En estos días de horror y devastación en Gaza, que se ha extendido mas de un año, es imposible no recordar que la figura central del cristianismo, Jesús de Nazaret, nació y vivió en una tierra que hoy conocemos como Palestina. Es un hecho histórico que, aunque a menudo eclipsado por las disputas políticas y religiosas, resuena profundamente en el contexto de los acontecimientos actuales. Hoy, mientras observamos las imágenes de niños heridos, familias destrozadas y ciudades reducidas a escombros, debemos preguntarnos: ¿qué diría Jesús, el palestino, ante esta tragedia?
El sufrimiento del pueblo palestino no es un tema nuevo. Durante décadas, han sido sometidos a un sistema de opresión que limita su libertad, niega sus derechos y amenaza su existencia misma. Pero en Gaza, esta opresión ha alcanzado niveles indescriptibles. Los bombardeos indiscriminados, el bloqueo que asfixia a su población y la negación de ayuda humanitaria configuran un cuadro que no puede ser descrito de otra manera que como un genocidio.
En las enseñanzas de Jesús encontramos un llamado radical a la justicia, a la compasión y al amor al prójimo. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”, dijo en el Sermón del Monte. ¿Cómo podemos reconciliar esas palabras con el silencio o la complicidad ante las atrocidades cometidas contra el pueblo palestino? ¿Cómo podemos mirar a los ojos de un niño gazatí que ha perdido a toda su familia y no sentir la imperiosa necesidad de alzar la voz?
Es grotesco, por otra parte, ver al genocida Netanyahu desear “Feliz navidad”, con su voz gutural y burlona, como si las tropas de su gobierno no hubieran destruido incontables iglesias en Palestina.
Aquellos que justifican estas acciones bajo el pretexto de la seguridad o la venganza han perdido de vista lo más esencial: la humanidad compartida. No se trata de elegir bandos en un conflicto político, sino de defender el principio básico de que toda vida humana es sagrada. La violencia desmedida que se cierne sobre Gaza no es una respuesta legítima; es una mancha en la conciencia de la humanidad.
Jesús, el palestino, predicó la paz en una región que, incluso en su tiempo, estaba marcada por la ocupación y el conflicto. Si estuviera entre nosotros hoy, no cabe duda de que se solidarizaría con los oprimidos, levantaría su voz contra la injusticia y se opondría a cualquier forma de violencia desproporcionada e inhumana, como la que hoy ejerce Israel.