En 1997, el politólogo británico Anthony King trató de averiguar por qué los políticos estadounidenses hacían demasiada campaña y gobernaban tan poco. Muchos nos preguntamos hoy lo mismo sobre los políticos mexicanos.
¿Acaso murieron los escrúpulos? ¿O es un sentido pragmático de la política, que no tuvieron los gobiernos anteriores, para poder dar continuidad a sus proyectos? Es claro que el presidente AMLO está trabajando para que su proyecto tenga vida futura.
Tal vez el gobierno y los partidos que diseñaron y aprobaron las reformas estructurales de 2012- 2018 debieron estar en campaña permanente para que no se hubieran destruido.
¡Hoy ya no existen esas reformas!
El gobierno de la 4T está en campaña permanente. Si hacer campaña y gobernar son actividades que están fusionadas, ¿Deberíamos estar preocupados?
Si, como escribía Richard Neustadt, “el poder del presidente es el poder de persuadir”, en México se ha utilizado una campaña interminable que ha convertido al gobierno en una institución plebiscitaria y reactiva. Pero no sabemos exactamente si la persuasión se dirige al bien de la comunidad; si se le dice a la gente lo que quiere oír o se le habla con la verdad.
Los servidores públicos dependen de la aprobación de la gente, gobiernan apelando directamente a la opinión del pueblo, reflejan el estado de ánimo de su público. Se gobierna en México con gran astucia, es cierto. Pero deberíamos tomar en serio la advertencia de Francis Bacon de que:
“Nada hace más daño en un estado que el hecho de que los astutos pasen por sabios”.
Francis Bacon
Se gobierna en la ficción, porque las ficciones perduran; paradójicamente es lo que la gente considera como verdades significativas.
Para la 4T, campaña permanente y gobierno son dos caras de la misma moneda. Se han vinculado todas las promesas electorales con el desempeño del gobierno. Lo que sucede en el gobierno está relacionado con las opciones electorales de las personas. Saben que sin cumplir las promesas en el gobierno, su permanencia es insostenible.
Las campañas adelantadas se han legitimado porque asumen que hay una oposición leal, que no muestran ni una ambición sediciosa ni pretende consumar una traición al Estado.
Hay quienes piensan que hacer campaña y gobernar no deben fusionarse en una sola categoría. Deberían estar separadas. Hacer campaña y gobernar son cosas inherentemente diferentes.
Gobernar es el arte de dirigir, comunicar y controlar para crear valor público. Eso es lo que se espera de un gobierno. Gobernar es la interacción de la información y el poder. Un gobierno que se concentra en la comunicación, pero no tiene poder de control, es un gobierno sin dirección.
Pero tampoco la maximización de poder personal por sí sola es suficiente para la dirección. Quien tiene autoridad debe guiar viendo al horizonte futuro, pero también debe tener conocimiento del desempeño pasado y entender la posición presente.
Todos estamos en el mismo barco del estado. El capitán está obligado a conocer las condiciones y las capacidades de la embarcación. Pero también debe ser consciente de las características circundantes del entorno. Los pasajeros del barco del estado -los ciudadanos- pagamos el pasaje y somos los que mejor podemos evaluar las condiciones del viaje y determinar si el capitán nos está llevando a donde queremos ir.
Hugh Heclo ha escrito que la campaña y el gobierno apuntan en direcciones diferentes:
1. La campaña está orientada a un punto de decisión inequívoco en el tiempo.
Se enfoca en afectar una sola decisión que es, en sí misma, el resultado, el evento que determina quién gana y quién pierde.
Gobernar, por el contrario, tiene muchos puntos de resultados interconectados a lo largo del tiempo. Es una larga persistencia sin punto de decisión inicial ni final.
2. La escala de tiempo para hacer campaña ha sido históricamente corta y discontinua, mientras que para gobernar se extiende más allá del horizonte.
La campaña es necesariamente antagónica. Los escritores políticos del siglo XIX tomaron prestada la metáfora militar precisamente porque capta la idea esencial de una contienda para derrotar al enemigo. La competencia es por un premio que no se puede compartir, un juego de suma cero.
