La “estrategia de la tensión” fue un concepto que se dio a conocer en Europa Occidental y especialmente en Italia en el contexto del recrudecimiento de la “guerra fría” entre los bloques ideológica, política, económica cultural y militarmente hostiles encabezados por la URSS y EUA, por las alianzas militares del Pacto de Varsovia y la OTAN, respectivamente. Tuvo como estructura organizativa a la “Red Behind” (integrada por grupos paramilitares, provocadores, mercenarios, agentes de inteligencia, grupos militares, y otros de este tipo) y como brazo ejecutor la “Operación Gladio” que usó a todos esos grupos de agentes clandestinos de ofensiva, bajo la dirección principal de la CIA y el MI6 inglés.
Tuvo varios objetivos, tres fundamentales: i) crear tensión social, temor, confusión y un clima de convivencia social de zozobra que impidiera el juego político democrático, los arreglos, negociaciones, el libre funcionamiento parlamentario y partidista; ii) mediante la realización de violencia masiva contra grupos sociales con atentados terroristas en lugares públicos, violencia selectiva (asesinatos), en distintos casos de “falsa bandera” (es decir, se declaraban autores unos grupos que realmente no eran quienes decían ser), y todos atribuidos falsamente a las “brigadas rojas” y a grupos de izquierda, incluyendo el secuestro de Aldo Moro, entonces primer ministro de Italia; y todo ello, iii) principalmente, para impedir la alianza del Partido de la Democracia Cristiana encabezado por el propio Aldo Moro, y el Partido Comunista de Italia liderado por Enrico Berlinguer, para formar un gobierno de coalición que le daría a Italia un programa de democratización general del Estado, la economía y la sociedad, con un respaldo del 80% de la población, llamado “Compromiso Histórico”. Lograron impedirlo al asesinar al primer ministro Moro y desatar una represión amplia “tras las brigadas rojas”. La coartada perfecta.
En los meses previos a los golpes de Estado clásicos de corte militar, se generaron condiciones particulares para generar la tensión necesaria, romper la dinámica del juego político institucionalizado y crear zozobra entre los actores políticos y ruptura de los diálogos políticos, mezclados con enfrentamientos, huelgas y movilizaciones. A ello llamaron “la estrategia del caos”, que se volvió receta para nuevas experiencias. El caso chileno es uno de los más recordados. Luego surgieron otras esquematizaciones para estudiarlos. Pero la función socio-política central es igual, favorecer la violencia social y política previa a un golpe de alto impacto y generar una ruptura de la dinámica política institucionalizada.
En México han existido experiencias de violencia en coyunturas específicas de sucesión en el poder. No somos ajenos a la violencia en coyunturas de cambio político. Pero tampoco es una regla, una constante, sino un desenlace de un conjunto de condicionantes que van sucediendo y se enlazan unas con otras, frente a instituciones débiles o debilitadas para el encausamiento del conflicto político. El último caso de mayor relevancia ha sido el asesinato de Luis Donaldo Colosio (1994) que intoxicó toda la coyuntura sucesoria generando un ambiente socio-político excepcional. Hoy estamos a un año de las votaciones para renovar poderes legislativos federales, algunas gubernaturas y el poder ejecutivo federal. Hay “pre-campañas” (aunque no se llamen así), discusión sobre la vigencia y pertinencia de la ley federal sobre procesos electorales, en fin, pero sobre todo las fuerzas contrarias al gobierno actual y a su programa de transformaciones ya soltaron una “bomba de humo” y hablan de la posibilidad de un asesinato político de alto impacto que se estaría fraguando desde las oficinas del gobierno.
Empezaron en la revista Siempre y han continuado los de siempre: López Dóriga, Riva Palacio, o en declaraciones, Marko Cortés; la sorpresa hasta cierto punto es Guadalupe Loaeza, que no pareciera proclive a estas andanzas. La especie es peregrina y canallesca: se está fraguando un atentado contra algún líder de la oposición al gobierno actual, por ejemplo, la senadora Xóchitl Gálvez, cuyo responsable sería directamente el presidente López Obrador. Sin ningún asiento o asidero la “bomba de humo” es nefasta y cobarde. El primer elemento de una “estrategia de tensión” o remedo burdo de una “operación del caos”. Parecen muy lejanas e improbables sobre todo porque no existen ni el entorno socio político ni el institucional propicio. “Estrategia de desestabilización” dice el presidente AMLO, sí.
Hay tres elementos que los burdos hacedores de la “estrategia de la tensión a la mexicana” consideran favorece la especie política lanzada: a) recrudecimiento coyuntural de la acción del crimen transnacional y de virulentos enfrentamientos con las fuerzas federales en localidades y regiones del país (en uno de ellos se habló de 32 bajas criminales); b) guerra simbólica en medios con la figura política de “la Señora X”, de la cual ésta “bomba de humo” es una parte, porque ataca los símbolos del poder establecidos: la amplia legitimidad del presidente AMLO, su solvencia moral en el uso de medios políticos para combatir a sus adversarios y respetar las reglas del juego democrático; c) la relativa tranquilidad con que transcurre el proceso echado a andar por la presidencia y por Morena sobre los aspirantes a suceder al jefe del ejecutivo, el cual pretende rodearse de un clima enrarecido, tenso, de zozobra social y política no pacífica, de crispación y confrontación. Todo, para dificultar al máximo y si es posible impedir, la continuidad de la actual fuerza política e ideológica en el poder.
En suma, descarrilar el proceso sucesorio que avanza, rodear de una sombra de victimización potencial o adelantada a cualquier líder de la oposición dispuesta (o) a enfrentar al poder actual mayoritario, y mandar un mensaje muy severo: estén preparados para lo peor porque este gobierno dictatorial recurrirá al crimen de Estado para mantenerse en el poder, como si algún analista serio hasta hoy hubiera puesto en duda la continuidad en el poder de la actual fuerza hegemónica. Pueden tratar de seguir avanzando en ello. Hoy parece circunscribirse al ámbito mediático. No parece hoy tampoco una estrategia que tenga pleno consenso en las filas opositoras. Pero no sabemos a ciencia cierta.
La respuesta del presidente ha sido severa y contundente, denunciando esta especie política es propia del proto fascismo. Las demás fuerzas “anti AMLO” y anti “4T-4R” debieran definir claramente su postura: vamos por una disputa legal, constitucional y democrática por el poder, sin experimentos de “caos controlado” o tensión subjetivamente intensificada, sin patrañas mediáticas para las cuales sólo se prestan los residuos terminales del periodismo mexicano de la era del autoritarismo desbordado.
Sigamos en nuestro camino gradual a la democracia plena.