La guerra de Israel contra Palestina, en realidad es una guerra de Israel y sus intereses colonialistas y xenófobos contra los pueblos que viven en precariedad, que sobreviven frente a las naciones y organismos que deciden su suerte como si de un infante se tratara. Ya sabemos que quienes respaldan a Israel no tienen interés alguno en la niñez, más de 3 mil vidas de niños y niñas han sido asesinados a manos del ejército hebreo. Nada parece frenar su sed de sangre, son sanguijuelas armadas e insaciables que buscan destruir todo aquello que remotamente les recuerde a los ocupantes originales de esas tierras, buscan destruir una cultura y frente al silencio de quienes financian este genocidio, la voz de la ciudadanía que protesta en contra de esta brutalidad histórica parece no ser suficiente.
El paradigmático caso de justicia internacional y de reivindicación de un genocidio histórico, como lo fue el Holocausto durante la última guerra mundial, es el juicio en Jerusalén de Adolf Eichmann, arquitecto de la llamada Solución Final que llevó a la muerte a millones de personas judías, gitanas, de la comunidad de la diversidad sexual y con discapacidades. Este caso fue relevante hasta en el ámbito académico, llevando a la filósofa Hannah Arendt a presenciar el proceso judicial y de ahí generar el texto clave “Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal”. Fue también un momento histórico para la reivindicación de las víctimas, ya que por primera vez pudieron hablar de frente a su agresor. Si bien los juicios de Núremberg permitieron algunas declaraciones, las investigaciones sobre los campos no estaban tan desarrolladas como en el juicio de Eichmann, sin profundizar en que la herida de la guerra seguía abierta y la lealtad a su extinto líder seguía fresca en algunos de los culpables. La paradoja de la que nos habla Arendt radica en una persona que era un excelente padre de familia, buen vecino, ciudadano responsable y como funcionario su trabajo era la exterminación sistemática de seres humanos, esta coexistencia entre el mal y lo correcto desata una reflexión sobre la banalidad de los actos monstruosos frente a una cotidianidad burocrática. Las palabras de Eichmann resuenan: Solo hacía mi trabajo.
¿No será esta misma frase un nuevo lugar común para el régimen israelí con sus atroces crímenes de guerra cuando sean juzgados por el Corte Penal Internacional (si es que esta institución, criticada por su eurocentrismo casi racista, procede a iniciar un procedimiento serio)? Tal parece que el discurso oficial es: “Luchamos contra un grupo terrorista, no nos importa si para aniquilarlo nos deshacemos de personas inocentes”.
Estos discursos ya se han repetido y nunca han traído sino salidas funestas: Guerra contra el terrorismo de Estados Unidos contra Irán y Afganistán, Guerra contra las drogas que en nuestro país dejó tantas muertes y esquemas de violencia cuyas consecuencias seguimos pagando, ni hablar de la Guerra contra el totalitarismo que ha enfrentado a Rusia y a Ucrania a un conflicto olvidado pero latente. Claramente las razones de la guerra no son razones sino intereses.
Israel se dice ofendido por el ataque de Hamás en su contra, en un tema de orgullo y expansión colonialista aprovecha este momento para aniquilar a un pueblo que le ha molestado desde que dicho espacio geográfico le fue otorgado (inmoralmente) como pago por la sangre derramada por inocentes en Europa. La vergonzosa actuación de los Estados Unidos de América, cuyos funcionarios incluso se oponen a esta acción salvaje por parte de Israel, ratifica una vez más que la decadencia de occidente tiene que ver más con participar en intromisiones geopolíticas que en resolver efectivamente los problemas en su propio país.
Atacar hospitales, enfermos, infantes en incubadoras y personal médico, además de personal de Naciones Unidas, ha mostrado que ahora es Israel el principal agresor a nivel mundial. Son autores de un genocidio y en defensa de la historia, no debemos olvidar el Holocausto, pero tampoco debemos desviar la mirada del nuevo terrorismo israelita. La historia no es una balanza en donde el sufrimiento recibido por un pueblo lo legitima para dañar o extinguir a otro pueblo. Si persistimos en esa actitud, Gandhi nos recordaría con su célebre revisión del código de Hammurabi: Ojo por ojo y el mundo quedará ciego.
La indignación popular no frena misiles. Las grandes inversiones en el negocio de la guerra son más lucrativas que el instinto de supervivencia de la humanidad. Hoy se nos da una oportunidad para que, desde la comodidad de la lejanía, optemos por un camino en donde la dignidad humana se bifurca: O estamos a favor de la vida de los pueblos o estamos con Israel. Eichmann fue enviado a la horca por los terribles crímenes cometidos contra el pueblo hebreo, ahora Israel parece asesorado por ese mismo espíritu cuyas últimas palabras fueron: Tuve que obedecer las reglas de la guerra y las de mi bandera.