Estamos a 15 días del inicio de los Juegos Olímpicos. Y Tokio, para bien o para mal, pasará a la historia como sede del evento deportivo más grande de cada cuatro años y que trata de hacerle una faena de torero caro al coronavirus.
Oficialmente los Juegos se llaman “Tokio 2020” porque debieron celebrarse el año pasado. Por razones de todos conocidas los Olímpicos tuvieron que aplazarse, y en el proceso el Comité Organizador ha tenido que hacer toda clase de maromas (¿te suena el término?) para mantener a flote la magna justa.
El gobierno japonés declaró este jueves un nuevo estado de emergencia (cuarto en el país desde que inició la pandemia), que iniciará el lunes y se extenderá hasta el 22 de agosto debido al aumento de casos de COVID-19 en Tokio.
Los Juegos Olímpicos inician el 23 de julio y terminan el 8 de agosto.
Así, el gobierno japonés no tuvo de otra: los Juegos serán a puerta cerrada.
“Se hizo un juicio muy duro”, dijo Seiko Hashimoto, del Comité Olímpico Japonés. Y agregó que, debido a la pandemia, “no tienen más remedio que celebrar los Juegos de forma limitada”.
¿Eso significa que los Juegos podrían cancelarse definitivamente? Ni lo sueñes.
Es demasiada la plata que está en juego y el Comité Olímpico Internacional (COI) no tiene ni la menor intención de perder 4 mil millones de dólares en caso de que los Juegos se cancelen.
Como sucede en la mayoría de los grandes eventos deportivos (Copa Mundial de futbol, la Champions, Super Bowl, etcétera) el COI obtiene casi el 75% de sus ingresos de la venta de derechos de transmisión. Ese dinero se pagó desde hace años y, créeme, el reembolso no es una opción.
Según cifras oficiales, Japón ha gastado poco más de 15 mil 400 millones de dólares en la organización de los Juegos y ni uno de esos billetes puede garantizar que no habrá un brote durante las dos semanas que dura el evento. Con un solo caso positivo en la Villa Olímpica, la fiesta se convierte en caos.
El Dr. Shigeru Omi, asesor médico del gobierno japonés, pidió a las autoridades locales que tomen “medidas duras” antes del inicio de los Juegos Olímpicos.
“El periodo de julio a septiembre es el momento más crítico para las medidas COVID-19 en Japón”, dijo Omi, según cita The Associated Press. “Las infecciones están en su fase de expansión y todos en este país deben comprender la gravedad”.
Ayer miércoles, el gobierno de Tokio informó de 920 casos nuevos de COVID-19, 300 más que la semana pasada, y el total más alto desde los mil 10 contagios reportados el 13 de mayo.
Algo que no veremos durante las transmisiones de televisión de los Juegos son las protestas afuera de las sedes, que no serán pocas.
Más de 70% de los japoneses quiere que los Juegos Olímpicos se cancelen o al menos se pospongan de nuevo, reveló una encuesta del periódico Kyodo News en junio.
De hecho, 32.8% de los encuestados está a favor de que se aplacen otra vez y solo 24.5% quiere que se lleven a cabo según lo programado.
Una petición en internet para que el evento se cancele recolectó 50 mil firmas en las primeras 24 horas.
Todo eso ha sido olímpicamente ignorado por el presidente del COI, Thomas Bach, quien llega a Tokio este jueves.
Bach, quien tendrá que encerrarse en su hotel durante un mínimo de tres días, tuvo como regalo de bienvenida un nuevo estado de emergencia.
Tokio y el COI tienen una bomba de tiempo entre las manos. Su prioridad tiene que ser el bienestar de los miles de deportistas de más de 200 países (hasta ahora 94 de México) que comenzarán a competir entre sí en dos semanas.
Pero, entre la ambición, la necedad y la irresponsabilidad, tanto del Comité Olímpico Internacional como de los organizadores, solo queda desearles mucha suerte a los atletas. Hoy más que nunca tienen que cuidarse y seguir al pie de la letra las instrucciones de las autoridades médicas japonesas y de sus propias delegaciones.
En Tokio 2020 el objetivo es competir, ganar… y regresar a casa.