Las elecciones intermedias de 1997 fueron cruciales para la historia de la democracia mexicana. Por primera vez el Partido Revolucionario Institucional, luego de décadas del ejercicio de un poder onmímodo, pierde la mayoría en la Cámara de Diputados, lo que conduciría eventualmente a la derrota electoral en 2000 frente al panista Vicente Fox.

En aquel momento el PRI se quedó corto de la mayoría con apenas 239 diputados (37.98%) mientras que el PAN y el PRD ganaron 121 y 125 escaños, respectivamente. Esta derrota electoral supuso un golpe sin precedente a la hegemonía priista; de aquel partido heredero de los principios de la Revolución mexicana que había controlado sin cortapisas el destino de los mexicanos.

El presidente Ernesto Zedillo se convertiría, a la postre, en el priista más demócrata pues sería recordado como aquel que gobernaba en aquel emblemático año de 1997, y por ser quien reconocería -antes que muchos de sus correligionarios aquella noche del 2 de julio de 2000- la victoria de Fox.

Ahora, las elecciones del próximo domingo 6 de junio pueden ser tan determinantes como las de 1997, o mismo, superarlas en términos de su trascendencia histórica. Si bien aquellas mercaron el fin de la hegemonía priista en el Congreso federal, los comicios del domingo que viene pueden suponer la debacle del proyecto unipersonal de AMLO y de su fiel partido Morena, esta agrupación política creada y surgida a imagen y semajanza de su líder moral.

Sin embargo, y aquí convienen poner el acento, Ernesto Zedillo sí que parece haber sido un genuino demócrata y un hombre convencido de la necesidad de contar con una verdadera salud democrática lograda a través del mantenimiento de los contrapesos. Desafortunadamente, a diferencia de aquel presidente, AMLO reitera su desdén hacia la democracia y hacia las elecciones libres cuando éstas no le resultan favorables. Así lo hizo en su intentona por la gobernatura de Tabasco y en las dos ocasiones que perdió la contienda por la presidencia de México.

Las columnas más leídas de hoy

Las elecciones intermedias suelen contar con poca participación ciudadana; en buena medida derivado de la ausencia de personajes plenamente identificables a nivel nacional. En este sentido, pocos mexicanos conocen el nombre de los candidatos a diputados en sus distritos. No obstante, estas próximas elecciones prometen una buena participación, sea surgido del ánimo de defender el proyecto de AMLO – el caudillo- o de detener una transformación destructiva que amenaza el equilibrio de poderes y los órganos autónomos.

Los próximos comicios pueden superar, en trascendencia, a las elecciones de aquel histórico año de 1997. Nos vemos en las urnas.