Mara Castilla desapareció en San Andrés Cholula, Puebla, tras viajar en el transporte contactado por aplicación en 2017 y su cuerpo fue encontrado más tarde. Debanhi fue asesinada tras desaparecer en Monterrey, Nuevo León, a bordo de un taxi en 2022, sin que su caso tenga justicia. Paola Andrea viajó en un vehículo de Didi en Mexicali, Baja California, y nunca llegó a su casa, este jueves 11 de julio se rebeló que, en un operativo, su cuerpo fue localizado.

Tres feminicidios con algo en común: mujeres jóvenes, todas menores de 25, que previo a su desaparición habían salido a bares, antros o fiestas con amistades como cualquier joven. Las tres han enfrentado el absurdo lugar común en el que autoridades indolentes y sociedad sugieren que “las mujeres no deberían viajar solas de madrugada”, como si este patrón de incidentes no dejara claro que hay muchos culpables y nunca, jamás, son las mujeres quienes deberían cargar con ello tras sus propios feminicidios.

Es increíble que, en nuestro país, una mujer pueda desaparecer y ser asesinada mientras las culpas se reparten entre la ropa y la noche, las amigas que dejaron sola a una, la familia que no fue a recoger a otra, a las madres por dar permiso para salir, a las mujeres desaparecidas por intentar divertirse, a las jóvenes por probar el alcohol y con eso, según ellos, “provocar” y culpar y culpar a todo y a todos menos al culpable, nunca al feminicida.

Menos a las plataformas y tampoco a sus limitados sistemas de seguridad o seguimiento GPS, jamás se culpa tampoco a las Fiscalías que, contando con herramientas de geolocalización, son incapaces de actuar con velocidad para encontrar a las mujeres antes de ser asesinadas.

Paola Andrea tenía 23 años y estudiaba el noveno semestre de la licenciatura en psicología en la Universidad Autónoma de Baja California. La comida familiar que comenzó en un restaurante marisquero con su prima continuó en un antro llamado “La Consentida” del que salió por la madrugada, en torno a las 02:30 horas. Paola Andrea Bañuelos tomó un taxi de Didi y su celular estaba en un lote baldío, estrellado, cuando la buscaron tras la denuncia por desaparición interpuesta inmediatamente por su familia cuando ella no llegó. La ubicación fue lograda por los hermanos de Paola mediante el rastreo de su iPhone.

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El presunto responsable y principal sospechoso, conductor de la plataforma digital Didi, se entregó y tiene antecedentes penales por violencia familiar. La empresa Didi emitió un comunicado expresando condolencias y condenando los hechos. No hay corazón en esa familia que pueda calmar los latidos acelerados por las oportunidades de volver a ver a Paola Andrea que se han caído tan rápido y contundente como granos de fina arena entre las manos de una ilusión imposible de atrapar.

Pero la indolencia y miserabilidad no conoce límites. La fiscal de Baja California recomendó que las mujeres “no viajen solas”. Pues por supuesto que para esa autoridad, tener derechos es algo que ya está en la ley pero reconocerlos y aplicarlos para las mujeres, ya es ambición. María Elena Andrade ha sugerido que el feminicidio Paola Andrea es culpa de sus padres por no estar atentos y no haber evitado que Paola viajara sola, lo curioso es que siendo ella la Fiscal, pidió a las autoridades de movilidad que investigaran la situación legal de Sergio “N”, el conductor y de su Nissan versa negro pues no vaya a ser que además de feminicida, resulte ser un infractor con multas o sin permiso de taxi, primero lo primero.

Nunca habló de que, tal vez, los taxistas deberían dejar de asesinar usuarias de aplicaciones, que los taxistas deberían dejar de violar, secuestrar y abusar de mujeres o que la entidad debería contar con un protocolo preventivo para establecimientos y aplicaciones.

Tampoco reconoció su incapacidad para combatir la violencia contra las mujeres ni mostró el mínimo interés porque las mujeres puedan ocupar el espacio público sin que eso sea una condena de muerte o salir a divertirse sin que aquello implique un “suicidio por provocación”. Mucho menos advirtió a los hombres que no habría impunidad, jamás hizo algún llamado o compromiso a la justicia y ni hablar de que el machismo se vista de mujer en zapatos de Fiscal con varios diplomas y decenas de constancia que jamás le dieron el sentido común de lo que se espera de una Fiscal.

Pero la historia se repite y las protagonistas cambian entidad tras entidad sin que exista siquiera una política nacional que reconozca el hostil país que aniquila la libertad de las jóvenes. Ni Mara ni Debanhi ni Paola buscaban su muerte al salir. Ninguna de esas familias dejó a sus hijas para ser ultimadas. Ni siquiera las usuarias de transporte esperábamos que en caso de ser las siguientes, seguro sería por nuestra osadía de intentar vivir una vida que cualquier muchacho promedio mexicano tendría sin ninguna preocupación. Nuestra culpa por salir de noche, nuestra culpa por vestir de falda o de pantalón, de colores o de negro, de tacones o de tenis, como sea, provocativas.

Y seguir escribiendo en el esfuerzo de que Paola no sea una estadística más que se pierde en el olvido, con todo lo desolador que eso implica pues cada año y en cada momento, más historias que nos rompen surgen y con ello, meses de incertidumbre por si algún conductor cercano quisiera hacer lo mismo, pues al final, será culpa del alcohol, de la soledad, de la ropa, de la hora, del antro, de todo menos de ellos ni de quienes tendrían que haber ofrecido garantías de seguridad para vivir, pues igual hay feminicidios en el día y en las casas, en las universidades y en las calles, en las tardes y en todas las edades. Aunque una fiscal, por muy fiscal que sea, sugiera que es culpa de las víctimas y sus familias, ninguna es autora del odio ni del falso dilema sobre la violencia sexual, ese que dice que “los hombres llegan hasta donde las mujeres quieren” y que, si una mujer no dice que no, entonces seguro significa que sí.

Ninguna víctima es responsable de su desaparición ni de su propia muerte, jamás la perla tendrá la culpa de haber brillado entre los cerdos. Nunca.