Veía un video de comentaristas argentinos ya no burlándose siquiera de la afición mexicana en los estadios de la Copa América, sino enojados en serio, esto por corear “¡olé, oleeé!” en el partido contra Venezuela mientras se hilvanaban tres o cuatro pasesitos laterales en propio campo: “¡eso es no saber nada de futbol, pero que estupidez, perdonamee!”, gritó. Y es que el locutor argentino no podía tener más la razón, imposible vaya.

En tanto, otro comentarista mexicano de apellido Martinoli decía hace no mucho que en los partidos de Selección en el Estadio Azteca el aficionado pasada, en 60 minutos de apoyar, al silencio, luego a gritar maldiciones, despuesito al “¡sí se puede!” (por ir ya perdiendo) y al último a cantar el ‘cielito lindo’ (porque ya se empató o logró dar la vuelta al marcador). Cierto por completo, una vez más.

En países que son potencia en el futbol, el aficionado va  al estadio o ve los partidos desde su casa y analiza de manera concienzuda todos los aspectos del un partido, terminando el partido discuten acaloradamente y con argumentos inteligentes. Saben cómo y cuándo exigir y reclamar y cuándo, a su vez, es el momento de festejar. Tienen conocimientos amplios del reglamento, también tácticos, estratégicos y técnicos y además de pasión; no solo la pasión por embrutecerse con cerveza nada más, como lo vemos en México ni tampoco para asistir a los estadios lastimosamente disfrazados de personajes de Chespirito, mismos ya anacrónicos y que sus actores, la mayoría, murieron ya hace tiempo, propiciando de nuevo las burlas, insisto, merecidas, de argentinos, españoles, chilenos, uruguayos y quien sea que lo vea.

Muy bien, que la afición mexicana vaya a los estadios en familia, con los bebés y los abuelos, eso se aplaude, pero no está reñido con una afición de verdad, una que conozca a niveles medianitos aunque sea, de lo que es el futbol. Ahora que voy más allá, el aficionado mexicano es CÓMPLICE al contribuir a enriquecer a los directivos y dueños de equipos, al seguir llenando estadios en México cuando en la cancha juega en el campo 17 extranjeros y dos naturalizados; también yendo a los estadios de la división de ascenso mientras ¡NO hay ascenso ni descenso!. También lo es, y quizás en mayor medida el aficionado que vive en los Estados Unidos, y que se deja ROBAR una dolariza a cambio de partidos contra rivales que ya no se si dan pena o tengan suerte, porque a ellos también les toca parte de esa jugosa tajada. Lo mismo lo es cómplice por aplaudir que mexicanos se vayan “a triunfar a Europa”, cuándo las más de las veces se van a ligas o a equipos chatarra, como un Santi Giménez a un “Feyenoord” o un Orbelín Pineda a un club de la liga de Grecia, sí, de Grecia.

Bien, o el aficionado mexicano al futbol despierta o seguirá siendo timado por los directivos (qué hay honrosas excepciones), propiciando las burlas de miembros del mundo del futbol de otros países. Cantando estupideces disfrazados de tarados en las tribunas y pagando una fortuna a cambio de estiércol. No, por ahí no es. Baste un ejemplo: en Uruguay hay una chica muy famosa que su nombre es Alaska, no llegará ni a los 23 años (y pidiera que buscarán sus videos): informada, sería, simpática, culta y que nunca, pero nunca, se prestaría a asistir a un estadio vestida con espeluznantes disfraces de arlequín ni a cantar cuando no hay nada porque canta.

En fin, ni acercarse al futbol como aquel que va a una corrida de toros por primera vez, como lo es el promedio del aficionado mexicano, esto claro, haciendo las delicias de los dueños del balón mexicano.