Karl Popper, en la introducción de su libro de El mundo de Parmenides, observa que todos los filósofos anteriores a Aristóteles, con la única excepción de Protágoras, establecieron una separación tajante entre el conocimiento, que solo es accesible a los dioses, y la opinión, “que pueden poseer los mortales y que Jenófanes interpreta como conjetura susceptible de mejora”.
Popper cuenta que Protágoras se reveló contra ese punto de vista, que era sobre todo el de Parmenides: Pensaba que acerca de los dioses nada sabemos, y por lo tanto no sabemos qué es lo que saben. Entonces, el conocimiento humano depende de lo que hace cada persona que estudia, cuestiona y busca respuestas. De ahí viene aquello de “el hombre es la medida de todas las cosas”. Por cierto, ahora deberíamos modificar esa frase y decir: “El hombre y la mujer son la medida de todas las cosas”.
La objetividad absoluta no es posible ni en la ciencias físicas o naturales o como se les quiera llamar. No entiendo a cabalidad el famoso principio de incertidumbre, de Heisenberg —presentado en la película Oppenheimer como uno de los villanos nazis en la carrera por desarrollar la bomba atómica, que naturalmente ganan los buenos, esto es, los gringos—. Pero una versión sencilla de ese principio se utiliza para justificar la falta de objetividad en los análisis sociales, políticos y económicos. Y es que si en física el acto de observación puede modificar lo observado, con mayor razón ocurre en el reino de la subjetividad que es la reflexión sobre la vida en comunidad.
Nadie espera que Enrique Krauze sea amable en sus artículos con Andrés Manuel López Obrador. El segundo ha cuestionado muy duramente al primero, así que lógicamente el historiador está enojado con el presidente. Pero, como intelectual, Krauze debería intentar analizar las cosas con un mínimo de objetividad.
En este momento Enrique no está capacitado para conocer la verdad acerca del gobierno de AMLO. Ni lo estoy yo ni lo está nadie. En México, todas las personas nos hemos involucrado más de lo aconsejable en un debate que, por apasionado, polariza y divide, y que necesariamente nos lleva a juicios inadecuados. La historia será más certera en el diagnóstico, si no por otra cosa, porque se estudiará lo que ha sido este sexenio sin la carga de emotividad que hoy ciega cualquier percepción sobre la 4T.
Expresado lo anterior, reitero que un intelectual del nivel de Krauze tendría la obligación de esconder, así sea un poquito, su resentimiento. Pero no lo hace y eso invalida sus escritos.
Hoy, en Reforma, Krauze publica un texto titulado “El poder se acaba”. Narra lo que ocurrió en el sexenio de Luis Echeverría, quien sintió que podía ser influyente más allá de su sexenio, lo que buscó asegurar controlando todos los aspectos de la sucesión presidencial de 1976. Inclusive, en los primeros tiempos de la presidencia de su sucesor, José López Portillo, el exgobernante “mandó a poner un teléfono con la línea presidencial en su casa de San Jerónimo”.
López Portillo no permitió tales excesos de su amigo, a quien le debía ser titular del poder ejecutivo, y encomendó a Echeverría “representarnos en una remota zona del globo con la que México necesitaba estrechar vínculos de amistad: las islas Fiyi”.
Al final de su artículo, Enrique Krauze deja que su odio en relación a AMLO se manifieste y destruya su texto:
“¿Conservará AMLO una tajada transexenal de poder? No lo creo. Aquel mesías tuvo que resignarse a dejar el poder. Este deberá resignarse también, ya sea por decisión de quien llegue a la presidencia o, si no, por la acción de los otros poderes de la república (el Congreso y la SCJN) que, junto con la ciudadanía, le impongan ese límite. Por lo demás, México ha descuidado su vínculo diplomático con las islas Fiyi. Habría que remediarlo”.
El mismo Krauze ha dicho de Andrés Manuel que es un “presidente historiador”. Y es verdad. No ignora AMLO ni lo que pasó en el sexenio de Echeverría ni en ningún otro periodo presidencial. Sabe Andrés Manuel que no hay pelele con poder. Esa es una frase que varias veces le escuché decir. Por lo visto, Echeverría no la recordó o no la comprendió y quiso gobernar más allá del tiempo que le correspondía hacerlo. No lo logró. Estoy convencido de que Andrés ni siquiera lo intentará.
Si hoy conduce AMLO la sucesión presidencial en Morena según su lógica y sin permitir que nadie se salga excesivamente de las reglas establecidas, se debe a que entiende una diferencia con el México de 1976: vivimos en democracia y, por lo tanto, hay competencia. Sabe que el partido de izquierda que fundó es poderoso y que si no se divide ganará sin problemas en 2024. Pero está consciente de esa condición para la victoria: “si Morena no se divide”. De ahí el complicado esquema de elegir al candidato o a la candidata por encuesta.
Al aspirante rebelde, Marcelo Ebrard, se le han cumplido sus principales exigencias, como la de renunciar él y sus rivales a los cargos públicos, y se le han tolerado pequeñas faltas a las normas, como la de insistir en debatir con Claudia Sheinbaum —lo que hace inclusive con una inadecuada dosis de vulgaridad—, a pesar de que los debates están prohibidos.
Si Ebrard gana la encuesta, será candidato y probablemente presidente porque nadie en Morena caerá en la tentación de irse a la oposición. Pero en todos los ejercicios demoscópicos serios él no va en primer lugar: invariablemente lo supera la líder, Sheinbaum, y con ventaja creciente.
¿Si es Claudia la que triunfa en la encuesta, Ebrard se disciplinará? Las apuestas están divididas. No sé qué tanto confíe Andres Manuel en la lealtad de Marcelo, pero aun en el escenario más optimista el presidente sabe que es el único que podría rebelarse y dividir al partido de izquierda. AMLO trabaja para que no suceda.
El presidente López Obrador controla el proceso de su sucesión hasta en los más pequeños detalles no para pretender garantizar seguir en el poder después del 2024 —sabe que eso no es posible—, sino para minimizar el riesgo de una división que sí acabaría con la 4T.
Así que no hay necesidad de que nadie le compre a AMLO un boleto de avión hacia el llamado Pacífico Sur. Se quedará en su rancho de Palenque, donde ni el celular contestará. En ese sentido Krauze puede estar tranquilo. Claro está, si lo que desea para recuperar totalmente el sosiego de anteriores sexenios, es que la 4T no gobierne un segundo sexenio, lo más probable es que el historiador se frustre.