3. En comparación con una campaña, el gobierno es predominantemente colaborativo, en lugar de antagónico. Mientras que la campaña ahogaría voluntariamente a su oponente para maximizar la persuasión, el gobierno genuino desea una audiencia ordenada de muchos lados, para que el timonel no se pierda algo importante.
Hacer campaña es algo egocéntrico y gobernar está centrado en un grupo.
4. Gobernar no está exento de competencia y oposición.
Los partidos políticos tienen sus raíces históricas en un proceso de toma y daca que finalmente legitimó la contienda entre el gobierno y su leal oposición. Dado que el poder y el conocimiento seguro rara vez están en consonancia con la responsabilidad de dirigir, gobernar es una invitación permanente a consultar, negociar, transigir y renegociar.
Dirigir no es buscar un premio ganado frente a los adversarios. Es descifrar el curso de acción de una organización en marcha, con todos los ciudadanos en el mismo barco.
5. La campaña es inherentemente un ejercicio de persuasión.
El objetivo es crear impresiones que producirán una respuesta favorable para la causa de uno. Gobernar pone su mayor peso en los valores de la deliberación. Mientras que una buena campaña suele persuadir por su seguridad y afirmaciones, el buen gobierno generalmente depende de una consideración más profunda y madura.
Esto es así ya que cualquier conclusión a la que se llegue el gobierno estará respaldada por el temible poder del estado. Tomar consejo sobre qué hacer y cómo hacerlo se encuentra en el corazón del proceso de gobierno.
6. Hay que reconocer que la deliberación puede parecer un término demasiado refinado para las peleas sucias que a menudo se asocian con el gobierno.
Sin embargo, los hombres y mujeres que diseñan y ejecutan las políticas públicas constituyen una empresa en marcha mientras negocian y buscan persuadirse unos a otros dentro de la estructura constitucional.
El contraste entre persuasión y deliberación, entre campaña y gobierno, nos lleva a concluir que la campaña tiene un lugar legítimo en la democracia, pero no se debe adelantar. Eso hace daño a las tareas del gobierno. Eso destruye valor público.
La campaña es una cuestión de habilidad para hacerse atractivo ante los demás. Es un trabajo de ventas. El activista habilidoso no necesita explorar la verdad de las cosas. Dentro de los límites del escenario de una campaña, lo verdadero es lo que agrada a la audiencia.
Las campañas existen para perseguir una causa, no para deliberar cursos de acción. Burdett Loomis escribe que “una campaña no es más que una serie de seducciones”. Y los buenos seductores sólo creen en sí mismos.
Hacer campaña se trata de hablar para ganar, no para aprender o enseñar. Los candidatos mantienen su disciplina de mensaje. Enmarcan los temas pero no informan con detalle. Proyectan seguridad y no admiten ignorancia o incertidumbre sobre temas complejos. Contraatacan pero no responden a las preguntas difíciles. Sus técnicas son esencialmente anti deliberativas.
El propósito es derrotar al enemigo, y si eso puede ocurrir sin luchar, tanto mejor. Una campaña política es parecida a una campaña de ventas comerciales entre empresas competidoras. No es un mercado libre de ideas.
El objetivo es que el votante haga una compra psicológica. Involucra los sentimientos del consumidor. No intenta ganar debates sino ganar audiencia. La razón apoya prejuicios, deja la realidad a un lado, no se preocupa de los hechos de la historia sino de la imagen de la historia. No es racional sino emocional.
¿Por qué debe preocuparnos que el gobierno de la 4T viva una campaña presidencial adelantada?
Porque si la campaña se infiltra en el gobierno, los valores de campaña anulan los valores de gobierno. No hay equilibrio, importa más el corto plazo que el largo, no hay colaboración sino antagonismo, no hay deliberación pública sino una simple venta.
La campaña permanente de la 4T no se ha planeado ni debatido; se ha desarrollado sin orden ni acuerdo; es parte de las reglas no escritas del nuevo sistema político mexicano de la 4T.
¿La campaña presidencial adelantada destruye valor público o es la mejor estrategia que tienen para que las reformas de la 4T no desaparezcan después del 2024?
Twitter: @javier_trevino