El miércoles pasado me sorprendí con la decisión del Presidente de México de introducir en sus conferencias de prensa matutinas una nueva “sección”, “¡Quién es quién en las mentiras de la semana!”. No lo podía creer.

Los políticos modernos de todo el mundo destacan por sus estrategias inteligentes para relacionarse con los medios, para mostrar sus programas y vender sus ideologías. Desafortunadamente, el mal uso de algunos medios de comunicación, como herramienta de relaciones públicas, representa una falla importante en los sistemas de información.

AMLO ha sido claro en su visión: la tarea del Presidente en sus mañaneras es educar al pueblo sobre sus necesidades y la mejor manera de satisfacerlas. Pero en esa estrategia se asoma el dilema de ocultar o revelar información. Entonces el ejercicio se transforma y deja de ser un instrumento educativo para convertirse en uno de relaciones públicas.

La conferencia de prensa presidencial tiene el potencial de poder convertirse en el aula magistral para educar al pueblo. Como mínimo, debería ser un foro honesto para presentar novedades y políticas presidenciales. Lo controvertido es querer convertirla ahora en un evento mediático favorable.

El Presidente Barack Obama daba discursos y entrevistas, pero muy pocas conferencias de prensa.

La Casa Blanca insistía en que Obama era accesible. Y se convirtió en el político más exitoso en la era de Twitter, Facebook, YouTube y los blogs. La administración de Obama supo cómo comunicar su mensaje. Evitaba el filtro de los medios e interactuaba directamente con el público estadounidense.

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Obama dio cinco conferencias de prensa en la Casa Blanca el primer año de gobierno, una más que las que dio el presidente George W. Bush en su primer año en el cargo. La Casa Blanca hizo el cálculo estratégico de que obtendría mejores resultados al realizar muchas entrevistas seleccionadas en una variedad de plataformas (televisión, radio, medios impresos) en lugar de conferencias de prensa durante el día.

Durante los días de encierro por la pandemia, a fines de junio del año pasado, leí una columna en la revista “The New Yorker” escrita por Masha Gessen. Aquí artículo.

El título me llamó la atención en ese entonces: ¿Por qué algunos periodistas le tienen miedo a la “claridad moral”? La autora se preguntaba: ¿Qué tiene de terrible la “claridad moral”? La frase se ha convertido en el centro de un debate sobre los medios de comunicación y sobre la posibilidad del debate en sí.

Por su parte, el periodista Wesley Lowery, premio Pulitzer en 2016, escribió:

“El periodismo estadounidense desde la nada, obsesionado con la objetividad y las versiones de ambos lados, es un experimento fallido. Necesitamos restablecer fundamentalmente las normas de nuestro campo. El viejo camino debe irse. Necesitamos reconstruir nuestra industria como una que opere desde un lugar de “claridad moral”.

¿Y qué es la claridad moral?

La filósofa Susan Neiman la define: “La claridad moral trata de mirar cada caso en particular, mirar todos los hechos, mirar todo el contexto y elaborar respuestas”. Y aquí viene lo importante: “No debe confundirse con la simplicidad moral: es posible que tengamos valores morales claramente definidos, pero la búsqueda de la posición real de la claridad moral es siempre complicada y específica de las circunstancias”.

Para el periodista Lowery:

“La claridad moral es, ante todo, sobre hechos objetivos. Los nazis son malos, hecho objetivo. Las vidas negras importan, hecho objetivo. El cambio climático es real, hecho objetivo. El presidente Trump es un mentiroso, un hecho objetivo”.

En su artículo de opinión del New York Times, Lowery agregó que la claridad moral implica nombrar lo que observamos sin recurrir a eufemismos, lo que incluye etiquetar al presidente como racista. La claridad moral también puede describir la propia posición del periodista en relación con el tema.

Gessen concluye en su artículo: “la claridad moral es una búsqueda, guiada por valores claros e informada por hechos y contexto, y claramente alineada con el concepto original de objetividad periodística”. Y añade: “A principios del siglo XX, algunos reformadores visionarios del periodismo estadounidense imaginaron que el periodismo podía esforzarse por emular la ciencia, y que cada artículo era una especie de experimento: el escritor podía exponer todas sus pruebas y las circunstancias en las que se recopilaron antes de llegar a su conclusión. O, mejor aún, dejar que los lectores dibujen los suyos. Al igual que un artículo científico, un artículo de noticias podría escribirse de tal manera que si alguien más decidiera replicar el experimento (ir a los mismos lugares y hacer las mismas preguntas a las mismas personas que hizo el autor original) probablemente dibujaría las mismas conclusiones”.

Gessen explica:

“Con el tiempo, los supuestos que sustentaban el ideal de objetividad periodística se desvanecieron. Las convenciones en el enfoque y el tono se convirtieron en el relevo. La objetividad en el periodismo llegó a significar que se presentaran ambos lados de un argumento desde una posición de neutralidad. Pero no todos los argumentos tienen dos lados: algunos tienen más y algunos enunciados no deben ser objeto de un argumento. No puede haber discusiones sobre hechos”.

Toda esta discusión sobre “claridad moral” viene a cuento porque parecería que el gobierno federal mexicano desearía que todos los periodistas fueran defensores de todos los programas de la 4T, y que se alejen de la idea general de objetividad, para que su cobertura ayude a lograr un cambio social en México. El Presidente de México cree que los periodistas no cumplen con su deber de decir la verdad.

Aquí hay un dilema entre “verdad” y “objetividad”

El nuevo principio que la 4T debería entender es la “claridad moral”. La información objetiva puede ser una forma impactante de lograr un cambio social. Los periodistas informan lo que ven, ya sea positivo o negativo. No creo que la objetividad restrinja la capacidad de los periodistas para participar en el cambio social. Al contrario, la obligación de los periodistas es buscar el balance, el equilibrio, las dos versiones. Esa es la clave para que sean actores de la democracia, llamar a las cosas por su nombre, como ellos las ven.

Desafortunadamente, parecería que el periodista equilibrado, el que siempre da a los dos lados de la historia el mismo peso y mérito, no refleja la realidad de acuerdo con los criterios de la 4T. El supuesto será que el que no quiera aparecer en la sección semanal de la mañanera dedicada a los mentirosos se tendrá que ajustar a una narrativa, en lugar de ofrecer un disenso informado y opiniones contrarias que enriquezcan el entendimiento de las políticas públicas por parte de los ciudadanos.

Lo que a todos nos interesa es que los medios informen los hechos - quién, qué, cuándo y dónde - y confiemos en los lectores y espectadores para emitir juicios basados en evidencia y lógica. Pero vivimos en la era de la polarización. Está en peligro la importancia de la ética del periodismo, incluida la información objetiva, justa y honesta.

El periodismo mexicano se encuentra en una encrucijada

Los lectores quieren que se les informe, que los medios desafíen su forma de ver las cosas y que se les presenten diversos puntos de vista. El gobierno quiere que todos publiquen su versión. En la polarización mexicana, yo no creo que los dos polos en contienda quieran vivir, cada uno, en su propia burbuja, escuchando únicamente las perspectivas de su comentarista preferido.

He visto, en algunos sitios de internet, la publicidad de la filial local de ABC News en Washington, D.C., con la frase: “decir la verdad al poder”. Eso es lo que exige la democracia mexicana. Los ciudadanos necesitamos un periodismo libre, justo, sobrio, honesto, que diga la verdad al poder.

@javier_trevino