La llegada de la Cuarta Transformación arrastró un concepto de difusión de la información con un giro; quizá no innovador, pero infalible para incidir en la opinión pública. Justamente esa forma o estilo de dar lectura a los datos o noticias tienen distintos matices. Ya podemos imaginarnos a los medios o las plataformas de análisis que, antes de la entrada del presidente, predominaban para detener el avance o el progreso de una expresión que impactó con un nuevo discurso y programa gubernamental.
Con ferocidad sincronizaban una guerra mediática contra el enemigo público del sistema: Andrés Manuel López Obrador. Fue despiadada, hostil y burda. Quizá influyente, y al mismo tiempo servil. Con ello, vino la victoria del ahora mandatario y, tal parece, que la comunicación ha dado un giro al paradigma social.
Nacieron nuevas plataformas, por cierto, muy mediáticas en las redes sociales con el fin de contrarrestar la hegemonía monopólica de la comentocracia. Le vino bien. Se abrió el campo de la pluralidad o los nuevos estilos de dar lectura a la agenda pública. Se narró desde un estilo propio los rubros trascendentales como la inseguridad, el tema de la educación, la salud y el combate a la corrupción: un lastre que ha decidido erradicar el presidente Obrador.
Pero...¿Qué ha pasado?
Desde mi opinión circula una polarización mediática en los medios de información. Fiel a su estilo, muchos defienden las evidencias y los testimonios justificados o fundamentados en algunas fuentes que, en ocasiones, resultan superficiales. En numerosas circunstancias se han ilustrado las difamaciones, la Fake News, las fabricaciones y, ¿qué pasa?, que al final terminan siendo desnudadas o la verdadera versión trasciende a velocidad de la luz por todos los instrumentos o mecanismos digitales.
Presto mucha atención a los temas dominantes de la agenda; igualmente, coincido en coyunturas en la crítica que lanza el presidente a través de la máxima tribuna mediática de la mañanera. En momentos, señala, una ola de difamaciones que proyectan una noticia falsa o, quizá, extralimitada en el contenido.
Tiene razón, la prensa en ocasiones no es del todo honesta, plural y profesional. No todos.
Hay periódicos y diarios de circulación nacional responsables y con una vocación impecable, aunque otros no; de igual forma, periodistas, analistas y columnistas que, toda mi vida, he admirado muchísimo, sin embargo, es importante señalar que otros no— porque recurren a la clásica zona punitiva de un espacio periodístico.
Quizá ese fue el detonante que me inspiró adentrarme a los temas de análisis. Siempre, eso sí, con un criterio propio; le he dicho reiterada y abiertamente: simpatizo con el presidente Obrador. Le creo. Es un hombre honesto. Pero me declaré apartidista; creo en los proyectos de transformación, aunque desconfió de mucha clase política.
En esa contraparte, se observa una desmesurada o desfasada comentocracia carente de un sentido de pluralidad o imparcialidad. Me inclino por la autenticidad propia de mi instinto, a pesar de que señaló la pobreza o la saña con la que, en etapas, se pretende linchar mediáticamente al presidente. Pero, de igual forma, no comparto en ocasiones el hecho de pretender escalar la noticia en dos bloques que están plenamente identificados en una prensa polarizada.
La que ataca al presidente y la que la defiende. Es bueno, pero en ocasiones no. Apoyar una agenda u denostar puede perder cierto sentido de credibilidad. Procuré siempre tener clara mi identidad política, aunque me centré en una concepción para abrir la pluralidad. En momentos claves también se requiere una crítica fuerte; no todo ha salido bien; se avanzó, pero falta.
Pero cargar una guerra propagandística con tintes políticos, es entrar en un terreno polarizado en la que, la enorme diferencia, se disuelve con la conciencia de que podemos persuadir o aceptar como verdad y que fundamentos existen para adoptarla.