En un contexto de crisis sanitaria, económica y educativa, mundiales y locales, como las que vivimos desde marzo de 2020, el concepto de escuela demanda nuevas discusiones, reflexiones y replanteamientos.
Como lo he sugerido antes: La escuela está hecha de comunidad. A la escuela lo que le da sentido es la gente, que se vincula de una manera singular (docentes, estudiantes, directivos, personal de apoyo, familias), para co-educar a las y los ciudadanos o futuros ciudadanos, no solamente para desarrollar ciertos o determinados aprendizajes. (1)
La escuela es un espacio público que se ha construido para que se cumpla un derecho humano fundamental: el Derecho a la Educación. Por eso, la idea de “Colegio” nos remite a la re-unión de colegas. Debido a esta noción genérica, existen Colegios de Arquitectos, Colegios de Ingenieros o Colegios de Economistas, entre otros. Entonces, cuando pensamos en la escuela, por ejemplo, en un jardín de niños, una primaria o en una secundaria, hay que conceptualizarla como reunión de colegas, es decir, como una comunidad activa y consciente integrada por uno o varios profesionales de la educación que, en conjunto con las familias, llevan a cabo o aplican un programa académico dirigido a estudiantes con ciertas características; con determinadas reglas y con ambientes creados especialmente para las enseñanzas y los aprendizajes.
La escuela como lugar es una metáfora
La escuela es un conjunto de relaciones sociales que se dan a propósito de la educación. La escuela no es un lugar cualquiera; es un espacio social de reproducción de la existencia social, y al mismo tiempo es un espacio de lucha, de crítica social, de contracultura, de resistencia y núcleo social generador de conciencias libertarias.
Por lo tanto, la escuela es una institución compleja, que forma parte de un sistema gigantesco, resistente al cambio pero, paradójicamente, es una institución abierta o receptiva a nuevas propuestas de operación y conceptualización.
La escuela no sólo está compuesta de edificios, salones, mesa-bancos o canchas. No, la escuela es mucho más que infraestructura física, es decir, más que muros, pisos, ventanas o puertas.
La escuela, el colegio o la misma universidad, como institución, es la unión de colegas que, como profesionales de la educación, imparten un programa académico; pero también comparten experiencias y desarrollan ambientes para aprender juntos. Aunque, en el caso de la universidad (o en las instituciones de educación superior), no sólo se ejerce la docencia, sino también se desarrollan investigaciones científicas, tecnológicas y humanísticas, y se realizan actividades de difusión y extensión de la cultura.
En el momento presente (agosto, 2021), en pleno momento de crisis de salud pública, las autoridades educativas, tanto federales como estatales, han decidido reiniciar clases presenciales en la base del sistema educativo nacional y local: Las escuelas. Pero la apuesta es limitada, poco viable, escasa en ideas, porque la escuela, sobre todo la pública, opera sin demasiados recursos financieros y materiales. Sin embargo, la única manera en que la escuela puede reconvertirse, en medio de esta crisis sanitaria prolongada, es a través de la reorganización social y la recreación de consensos.
En este contexto de crisis social prolongada (en la salud, en la economía, y en la educación), la escuela pública, por lo tanto, habrá de reinventarse, sin poner en riesgo a la comunidad que la integra. Aquí es donde entran los protocolos de actuación Escuela-Familia, innovadores y situados, contextualizados, no generalizados.
La escuela no debe ser (“ese deber ser”) un lugar peligroso o donde estén en riesgo sus miembros; por el contrario, la escuela pública es un lugar para formar y transformar (no transmitir) las potencialidades del sujeto en una cultura; para formar a las personas hacia una noción de identidad comunitaria; en una forma de pensar y actuar como comunidad, de manera empática y solidaria. Lo contrario sería actuar no a favor del sentido de la escuela ni de su función social.
