Independencia
Este lunes, México celebra el bicentenario de la consumación de su independencia, acaecida aquel 27 de septiembre de 1821 tras la entrada del Ejército Trigarante en la Ciudad de México. Con este suceso, y tras la firma de los Tratados de Córdoba, suscritos por Agustín de Iturbide y el virrey Juan O´Donojú, México nació como un Estado independiente, dando así término a trescientos años de dominio español sobre el territorio nacional.
La Consumación de la Independencia de México es un evento histórico que ha evocado, a lo largo de dos centurias, fuertes controversias en torno a su significación. Si bien es un hecho que el México independiente es el resultado de un pacto entre la élite militar criolla dominante y la residual resistencia insurgente, la historiografía de la segunda mitad del siglo XIX buscó infatigablemente apartar de los libros de historia cualquier verdadero libertador: Agustín de Iturbide.
Iturbide
El lector recordará que el nombre de Iturbide brilla por su ausencia en los discursos oficiales, y que no existen plazuelas, calles, avenidas, estatuas o entidades federativas bautizadas en su honor. Este personaje, nacido en el seno de una familia criolla acomodada en Valladolid -hoy Morelia- fue desterrado del homenaje nacional por los liberales del siglo XIX, quienes buscaron hacer desvanecer de la historia nacional cualquier referencia al primer emperador de México, a la Iglesia católica, y desde luego, a la herencia española.
Es por estos razones que las revoluciones liberales encabezadas por personajes como Benito Juárez e Ignacio Comonfort buscaron transfigurar el origen católico y monárquico de México de 1821 en un Estado liberal que abrazase a las tendencias políticas e ideológicas decimonónicas. En este tenor, Justo Sierra, en su libro “Juárez, su tiempo y su obra” narra espléndidamente los acontecimientos atestiguados por esa pléyade de liberales que cambiaron el rumbo de la historia de nuestro país.
El 27 de septiembre de 1921, cien años al día de hoy, el presidente Álvaro Obregón, con aquella legitimidad que le otorgaron las armas tras la conclusión de la Revolución mexicana y el inicio de la pacificación del país, encabezó las fiestas del centenario. Para ello, con el acuerdo y participación de Alberto J. Pani, Secretario de Relaciones Exteriores, el presidente mexicano convocó a un Comité Ejecutivo responsable de la organización de las conmemoraciones.
Mi bisabuelo
Este órgano fue presidido por Emiliano López-Figueroa, mi bisabuelo, un antiguo militar y ex Inspector de la Policía de la Ciudad de México bajo el gobierno de Francisco I Madero, y quien partió rumbo hacia los Estados Unidos en 1913 tras su participación en la Decena Trágica; mientras que Martín Luis Guzmán, novelista de la Revolución Mexicana por antonomasia, fungió como secretario del comité. López-Figueroa y Guzmán, imbuidos de aquel nacionalismo propio del periodo postrevolucionario, hicieron posible el éxito de unos festejos memorables.
La responsabilidad histórica que en 1921 cayó sobre Álvaro Obregón ha caído hoy sobre Andrés Manuel López Obrador. Si bien el actual inquilino de Palacio Nacional no fue aquel revolucionario que venció a las fuerzas disidentes que obstaculizaban el tránsito hacia la paz, sí que es un personaje de gran relevancia, derivado de su indiscutible triunfo en las urnas en 2018 y como un hombre de referencia para millones de mexicanos.
En suma, el Bicentenario de la Independencia de México debe servir como un instrumento para la unidad nacional, y no para la polarización social ni para atizar bases electorales con fines políticos. AMLO, con el legado histórico que él mismo se ha propuesto consolidar, debe ceder ante su egolatría política, e intentar unir, por primera vez, a todos los mexicanos en torno a un bicentenario que todos compartimos.