El espectáculo de medio tiempo del Super Bowl LIX dejó opiniones divididas, pero si algo es claro, es que Kendrick Lamar no buscó complacer a todo el mundo. Su actuación no fue una presentación convencional de entretenimiento masivo, sino una obra de arte que exigía atención, contexto y conocimiento. Y eso es precisamente lo que la hizo tan poderosa.

Para muchos, la presentación pudo parecer críptica, ajena o incluso incomprensible. Y está bien. No todas las expresiones artísticas tienen que estar diseñadas para que todos las entiendan a la primera. El problema no está en no entender, sino en desestimar su valor solo porque no encaja dentro de nuestros modelos o expectativas.

Cuando visitamos un museo y observamos una pintura abstracta o una instalación moderna, sabemos que hay elementos que podrían escaparnos si no conocemos el contexto histórico, la vida del artista o el lenguaje visual con el que se expresa. Sin embargo, pocas veces rechazamos una obra por completo solo porque no la comprendemos en su totalidad. Con la música y el arte de Lamar, debería ocurrir lo mismo.

Su actuación fue un contraste radical con el tipo de entretenimiento que el Super Bowl nos ha acostumbrado: un espectáculo diseñado para ser consumido sin cuestionamientos, sin mayores exigencias intelectuales o emocionales. Lamar rompió con ese molde y presentó un mensaje dirigido, culturalmente cargado y profundamente arraigado en la historia afroamericana y en la realidad de Estados Unidos.

Es válido sentirse como un espectador externo. Es válido no haber captado el 100% del mensaje. Pero más que desecharlo como algo ininteligible, tal vez sea una invitación a la reflexión: ¿cuántas veces hemos sentido que el mundo está diseñado para nuestra comodidad? ¿Cuántas veces otros han tenido que adaptarse a un entorno que no los representa?

Las columnas más leídas de hoy

Para muchos no estadounidenses blancos, esta es una sensación cotidiana: ver, consumir y vivir en un mundo que no refleja su realidad. Lamar los puso en esa posición por un momento, los dejó en el margen, y eso en sí mismo es un mensaje.

Pero el siguiente paso es nuestro. Podemos abrirnos a la posibilidad de aprender, de investigar, de escuchar. No es necesario pedirle a una persona negra que nos explique cada símbolo y referencia de la presentación. Podemos buscar por nuestra cuenta, leer sobre la historia de Compton, sobre la cultura del hip-hop, sobre la relación del arte negro con la resistencia y la identidad, como lo fueron aquellas panteras resistiendo a Richard Nixon por ejemplo.

O podemos simplemente aceptar que no lo entendimos del todo, pero reconocer su impacto y su importancia. Porque el gran arte tiene esa capacidad: nos incomoda, nos sacude, nos muestra cosas sobre nosotros mismos que quizá no queremos ver.

Y en un espectáculo como el del Super Bowl, que generalmente busca ser seguro y complaciente para las masas, Kendrick Lamar se atrevió a desafiar esa norma. No pidió permiso, no buscó aprobación y no explicó su mensaje. Porque el arte auténtico no necesita la validación de todos.