El martes 11 de septiembre de 2001, Monterrey amaneció en el caos por las inundaciones, calles anegadas, desbordamiento de ríos y arroyos, decenas de familias evacuadas, suspensión de clases, daños materiales, heridos y un ahogado.
Como vicepresidente de comunicación y asuntos corporativos, yo había convocado a una reunión de ejecutivos responsables de las tareas de comunicación de todas las operaciones de CEMEX en el mundo. Estábamos en la sede de la EGADE del Tec de Monterrey, cuando en las pantallas de televisión vimos una serie de devastadores ataques terroristas, incluida la destrucción de las icónicas Torres Gemelas de Nueva York. Esto puso en marcha eventos que transformarían tanto a Estados Unidos como al mundo.
Los ataques del 11 de septiembre cambiaron la relación de Estados Unidos con México y con todos los países. Hemos sido testigos de los enormes costos reales de las guerras que siguieron. Hubo una gran transformación de la política y la cultura. Todos sufrimos el daño causado por la desinformación y por el dilema entre la protección de los derechos personales y la seguridad.
Hace unos días, algunos profesores de la Escuela Kennedy de Gobierno de la Universidad de Harvard dieron a conocer sus perspectivas, a 20 años del 11 de septiembre:
Matthew Baum, profesor de la cátedra Marvin Kalb de comunicaciones globales, dice que 9/11, y sus secuelas, ofrecen una lección práctica sobre los peligros de la desinformación y las afirmaciones falsas. Hay consecuencias terribles por el diseño e implementación de políticas públicas basadas en percepciones erróneas o inducidas por información imprecisa.
Después del 11 de septiembre, surgió una virtual granizada de desinformación sobre los musulmanes, desde grandes exageraciones sobre la prevalencia del extremismo islámico, hasta afirmaciones de que las mezquitas estadounidenses eran focos de radicalización. ¡Incluso Donald Trump dijo que miles de musulmanes en Jersey City aplaudieron cuando las Torres del World Trade Center se derrumbaron!
Esto creó una atmósfera de miedo y paranoia. Aumentaron 1,700 por ciento los delitos de odio contra los musulmanes entre 2000 y 2001. Los legisladores estadounidenses otorgaron al ejecutivo nuevos y amplios poderes de seguridad nacional. Parecían dispuestos a sacrificar la libertad personal a cambio de una mayor seguridad. Se aprobó la Ley Patriota, que otorgó al gobierno un acceso sin precedentes a las comunicaciones privadas de los estadounidenses.
Linda Bilmes, profesora de políticas públicas en la cátedra Daniel Patrick Moynihan, dice que el mayor costo a largo plazo de las guerras posteriores al 11 de septiembre será proporcionar beneficios y atención médica a los hombres y mujeres que sirvieron en Irak, Afganistán y teatros relacionados desde 2001, y sus dependientes. Se proyecta que el costo presupuestario de estos compromisos alcance de 2.2 a 2.5 billones de dólares (en español) hasta el 2050. Estos gastos ya están “integrados” en el sistema, de acuerdo con los beneficios que el gobierno de los Estados Unidos ha prometido a esta generación de veteranos.
Archon Fung, profesor de la cátedra Winthrop Laflin McCormack de ciudadanía y autogobierno, dice que los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 unieron a los estadounidenses con un propósito común: apoyar a su gobierno. En las semanas posteriores a los ataques, la confianza pública en el gobierno alcanzó un nivel máximo no visto desde la era anterior a Watergate. En octubre de 2001, el 60 por ciento de los estadounidenses dijeron que podían confiar en que el gobierno de Washington “haría lo correcto”. En las dos décadas transcurridas desde entonces, la confianza en el gobierno ha caído a mínimos históricos: sólo el 20 por ciento de los estadounidenses dijo que confiaba en el gobierno en los años de Obama, Trump y Biden.
Los legisladores erosionaron los cimientos de la democracia al socavar la confianza pública. Primero, justificaron ir a la guerra en Irak con la gran mentira de que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva. Segundo, los horrendos costos de la guerra fueron sufragados por una pequeña parte de los estadounidenses. Tercero, los líderes continuaron librando las guerras en Irak y Afganistán aunque se habían vuelto impopulares.
