En el marco de un nuevo aniversario de la promulgación de la Constitución de 1917, bien vale hacer una breve reflexión sobre cómo la Carta Magna ha sido reformada y cómo ha servido a lo sucesivos gobiernos en turno. El objetivo de este texto no es hacer un juicio de valor sobre la conveniencia de las reformas ni su impacto como políticas públicas, sino destacar la maleabilidad de nuestro texto constitucional.
A diferencia de otros países, en México la Constitución es frecuentemente reformada. A pesar de los aparentes “candados” dirigidos a obstaculizar una reforma constitucional (la mayoría necesaria de dos terceras parte del Congreso más la aprobación por parte de los congresos estatales) la Constitución ha sido modificada más de 700 veces desde su promulgación.
Esto ha resultado en transformaciones profundas del significado de nuestro marco jurídico. En tiempos recientes, las reformas impulsadas por Enrique Peña Nieto con el Pacto por México derivaron en el desmantelamiento de principios consagrados en la Carta Magna; muy puntualmente, la soberanía estatal en materia energética.
Sin embargo, más tarde, durante la presidencia de AMLO, otros cambios han tenido lugar; unos dirigidos a revertir las transformaciones encabezas por su antecesor y otras como parte del contenido del programa de gobierno del propio jefe del Estado.
¿Cuál ha sido históricamente la razón que ha hecho posible que más de setecientas reformas han sido implementadas en nuestro marco constitucional?: el presidencialismo mexicano. A lo largo del tiempo, gracias a las súper mayorías con las que contaron los jefes del Estado, sumado al alineamiento -casi sumisión- del partido del presidente a las disposiciones emanadas de Ejecutivo, el presidente fue capaz de elevar a rango constitucional su programa de gobierno.
En otras palabras, debido al presidencialismo mexicano, heredado de la Revolución, los sucesivos presidentes han contado con la fortaleza política para consagrar en nuestra Carta Magna sus agendas. La Constitución se ha convertido, pues, en una herramienta, o fin en sí mismo, como se quiera, para que el presidente en turno imponga su visión de país, apoyado siempre por las mayorías en el Congreso federal y en los estados.
AMLO no es la excepción, sino que responde a uno de los principales rasgos del Estado mexicano desde la promulgación de la Constitución de 1917. En suma, nuestro texto constitucional ha sido reformado, trastocado y modificado a conveniencia de un solo hombre, quien, bajo el lema de la legitimidad, se ha creído dueño del destino de la nación y de la Carta Magna.