeres estamos cansadas de que se disfrace la agresión, misoginia o machismo con el pretexto del chiste o la burla, se nos sigue cosificando y degradando  a un simple objeto sexual.  Y más aún cuando se escudan en la libertad de expresión, que en efecto, está consagrada en nuestra Carta Magna como un derecho, pero que, como todo, debe tener límites. El caso del monero y su agresión a la senadora nos deja muy claro que el periodismo actual, debido a la era digital en que vivimos, enfrenta grandes retos, donde el respeto a los derechos humanos debe prevalecer.

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Cuando se desató esta polémica, hacía pocas semanas que en la familia vivimos un lamentable episodio. Un amigo de la infancia de una de mis hijas la estaba acosando en redes acusándola de libertina, “piruja”, y otras linduras por haber publicado una foto con la leyenda: En esta casa somos feministas, defendemos nuestro derecho a elegir sobre nuestro cuerpo y jamás discriminamos a nadie por su preferencia sexual. El tipo, de 25 años, le respondió con una imagen religiosa, alterada con IA, donde está Jesús de pie con unas sexoservidoras arrodilladas pidiendo perdón y detrás una imagen de la bandera de arcoíris, representativa de la comunidad LGBTQ+.

Mi hija no le dio gran importancia a la primera agresión, pues solo pensó que su amigo (hoy examigo) estaba loco y que se estaba fanatizando con la religión. Pero las agresiones siguieron. Después de bloquearlo en Instagram porque le mandaba respuestas  agresivas como “¿ya te vas a arrepentir por vestirte así?” “¿Estás esperando que te violen por andar en short enseñando las nalgas?” se fue a su Whatsapp y en el colmo, al mío, para decirme que por mal educar a mis hijas las pueden matar. Al preguntarle si estaba en su sano juicio solo me puso risas y respondió, “están amargadas, estoy bromeando, solo quería que tú me respondieras porque tu hija no aguanta una bromita“. De inmediato le pregunté a mi hija qué pasaba y hablé con la mamá de ese fulano, amiga mía desde hace varios años (quizá deba decir examiga) para decirle que su hijo violentaba a la mía. Ella solo respondió: “Ya sabes cómo tiene sentido del humor, no le hagan caso”... Y se río.

Ni mi hija ni Andrea ni nadie debemos tolerar que con el pretexto de ser gracioso o de usar el humor negro se nos sobaje o violente. Por desgracia la línea entre el humor negro y la agresión puede ser difusa, y más si se ampara o se usa como pretexto la libertad de expresión. Un caricaturista, periodista, escritor debe anteponer ante todo el respeto que merecemos las mujeres. Se vale decir de todo, menos ofender.

Ni duda cabe que el caricaturista actuó mal. Ya tendrá tiempo de recapacitar. En cuanto al hombre que violentó a mi hija después de haberme escuchado no sé si le queden ganas de seguir haciéndose el gracioso o el predicador de las “buenas costumbres”, lo que sí exijo desde aquí es un ya basta sonoro ante tanta agresión machista que sufrimos las mujeres.