I. Julio César, por Plutarco y Suetonio
Suetonio, el historiador romano (circa 70 – post 126), escribió en la biografía sobre Julio César que este era un gran seductor de mujeres, sobre todo si eran de alcurnia y, más aún, si eran casadas. Pero la mujer más famosa de Julio César, como lo señala la historia, fue una egipcia de Alejandría asimismo seductora: Cleopatra (la VII, Thea Filopátor; o sea, Kleopátrā Philopátōr- 69/30 a. b.-, que también casó con Marco Antonio, otro romano célebre y sobrino de César). Esa relación inspiró a Georg Friedrich Händel (1685-1759) a escribir su ópera más celebrada, Julio César en Egipto; que tiene como base un libreto del mismo título puesto en música en 1676 por Antonio Sartorio. Está dividida en III actos y fue estrenada en Londres el 20 de febrero de 1724. Se ubica en un momento de felicidad para César, el tiempo de su incursión triunfal a Egipto entre el 48 y el 47 antes de la bisagra (a. b.; en sustitución de a. C), pocos años antes de su asesinato en los célebres idus de marzo del 44 a. b.; es decir, el día 15 del mes.
He leído recientemente algunos textos de Federico Arreola donde habla de Julio César a partir de la versión dramática de Shakespeare. En uno de ellos observa que no hay certeza de que César haya dicho Et tu, Bruto? (como aparece en la obra teatral), cuando brutalmente se da cuenta de que su protegido levanta el arma para también asestarle una puñalada brutal; una de las 23 que se registra recibió en pleno Senado por parte de los conjurados, al pie de la estatua de Pompeyo, un exenemigo. En otro más reciente, haciendo alusión al asesinato de Luis Donaldo Colosio y a un conocido artículo de Enrique Krauze, Arreola sugiere, como duda, que la frase “Cuídate de los idus de marzo” acaso nunca fue pronunciada pero de todas maneras inmortalizada por Shakespeare en su Julio César.
Me han llamado la atención esas referencias porque desde hace un buen tiempo he tenido interés en el asunto. Así que volví a revisar las obras de dos autores clásicos más cercanos al tiempo de Julio César que el “Dulce Cisne de Avon” (el bello sobrenombre ofrecido por el poeta Ben Jonson a Shakespeare). Plutarco (46/60 – 120) y Suetonio (70 – 126). Vidas paralelas y Vida de los doce césares, respectivamente; ¿qué nos dicen? Cronológicamente, después de ambos historiadores dar cuenta coincidente de los augurios o presagios de la traición:
1. Plutarco. Refiere la escena del complot en el Senado tanto en a., “Vida de Julio César”, como en b., “Vida de Bruto”:
a. “Todavía hay muchos de quienes se puede oír que un agorero le anunció aguardarle un gran peligro en el día del mes de marzo que los Romanos llamaban los Idus. Llegó el día, y yendo César al Senado saludó al agorero y como por burla le dijo. ‘Ya han llegado los Idus de marzo’; a lo que contestó con gran reposo: ‘Han llegado, sí, pero no han pasado’”. Y por otro lado, aunque César alcanza a ver el puñal de Bruto, Plutarco no registra la famosa frase final.
b. “Herido ya de muchos, miró en rededor, queriendo apartarlos; pero cuando vio que Bruto alzaba el puñal contra él, soltó la mano de que tenía asido a Casca, y cubriéndose la cabeza con la toga, entregó el cuerpo a los golpes. Hiriéronle sin compasión, empleándose contra su persona muchos puñales, con los que se lastimaron unos a otros, tanto que Bruto recibió una herida en una mano, queriendo concurrir a aquella muerte, y todos se mancharon de sangre”.
2. Suetonio. Pocos años después, ofrece más información que Plutarco; en tres escenas:
a. “El arúspice Espurina [Arúspice: 1. m. Sacerdote que en la antigua Roma examinaba las entrañas de las víctimas para hacer presagios; RAE] le advirtió durante un sacrificio que se preservase del peligro que le amenazaba para los idus de marzo”.
b. “Un desconocido le presentó en el camino un escrito en el que le revelaba la conjuración; cogióle y lo unió a los demás que llevaba en la mano izquierda, como para leerlo más tarde… despreciando los escrúpulos religiosos [es decir, los presagios], entró al Senado y dijo burlándose a Espurina que eran falsas sus predicciones porque habían llegado los idus de marzo sin traer ninguna desgracia, contestando este que sí habían llegado, pero que aún no habían pasado”.
c. “Recibió veintitrés heridas, y solamente a la primera lanzó un gemido, sin pronunciar palabra. Sin embargo, algunos dicen que al ver acercarse a M. Bruto, le dijo: ‘¡Tú también, hijo mío!’”.
Puede agregarse un tercer informante, también ya clásico, que retoma a Shakespeare y a Quevedo:
“Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito”; Jorge Luis Borges, “La trama”.