Repensar a la escuela como lugar
La escuela y la sociedad no son entidades independientes. La escuela es una institución importante de la sociedad. Espejo de desigualdades y, al mismo tiempo, generadora de inequidades. La escuela hoy se reconstruye como parte de un nuevo escenario social
A propósito de la escuela como lugar, Jaume Trilla ha propuesto la siguiente idea: “La escuela que, como espacio de educación que se pretende, debiera ser lugar privilegiado de conocimiento (de uno mismo, de la realidad y del lugar de uno mismo en ella), se resuelve a veces en todo lo contrario: en el lugar que le aleja a uno de sí mismo, de los demás y de las cosas de verdad.” (2)
Es interesante analizar esta reconceptualización porque, junto con los argumentos anteriores, el carácter histórico y contradictorio que ha registrado la escuela como institución del Estado y de la sociedad civil, nos lleva a nuevos laberintos. “La escuela no ha existido siempre, ni necesariamente tiene que perpetuarse indefinidamente. Lo que sí ha existido siempre –y, como elemento consustancial que es de toda sociedad, seguirá existiendo- es la función educativa” (3)
Hemos pensado y repensado, quizá equivocadamente, que la escuela “es un lugar”. Y hoy, peor aún, hemos sugerido –como sociedad-, que la escuela es un lugar “peligroso”. Sin embargo, en ocasiones con esa noción “geometricista” que se tiene de la escuela, dejamos de pensar en las personas.
Cuando decimos “vamos a la escuela”, seguramente nos imaginamos a un edificio que tiene aulas, baños o sanitarios, oficinas, una cancha, un laboratorio y un patio cívico, etc. Pero la escuela no es exactamente un espacio físico (en un sentido conceptual), sino un escenario social que representa cierto tipo de relaciones entre personas; justo en ese escenario se legitima “lo educativo”. (Lo que Trilla denomina “la función educativa”).
Concebida de esta manera, la hibridez, por ejemplo, como alternativa pedagógica, es una opción limitada, elitista (no toda la población tiene acceso a las tecnologías digitales). La “hibridez” es un remedio coyuntural que no logrará sustituir a la escuela “presencial”, es decir, a la escuela no mediada por las nuevas tecnologías. Como no lo logró el programa “Aprende en casa” (sobre todo, vía TV), lanzado por la SEP.
Para reconstruir a “la escuela, no en un sentido físico sino educativo, y específicamente en un plano pedagógico-didáctico (no sólo en su sentido instrumental), se requiere que docentes, directivos escolares, personal de apoyo, asesores técnicos, técnicos docentes, entre otros, junto con integrantes de las familias (además de mamás y papás), para que dediquen su experiencia, conocimientos, saberes, habilidades, hábitos y costumbres (en contextos de tensión y negociación permanentes) a favor de las y los estudiantes. En ello nunca habrá que perder la perspectiva.
Y para que se pongan al servicio de las niñas, los niños, los jóvenes (y de los adultos, en su caso), docentes y directivos escolares habrán de enfocarse en ellas y ellos, porque las y los estudiantes son los sujetos de ese derecho esencial, la educación, que se ejerce a través de una institución que cuenta con planes, programas, proyectos y procedimientos educativos. Y donde la figura de la maestra o del maestro resulta fundamental para el avance educativo y cultural de los estudiantes.
A la escuela también se le puede definir o caracterizar por lo que es y por lo que no es. La escuela no es, por ejemplo, clínica de atención psicológica, ni escenario para la cura de problemas o conflictos emocionales. Aunque a veces se convierta en un escenario que pone al descubierto o sublime dichos conflictos.
Frente a todo ello, hoy es necesaria la discusión acerca de cómo pensamos y repensamos a la escuela, y cómo queremos que sea, como escenario social, en esta nueva realidad (no nueva “normalidad”).
Fuentes consultadas:
(1) Ver mi texto: “La escuela rota”, SDPNoticias, 18 de mayo, 2020.
(2) J. Trilla. (2003) La educación fuera de la escuela. Ed. Ariel.
(3) J. Trilla. Misma obra.
Contacto: jcmqro3@yahoo.com I Twitter: @jcma23