Sorprende la facilidad con la que el presidente López Obrador dice lo que piensa, especialmente por las consecuencias negativas para su propia causa, aunque él cree lo contrario, que es la mejor manera de darle fuerza a su proyecto político y de paso acreditar que él no es como los de antes. Y en eso tiene razón, es más, no es como los políticos, buenos y malos, del pasado o del presente, su comportamiento es propio al de un líder religioso por su apego a verdades reveladas, su desdén a la evidencia y desencuentro con la realidad. La fe por encima de la razón. Sin duda, el presidente López Obrador no es como Cárdenas o Benito Juárez y sí un poco como Madero, pero solo un poco; Andrés Manuel es naturalmente desconfiado y muy distante de la ingenuidad.
Cada presidente ha resuelto a su modo la continuidad. La apuesta de todos, incluso de López Obrador ha sido la Constitución. Se supone que lo allí incorporado pasa la prueba del tiempo y sus vicisitudes como son la alternancia. El presidente de ahora desconfía de ello por su maximalismo político, es decir, que para él lo común es que un proyecto, el de él, arrolle con todo y todos. Para él es normal, deseable y posible, que una fuerza política con ascendiente popular tenga la capacidad para cambiar por sí misma la Constitución.
Un poder sin barreras es la aspiración de todo proyecto, pero es el camino al autoritarismo. La democracia impone límites, por una parte, el constitucionalismo, por la otra, la división de poderes y la función de los órganos autónomos. Para el presidente López Obrador la clave está en la conformación hegemónica del poder público, esto es, ganar la presidencia, la mayoría calificada en el Congreso y en los poderes locales y desde allí someter a la diversidad política e institucional.
La obsesión por la reforma electoral seguramente mucho tiene que ver con la aspiración maximalista. El presidente ha aludido no sólo al triunfo en la elección presidencial, también en el poder legislativo, aunque para ello requiere de una supuesta coalición ya que una fuerza política por sí misma no puede tener más de 60% de las curules en la Cámara de Diputados. La coalición no es tal porque los partidos asociados son despojados de proyecto propio.
El presidente no confía que la Constitución sea garantía de continuidad porque él mismo ha sido un decidido contra reformador. A pesar de los múltiples cambios constitucionales, lo más significado de su legado ha sido revertir lo que se ha hecho, así es en la Constitución y en el gobierno. Confió que la elección intermedia habría de ratificarle el mandato maximalista y resultó un triunfo de la pluralidad. Morena perdió la mayoría absoluta, aunque no su capacidad para controlar a sus socios.
En la aspiración de la continuidad la lucha es más frontal, más amplia y profunda porque se requiere arrollar en las elecciones. Tres temas la vuelven inviable: primero, la dificultad para repetir el mapa de poder de la elección de 2018, a pesar del apoyo popular al presidente y del deterioro político en la oposición, la inercia social apunta hacia el regreso de la pluralidad. Segundo, el agotamiento de la polarización; aún bajo el triunfo de Morena en 2024 la forma de gobernar propia de López Obrador no sólo es irrepetible, también es políticamente disfuncional, aún más si prevalece la pluralidad en el Congreso.
Tercero, la imposibilidad de la experiencia del maximato, esto es, el poder de dirección política independiente del presidente. El callismo corresponde a una realidad específica, muy diferente a la actual especialmente porque el poder político se asociaba al control del Ejército. A pesar de los cambios no se ha alterado lo fundamental: la condición de las fuerzas militares como una institución leal al presidente de la República.
En el contexto actual la continuidad a la que se puede aspirar no va más allá que la de impulsar y propiciar las condiciones que lleven al triunfo de Morena en la elección presidencial de 2024. De los aspirantes del régimen quien lleva ventaja en las encuestas, Claudia Sheinbaum es notoriamente distinta en origen, trayectoria y formación política. En todo caso Adán Augusto tiene mayores atributos de identidad o afinidad. Conforme pasa el tiempo la experiencia obradorista se advierte irrepetible y la continuidad anhelo esquivo.