En cuanto al análisis fallido de Krauze sobre el asesinato de Colosio Murrieta (cierto, no debe de cesar la búsqueda del autor intelectual del crimen; curioso, cesar/César) reiteraré lo que escribí en 2014; y es así porque he confirmado en no pocas ocasiones el decadente esquematismo freudiano de este acartonado y previsible escritor:
“Interpretaciones del orden sicológico que además recurren como signo fatal a los prodigios, augurios y presagios, conocidos como auspicios (como lo describe Suetonio en su clásico relato sobre asesinato de Julio César durante los idus de marzo en Roma), son de la peor especulación y colindan con la superstición. Así lo hace Enrique Krauze en su texto ‘Los idus de marzo’, sobre la muerte de Colosio. Esto no es novedad, en los escritos de Krauze sobresale el gusto por el psicoanálisis y en este texto, aparentemente, también por la superchería, como esa de concebir y sugerir el asesinato como posible producto de una suerte de tentación de Colosio a/por la muerte, a una ‘fractura’ psíquica del carácter (emocionalidad, vacilación, debilidad), a un querer precipitarse al destino trágico como una descarga de culpa (freudismo desprestigiado y barato; caro en el diván) y a atmósferas sombrías acompañadas de un arpa celestial: ‘Tal vez su falta de precaución entrañase una secreta convocación del peligro, un oscuro deseo de apurar al destino y resolver la tensión’. Si no fuera porque Krauze hace también un guiño hacia el desacreditado hermano del protector de la víctima, en su versión, Colosio casi se habría suicidado”.
[Aquí bien podemos hacer una visita general, un recorrido sintético de seis minutos a la ópera completa de Händel; con traducción y explicada en lo básico]:
Cleopatra y Julio César, por Händel
Volviendo a Cleopatra y Julio César, en versión de Händel, este hace uso sobre todo de voces femeninas o de castrados de la época para cantar roles masculinos. Así, al romano lo encarnó, en su estreno, uno de los cantantes favoritos del compositor alemán, el castrado Senesino (1685-1759). Ubicada en Egipto en el 48 a. b., estos son los personajes y tesituras:
Personaje Tesitura
Cleopatra soprano
Sesto soprano
Giulio Cesare alto castrato
Ptolomeo alto castrato
Nireno alto castrato
Cornelia contralto
Achilla bajo
Curio bajo
La ópera transcurre alrededor de tres años antes de los idus de marzo del 44 a. b. Cleopatra y Julio César se entregan a su pasión; la ópera tiene final feliz y poco después nacerá Cesarión. La mujer viajará a Roma en el 46 y estaría en la ciudad durante los idus de marzo. Partió de vuelta a Egipto hasta abril, en espera de que su hijo fuera reconocido como heredero de su amante; cosa que no sucedió.
A continuación, el aria de Julio César, “Va tacito e nascosto” (Va silencioso y escondido, cuando está ávido de presa, el astuto cazador). Invitado al palacio de Ptolomeo, hermano de Cleopatra y asesino de Pompeyo, el romano reflexiona suspicaz sobre su anfitrión (de 15 años de edad aproximada; Cleopatra 18, César 52), el astuto cazador tras su presa, y llama a la discreción. Aquí al personaje Julio César lo interpreta la mezzosoprano Sarah Connolly, que sustituye al hoy imposible castrado; considero que también podría cantarlo un falsetista equivalente a una mezzo, o un tenor ligero:
En ese mundo de confabulaciones, poder, traición y sangre de hace 2070 años, hay espacio para el amor entre Cleopatra y Julio César; magníficos seductores que se seducen a un tiempo. El aria de la chica egipcia, “Piangeró la sorte mía” (Lloraré mi suerte; o mi destino), es tal vez la melodía más bella de esta ópera; equivalente en belleza a otras melodías operísticas cadenciosas como “Lascia ch’io pianga”, del propio Händel, “Porgi, amor”, de Mozart, “Che faró senza Euridíce”, de Gluck, “Depuis le Jour”, de Charpentier, o “La canción de la luna”, de Dvorak. Aquí, Cleopatra cree que Julio César ha muerto, pues estando con ella, el hombre escucha la llegada del enemigo y escapa saltando por una ventana:
Aria de Cleopatra “Piangeró la sorte mía”, con la soprano francesa Sabine Devieilhe:
En el primer acto, a Julio César le es entregada la cabeza cercenada de Pompeyo, a quien, ante el suplicio de su esposa Cornelia, ya se le había concedido el perdón; César reacciona airado ante el líder de las fuerzas egipcias que había querido congraciarse con él. Sesto, el hijo de Pompeyo, jura venganza. El rol de Sesto está escrito originalmente para soprano, pero existe una versión con tenor. La grabó Plácido Domingo en 1968 (realizó otra versión en 1990, mas prefiero absolutamente la primera). Y aunque ha recibido críticas en relación al estilo del canto barroco tardío, al tempo un tanto lento o el exceso de nasalidad, en verdad es una magnifica versión:
Aria de Sesto, “Svegliatemi del core” (Despiertan en mi corazón las furias de un alma ofendida); no pierde nada, muy por el contrario, esta versión con tenor en vez de soprano interpretando a un rol masculino:
Héctor Palacio en X: @NietzscheAristo