Sentí, por un momento, que estaba presenciando una película extraordinaria de Damián Alcázar. Recuerdo que, en algún instante, el rodaje de “La Ley de Herodes” marcó un precedente importante por los acontecimientos que el territorio nacional vivió en pleno apogeo de la hegemonía del PRI. Eso, desde luego, se asemeja al papel que está protagonizando el presidente vitalicio del Revolucionario Institucional, Alejandro Moreno. Sí, así como se escucha, Alito ha perpetrado un golpe contundente al reformar los estatutos del tricolor en el Consejo Nacional, máximo órgano para tomar decisiones.

Para ello, claro está, Alejando Moreno cumplió su primera encomienda que, ante los ojos de todos, estaba más que cantada. Hablamos, desde luego, de tomar el control político del partido, o mejor dicho, de perpetuar esa capacidad de tomar decisiones. Nadie, por así decirlo, se había atrevido a tanto. Eso sí, debemos reconocerle la sagacidad para operar el tema en el Consejo Nacional del PRI, pero a qué costo. Es un hecho que, ante la magnitud de lo atestiguado el fin de semana, seguramente Alito prometió posiciones y puestos claves en la estructura. De hecho, Alejandro Moreno, desde hace tiempo, se apoderó de las designaciones a puestos de elección popular, concediendo espacios, en su gran mayoría, a gente muy cercana a él.

Eso, en años, fue el común denominador principal. Claro que el dedazo está implícito a la esencia de un PRI que, hoy por hoy, está en la antesala de su extinción. Serán, sabemos, ocho años más en que Alejandro Moreno tenga el poder absoluto no solamente de las decisiones, sino de las prerrogativas. Con esos cambios estatutarios, Alito marca una nueva era del Revolucionario Institucional. Es verdad, el discurso y la narrativa que pronunciaron el fin de semana habla de un giro preponderante al paradigma político de centroizquierda. Es, quizá, la lingüística diseñada para intentar conectar con la sociedad, luego de la ruptura con los viejos cacicazgos que, durante décadas, significaron una loza muy pesada para hablar de un instituto democrático.

Por los tiempos de transformación política y por la correlación de fuerzas que vive el país, se antoja muy complicado poder relanzar la imagen de un partido que, en definitiva, está condenado al fracaso. Es demasiado tarde para reformar al PRI. Está, desde las entrañas, podrido y en plena decadencia. A su vez, queda claro, dejó de aglutinar a las organizaciones más importantes de la clase trabajadora desde hace muchos años. No hay ideas ni mucho menos un plan de reestructuración social de las bases. Lo único que existe es palabrería y discursos banales que, a la postre, serán la prueba más contundente del hundimiento definitivo del PRI.

No hay marcha atrás: el PRI vive la peor degradación política de su historia. En ese sentido, Alejandro Moreno nos ha demostrado que no es, en ninguno de los casos, la solución a todos los problemas que aquejan. De hecho, el Revolucionario Institucional, con estos cambios a los estatutos, no aspira a prácticamente nada, más que a seguir sobreviviendo como un partido satélite. Siendo así, tendrá que conformarse con negociar con el gobierno en turno, pues, como sabemos, el tricolor ha tocado fondo como para pensar que puede revitalizarse a estas alturas donde ha quedado técnicamente en la orfandad política. Algo semejante a la que padeció el PRD cuando los Chuchos tomaron el control político.

Ese, aunque muchos priistas no lo crean, es el presagio al que está condenado el PRI. De hecho, no podemos hablar de una diferencia o del Revolucionario Institucional revitalizado cuando las peores prácticas autoritarias se ponen de manifiesto. Lo que hizo Alejandro Moreno, además de acelerar la agonía del PRI, fue regresar el pasado hegemónico de una sola figura, la de él. Así sucedió con el PRD, y ese será el futuro que vivirá el priismo. Vaya manera de cepillar la democracia de Alito. Es verdad, resultó muy hábil para convencer al Consejo Nacional, sin embargo, el costo político le cobrará factura inmediata con la extinción inminente del PRI. La forma para agilizar ese hecho, fue haber reformado los estatutos a la conveniencia de Alejandro Moreno, dueño absoluto del destino del partido que, con datos duros, resulta ser la institución con más desprecio de la población civil.