En esta semana se está llevando a cabo la edición 54 de la reunión anual del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), en Davos, Suiza. Este foro se caracteriza por las conferencias magistrales que se imparten. Y, para muchos, por la presencia de personajes de alto nivel del ámbito financiero y empresarial, es el paraíso del “networking” del mundo de los negocios.
Su objetivo en esta edición es el de “reconstruir la confianza” entre naciones y sociedades, para “abordar los retos mundiales más acuciantes, en un mundo con mayores divisiones sociales, para impulsar soluciones con visión de futuro”.
A diferencia de otras ediciones, en la reunión de este año las principales economías del mundo no están siendo representadas por sus líderes políticos (la mayoría de estos -que pertenecen al G7 y al G20-, están siendo suplidos por funcionarios de menor jerarquía). Cada vez se cuestiona más la influencia del WEF como organismo de liderazgo mundial.
En este marco, Javier Milei dio ayer un discurso incendiario. Toda una “oda”, más que al capitalismo dogmático y el libre mercado, a lo que él entiende por “libertarismo”. Sentenció, entre otros, que, “Occidente está en peligro porque aquellos que supuestamente deben defender sus valores se encuentran cooptados por una visión del mundo que inexorablemente conduce al socialismo y en consecuencia, a la pobreza”; “los principales lideres del mundo occidental han abandonado el modelo de libertad, por el colectivismo”; “la justicia social es intrínsecamente injusta porque es violenta”; y, al final, hizo una advertencia: “el Estado no es la solución, es el problema mismo”.
Estas frases resonantes, y la defensa de los empresarios como “héroes libertarios” y “benefactores sociales”, dignas de un líder populista, fueron recibidas con estupor y sorpresa en Davos.
En su artículo de esta semana en The Wall Street Journal, “La humillación del hombre de Davos”, Walter Russell señala, precisamente, que el foro puede fracasar si no se proponen soluciones reales y puntuales a riesgos mundiales concretos y se queda solo en posicionamientos discursivos que no lleven a nada (hay que aclarar que “el hombre o mujer de Davos” es la manera en que el politólogo Samuel Huntington, en 2004, definió a los asistentes a Davos: trabajadores de “cuello-dorado” que pertenecen a la “superclase global” o “cosmócratas”).
Según Russell, el “hombre de Davos” ha perdido su capacidad para definir el rumbo mundial, de ahí su “humillación” o “deshonra”. Se tiene que demostrar que en Davos hay capacidad de resolución, entre los líderes políticos, los empresarios y diversos miembros de la sociedad, para que se pueda “reconstruir la confianza”.
En ese sentido, el mensaje de Milei cayó como balde de agua fría. Mas que contribuir a los objetivos del foro, ahondó en la crisis de credibilidad por la que atraviesa Davos.
Más de uno de los participantes del WEF se incomodó con sus palabras (“too much for me” -demasiado para mí-, “delirio absoluto”, y “fuera de lugar”, fueron algunas de las reacciones de los asistentes, que reportó el propio diario conservador argentino La Nación). Otros, que simpatizan con posiciones de ultra derecha, lo celebraron.
Según El País, “Milei fue recibido con entusiasmo en el corazón del capitalismo, como un gran defensor del mercado, palabra sagrada para los ejecutivos que llenaban a reventar la sala principal, algo muy poco habitual cuando habla un político. Pero, en cuanto empezó a hablar, rápidamente las caras empezaron a cambiar. Solo hubo aplausos tímidos al final, muchos de ellos desconcertados.”
No cabe duda que si Milei buscaba personificar con su discurso a “la humillación del hombre de Davos”, lo logró con creces. ¡Vaya manera de irrumpir en el escenario mundial!