Para que la sociedad prevalezca sobre estas crisis, los líderes públicos deben reconstruir puentes de confianza en el gobierno diciendo la verdad, fomentando el propósito común y el sacrificio compartido, y respondiendo a la voluntad de los estadounidenses.
Juliette Kayyem, profesora del centro Belfer de seguridad internacional, cree que no se debe olvidar que la misión antiterrorista tuvo éxito: “sí, la amenaza cambió, tenemos mucho de qué preocuparnos, pero hemos reducido el riesgo”. Estados Unidos ha aprendido mucho. Las motivaciones han cambiado y su aparato de defensa es más sofisticado, menos vulnerable que antes.
Mathias Risse, director del Centro Carr de políticas de derechos humanos, dice que en el cambio de milenio, una década después de la caída del Muro de Berlín, hubo un amplio debate sobre cuál debería ser el papel de Estados Unidos en el mundo, cómo debería desarrollar su victoria en la gran lucha entre los sistemas políticos que dieron forma al siglo XX. Los eventos del 11 de septiembre fueron una sorprendente llamada de atención: muchos estaban descontentos con la idea de que Estados Unidos sería el gran coordinador de la resolución de problemas globales, y algunos de ellos estaban dispuestos a cometer crímenes atroces para enviar ese mensaje. En respuesta, Estados Unidos declaró la “guerra contra el terrorismo”: eligió un conjunto de políticas diseñadas para atender su vulnerabilidad recientemente visible, en detrimento de muchas otras cosas.
El presidente Roosevelt había basado las políticas estadounidenses en cuatro libertades: libertad de culto, libertad de expresión, libertad frente al miedo y libertad frente a la miseria. Con George W. Bush, todo se trataba de librarse del miedo.
Vale la pena reflexionar sobre el impacto que el 9/11 tuvo en la relación entre México y Estados Unidos. Ayer leí en Milenio la entrevista que Víctor Hugo Michel le hizo al exembajador de Estados Unidos en México, Jeffrey Davidow. (“México titubeó ante ataques terroristas contra EU del 11-S”).
Davidow admite que el 11 de septiembre cambió para siempre la relación bilateral.
Dejó a México fuera del radar de George W. Bush, mientras que los titubeos del presidente Vicente Fox, y las declaraciones del canciller Castañeda, no abonaron el terreno. “Quedó la sensación de que el gobierno mexicano no quiso apoyar a Washington en su hora de mayor necesidad”.
Davidow dijo que la atención de Estados Unidos se movió a otros temas; el migratorio se volvió secundario. Ya no era una prioridad. La guerra contra el terrorismo se volvió prácticamente el único tema. Otras cosas que tendrían que haber sido resueltas bilateralmente con México perdieron importancia. México demostró, una vez más, ambivalencia.
Davidow dijo: “creo que hubo preocupación acerca de los ataques, o tristeza, pero al mismo tiempo los mexicanos querían dejar en claro que no iban a convertirse en un aliado de Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo”. Y añadió el exembajador: “Meses después, cuando Bush quería que la ONU aprobara una resolución permitiendo que Estados Unidos fuera a la guerra contra Irak (...) México estaba en el Consejo de Seguridad de la ONU y no apoyó la resolución que Estados Unidos quería. Eso causó aún más tensión”.
“Pero creo que el efecto más grande fue que después del 11 de septiembre Estados Unidos dejó de enfocar su atención a México y empezó a dirigirla a otros temas. Muchas de las expectativas se perdieron. Después de los ataques de septiembre hubo menos interés y menos deseo de hacer algo sobre las oportunidades con respecto a México. Creo que es un caso de oportunidades perdidas”, concluyó Davidow.
A 20 años del 9/11 no debemos perder la oportunidad de construir, con inteligencia, una nueva relación con Estados Unidos y fortalecer la idea de la región de América del Norte. Mañana inicia en Washington el Diálogo Económico de Alto Nivel. Podría convertirse en el inicio de una nueva era.
Javier Treviño i Twitter: @javier_trevino