Ahora que inició el mundial de futbol su referencia es casi obligada pues concentra la atención en todo el orbe y, desde luego, de la afición mexicana; la organización y las reglas que norman su desempeño, se convierten también en una especie de idioma que identifica a su numerosa afición.

En ese sentido, algunos de sus códigos pueden servir como una especie de parangón o ser usados de forma eufemística en otras materias; tal es caso de la discusión que se tiene sobre la reforma electoral.

Un aspecto que podría ser alegórico o equivalente entre el futbol y las elecciones políticas es que en ambos casos se trata de una competencia; incluso un pensador como Giovani Sartori postuló dividir a los sistemas de partidos entre competitivos y no competitivos, para establecerlo como un atributo que se relaciona con las normas y prácticas que tienen lugar, a modo de producir resultados electorales que plantean la posibilidad de la alternancia política, en un caso, y el dominio exclusivo o la hegemonía de un partido en el otro.

Conforme a ello se asume que la permanencia prolongada de un partido en el poder no necesariamente se debe a sus atributos, sino a que el sistema mismo genera las condiciones que aseguran tal hecho; es el caso de los partidos únicos o en los hegemónicos, debido a que, o bien se carece de una disputa política entre partidos por no existir alternativas, en el primer caso o, sencillamente ésta se da, pero no se realiza en condiciones de una disputa efectiva, como en la segunda opción.

Lo anterior quiere decir que se trata de mirar las condiciones de la competitividad no sólo en términos de las normas legales, sino, sobre todo, con base a lo que sucede en la realidad, pues se advierte que la democracia genera la factibilidad y la concreción de la alternancia en el poder. Así, cuando el relevo de los partidos en el poder no existe, se debe a que sólo se tiene una opción partidista, o que, habiéndola, su participación se realiza de manera subordinada y conforme a circunstancias que aseguran el dominio constante de uno de ellos.

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Así, para que haya competitividad entre los partidos se requiere de un sistema que lo haga posible, de modo que la disputa se realice en pie de igualdad; pero puede no ser así y, entonces se trata de un sistema no competitivo.

En el caso del futbol el sistema es competitivo a través de la aplicación de reglas o de un reglamento que es común y que hace valer la autoridad en el campo de la competencia, el cual se llama árbitro; tan importante es su labor, que se discute mucho su desempeño y se le ha arropado de medios electrónicos que lo auxilian en la aplicación del reglamento, como lo es el grupo que sigue el partido desde la tribuna y que interactúa con él comunicacionalmente, con el atributo de poder motivar la consulta en pantalla (VAR) de alguna de las jugadas objeto de controversia.

El hecho es que el árbitro debe ser imparcial y para que lo sea existe todo un sistema para su designación, evaluación de desempeño y eventuales sanciones por conductas reprochables, a través de un cuerpo que lo califica.

Todo esto es equiparable a las elecciones políticas, especialmente hacia la premisa de la imparcialidad del árbitro. Es el caso de la autoridad electoral y que, de manera análoga a otras esferas de actividad -como el propio futbol-, se ha sometido a un criterio colegiado y de procedimientos que aseguren un desempeño autónomo, técnico, objetivo y que sea garantía de veracidad, sin lo cual la competitividad desaparece.

La analogía permite advertir el efecto que podría tener que el dueño de uno de los equipos de futbol pretendiera modificar las reglas de operación del arbitraje, al margen de las opiniones de los demás equipos, y siendo que los torneos hubiesen tenido un desarrollo satisfactorio y que, además, al mismo tiempo intentará introducir otros cambios importantes de forma súbita e inopinada, justo cuando está por realizarse la final que decidirá al campeón. Resulta claro que tal situación sería interpretada como una forma de beneficiar a uno de los equipos, ni más ni menos que, precisamente, al que es propiedad del promovente de la propuesta.

Es evidente que una situación de ese tipo conmocionaría el desarrollo de los torneos. Desde luego es una sobre simplificación, pero el supuesto permite señalar lo que sucede con la reforma electoral en cuanto que el gobierno pretende modificar la integración, composición y forma de designación de la autoridad electoral y del tribunal electoral, al tiempo que plantea otras modificaciones que impactan al sistema de representación electoral y del registro de electores, cuando se atisba ya el inicio de la etapa para organizar los comicios de 2024. El problema es que se amenaza con desquiciar así la competitividad política, regresar entonces a un sistema no competitivo y a uno de partido hegemónico.

La analogía con el futbol llevaría a que con esa reforma se pretenda beneficiar a un equipo jugando en campo propio, con el árbitro a favor y también con las autoridades disciplinarias inclinadas en esa misma dirección.

La intención de cambiar las reglas electorales conduce a fracturar la competencia, y si esto sucede, existen dos vías: la hegemonía de partido o el partido único. Tal es la naturaleza de los sistemas no competitivos y el riesgo de entrar a esa puerta de la mano de la reforma electoral.