Cruda realidad: un gran número de mexicanas y mexicanos de entre 25 y 35 años difícilmente podrán comprar casa propia en lo que resta de su vida productiva; qué decir de las personas entre 36 y 45 años que no lo han podido hacer. No importa el grado académico, el exagerado precio de las viviendas y la especulación inmobiliaria en las principales ciudades; así como, la pauperización de los salarios, hacen casi imposible para varias generaciones hacer realidad el sueño de tener casa propia.

En Roma, la excelente película de Alfonso Cuarón, entre otras cosas dignas de comentario, muestra el estilo de vida de una típica familia de clase media de la Ciudad de México en los últimos años del milagro mexicano. Cuando el llamado Desarrollo Estabilizador era una realidad y el crecimiento económico anual rondaba los seis puntos porcentuales.

En la película, con el salario de médico del IMSS y la consulta privada, el jefe de familia mantenía cuatro hijos, poseía dos automóviles, tenía tres personas en el servicio doméstico, vivía en la colonia Roma Sur y por supuesto, su esposa permanecía en el hogar. En la actualidad, con una plaza de doctor en algún hospital público y dando consulta particular no puede aspirar a nada de lo anterior.

Con las actuales políticas y tasas de interés, la mayoría de jóvenes mexicanos no son o serán sujetos de créditos inmobiliarios por parte de los bancos. Si logran adquirirla será en las periferias, en ninguna de las colonias famosas de la Ciudad. Tal vez los bancos puedan financiar becas para estudios en el extranjero, lo cual ya resulta difícil, un automóvil o quizá un teléfono móvil de alta gama, pero nada más. Esta es una de las causas por las cuales, cada día, más jóvenes viven más años en los hogares maternos, se casan a mayor edad o decidan vivir con amigos. Su única posibilidad de adquirir una vivienda propia es heredándola de sus padres o algún familiar. En unos años tendremos  generaciones de adultos mayores que carecerán de patrimonio. Es decir, padecerán lo que podría denominarse como “pobreza inmobiliaria”.

Hasta 2008, naciones europeas, como España, pusieron en práctica políticas públicas para que jóvenes profesionistas o con niveles de ingresos medios pudieran comprar sus viviendas. En 2009, la fiesta terminó. Estalló la crisis hipotecaria, pero las políticas de apoyo permanecen, claro con limitaciones. El acceso a productos, proporciona un tipo de vida, pero no el mejoramiento de la calidad de vida. Desde hace tiempo, economistas, sociólogos y otros especialistas, coinciden que el acceso a bienes inmobiliarios constituye uno de los factores principales de ascenso social.

El Gobierno de AMLO apoya a los sectores populares. Es correcto otorgar a las familias más pobres y necesitadas del país recursos para adquirir los insumos básicos para combatir la pobreza alimentaria; así como, apoyar a los jóvenes y aprendices con becas. Pero igual de importante es abatir la “pobreza inmobiliaria”. Con igual fuerza, desde el Congreso de la Unión, debe impulsarse reformas para combatir la desigualdad, que  generar fórmulas exitosas, para la construcción de patrimonio inmobiliario al sector poblacional que se encuentra en su nivel productivo más alto. El bono poblacional no durará para siempre. La política es de bronce.