No se si sea la sangre veracruzana o la tabasqueña que corre por mis venas, pero difiero con sobradas razones del exagerado optimismo que irradian las redes sociales y algunos medios de comunicación, como reflejo del sentimiento “ganador” que después del Domingo de Ramos se le desborda por los poros a los miembros de la oposición aliada contra la 4T.
Puede ser una deformación cultural, o como digo, cosa de los genes, pero cuando veo a un optimista desbocado en esa actitud de que tiene “domado” el futuro, como si este fuera la bestia a la que se le puede agarrar por los cuernos para controlarlo, me da escalofríos. Los más sonoros fracasos del país y las más grandes tragedias en muchas familias como la mía, han sido precedidas por alguien que se creyó el momento y perdió de vista la realidad.
Los ejemplos sobran. Ahí está aquel presidente que, inundado el presupuesto nacional por la riqueza del petróleo, llamó a los mexicanos a que aprendiéramos a “administrar la abundancia”, o aquel otro que aseguró que pronto íbamos a vivir como los gringos si firmábamos con ellos un tratado comercial. O más recientemente, el que nos dijo que se iba a acabar la corrupción, que la gasolina iba a costar 10 pesos y que al margen de la ley nada y por encima de la ley nadie.
Por perder de vista la realidad
Familiarmente, el caso más sonado de lo trágico que puede resultar tanto optimismo cuando se trata de negocios o de política, es el del tío Adalberto, que llevó a la ruina a gran parte de los Martínez de Veracruz y los Pérez de Macuspana, Tabasco, porque con esa verborrea frenética de los optimistas, convenció a hermanos, primos y hasta a su madre, doña Leonor Leonela Franco Cortez, la abuela Lele, como le decíamos de cariño, a darle todos sus ahorros para invertirlos en la “compra” de un banco.
Era el sueño perfecto de alguien que “piensa positivo” pero que no alcanza a ver todos los matices del entorno: convertirse ya no más en usuario que hace fila para ser atendido por una cajera malencarada, sino en “dueño”, accionista de una institución crediticia a la que otro entusiasta de nombre Carlos Cabal Peniche le puso el mejor nombre posible para hacer creíble el engaño: “Banco Unión”.
La historia, como era de esperarse, terminó mal. Cabal Peniche recolectaba dinero de los ilusos de “pensamiento positivo”, rancheros, comerciantes, casatenientes, plataneros, para construir un banco “popular” que a su vez le daba créditos blandos a él para comprar empresas…y acciones del banco.
De modo que cuando veo a un optimista, mi primera reacción es pensar ¿en dónde está el engaño? ¿quién va a salir lastimado o lastimada? ¿qué tan grave va a ser la decepción? La oposición toda, y cuando digo toda es empezando por los Moreira, los Manlio Fabios, los Alito Moreno y hasta los Vicente Fox, cree de verdad que ha resucitado de entre los muertos políticos y que, a partir de ya, han expiado sus pecados.
Me parece que es un error que les va a estallar en la cara, tan pronto como en junio. Sobre todo, porque están creyendo que el golpe que por fin pudieron darle al poder presidencial omnímodo de López Obrador, fue certero y será definitivo. Es cosa de revisar las encuestas: todas, anticipan que Morena gana al menos cuatro de seis gubernaturas (Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas), disputa una (Durango) y pierde otra (Aguascalientes).
Ganar en la Cámara para perder en las urnas
¿Influirá la derrota legislativa contra el presidente en el resultado de los comicios? Va a ser muy difícil en Hidalgo, donde la candidata fue seleccionada con base al viejos rito de pago de cuotas al PRI; lo mismo en Oaxaca y en Quintana Roo, donde ni siquiera pudieron acordar una alianza; y menos en Tamaulipas, donde los partidos aliados decidieron cederle la plaza al gobernador Francisco cabeza de Vaca, otro optimista que, a la imposibilidad de postular a un caballo, como Calígula, hizo candidato a su compadre, un personaje llamado César Verástegui, cacique en el municipio de Xicoténcatl, al que apodan “El Truco”.
La estrategia opositora en Tamaulipas es de lo más errado y augura una derrota. No es sólo el candidato impresentable, es también el estilo del gobernador de hacer campaña con base a falsedades y guerra sucia. A Américo Villarreal, el candidato morenista, se le ha acusado en apenas dos semanas de campaña de “huachicolero”, de explotar a mujeres trabajadoras, y hasta de “no ser doctor” aunque tiene cuatro especialidades. Guerra sucia de manual, que la gente en Tamaulipas ya conoce y sabe que es una acción desesperada de los que saben que van a perder.
PAN-PRI-PRD: Los viejos modos que la gente rechaza
Si en vez de falsas acusaciones que han sido desmentidas una por una, tuvieran un buen candidato, incluso uno emergente como se rumora, y se dedicara a hacer propuestas, otro gallo les cantaría. Pero tanto optimismo en la oposición, les impide ver la realidad: Morena va camino al triunfo en Tamaulipas y en otros tres estados, y muy probablemente peleará hasta el final Durango porque sus candidatos encarnan, dígase lo que se diga, el anhelo de cambio social que impulsó a López Obrador en 2018 a la presidencia. En cambio, PAN, PRI y PRD, aunque hayan ganado el Domingo de Ramos en la Cámara, representan los viejos modos políticos que siguen imperando en nuestra provincia.