Lo repetía el intelectual Henry Krauss, México dejó de ser una república para convertirse en monarquía. “¿Ves?, te lo dije”, repetía una y otra vez a su colega Nexus Kamín, quien movía la cabeza de un lado a otro, sus gafas circulares empañadas y sus cabellos ralos descansaban en rizo como ola de río sobre su camisa empapada de sudor. El Blondy Castañuela caminaba en círculos con las manos salpicadas de grandes pecas; quería ocultar con su abundante cabellera dorada el paso de los años. “¡De nada sirvió el “go negative, carajo, ¿qué nadie entendió?, tenía que haberlo dicho en español, o en zapoteco o en náhuatl?” Agustine Koppele, Alexei Ramírez y Jerman Larrea escuchaban, sus rostros congestionados y marrones por la frustración; toda su estrategia había fracasado; tantos miles de millones de pesos se gastaron ¡para nada!
“¡Pauten sin miedo, carajo!”, gritaba exasperado el coordinador de unos jóvenes encargados de producir a destajo memes, videos y frases, para desvirtuar al entonces candidato a la presidencia de la república, el tal López. Millones de mensajes llegaban a todos lados, por todos los medios, encendiendo todas las pantallas, sobre todo en las “fifís”. Una y otra vez compartían las frases López “es un peligro para México”, “convertirá a México en Venezuela”, “el dólar se disparará a los 35 pesos”; varios periodistas del exclusivo grupo aseguraban lo mismo, entrevistando a expertos en Economía. Mucha gente corrió a comprar la moneda estadounidense, muchos amenazaron con irse del país…
En las trincheras solo se escuchaba el incesante tecleo; todos apurados para crear perfiles falsos… mandar el mismo mensaje millones de veces, ahí estaban encerrados día y noche reproduciendo lo que les indicaban los jefes; tenían que espantar al pueblo, a la gentuza ignorante, desprestigiando al peligroso López, hacerlos dudar.
“¡Si gana éste lo perderemos todo!” “¿Quién comprará mis tirajes de Nexus?” “¡Todos estaremos jodidos, todos!” “¿Y Letras Libres?”
“¡El dinero no es de ustedes!”, gritaba iracundo el joven Richard Red a su granja de bots. “¡Tenemos presupuesto ilimitado!” “¡Sí, aunque usemos el dinero de las revistas que como apapacho nos compraron nuestros amigos los expresidentes, vamos, ¡a darle!”, gritaban al unísono Henry Krauss y Nexus Kamín.
“A pesar de todo, la plebe apoyó a López con millones de votos… ¡vaya pesadilla! Esa bola de ignorantes, a pesar de sus advertencias, votaron por su ‘mesías’. Se tragaron todo lo que prometió, sobre todo eso de los apoyos sociales, ¡que se pongan a trabajar, bola de huevones!” “Sí, Fox, ya sabemos que nos apoyaste mucho en tu sexenio, danos chance de que recuperamos tu pensión y nuestras ventas, ¡lo haremos!”
Pasó el tiempo, se reprodujeron las granjas, no fueron suficientes los millones de bots, sus frases eran deslizadas con el índice cuando aparecían en alguna pantalla del pueblo que votó.
Durante seis años los opositores siguieron esparciendo el veneno, la discordia, el odio… Ahora habrá que hacer algo para detener a Claudia, y con más obstáculos para impedir que construya ese pinche segundo piso, que para nosotros los intelectuales es y un será un doble dique que bloqueará nuestras entradas, será ya imposible e incontable esto… ¿Qué será de la impresión de nuestras revistas?… ¿qué nuestra voz no influye ya sobre nadie? ¿Será ahora solo la voz de Sheinbaum, y el eco de entrenamiento que provendrá de los platanares?…
En una elegante residencia, bajo un gran candil estaban sentados a la mesa los intelectuales, indignados porque la gente, “seguía sin entender” y ellos, solo ellos tenían la razón.
Henry Krauss repetía una y otra vez: “Después de ser una monarquía, el 4 de octubre de 1824 México se convirtió en una república. Pasaron 200 años. En septiembre de 2024 México dejará de ser una república para convertirse en una monarquía. ¿Lo permitiremos?”.
“¿¡Lo permitiremos!?”, furioso le dio un manotazo a la mesa labrada de nogal, sus patas en forma de serpiente retumbaron. Los cientos de gotas de cristal del candil que pendía del techo alto los hacía sudar, iluminando sus perladas frentes, por más que se secaban esta agua terca y salada no dejaba de manar… Nexus Kamín dijo en tono desesperado, “¡el PRI tenía siempre una reserva de pudor y de cuidado de formas!”, se retorcía sobre la elegante silla sostenida por serpientes finamente talladas, sus escamas brillaban, el rostro de Kamín casi marrón del coraje, o tal vez por apnea, se deshizo el nudo de la corbata, parecía que los reptiles que lo sostenían hubiesen cobrado vida y los estuviesen ahorcando.
Kamín no podía ocultar su furia, hablaba descompuesto, como un energúmeno. Estaba colérico lleno de impotencia, el líquido salado e incesante se metía a sus ojos, se quitaba las gafas para limpiarse, le abrasaban, todo él ardía. Al doblar su pañuelo con manos temblorosas dio un grito de terror, ¿qué? ¿Había llorado sangre? ¿O estaba alucinando? Se secó bien los ojos y la tela fina y suave de algodón que había utilizado tenía residuos hemáticos. Henry y el Blondy Castañuela se quedaron paralizados cuando sintieron que por sus rostros corrían lentos y cálidos ríos; sacaron sus pañuelos y también la tela límpida estaba manchada de marrón. El silencio fue interrumpido cuando tocó la puerta de la sala el escritor Martin Francis Brown, cuando vio a todos morados, sin aliento solo dijo: “¿Qué les pasa?”, “se les aparecieron las brujas de la inquisición?”
Todo era alboroto, desesperación en los opositores; el infierno que habían sorteado en estos últimos seis años iba a arder con más intensidad, iba a arrasar con las ascuas de esperanza que les quedaban de los sexenios anteriores; las “letras libres” habían quedado presas y las de Nexus, que casi habían sido borradas se convertirían en cenizas nomás… los “apapachos” habían terminado, ¿y ahora? ¿Qué hará esta mujer? ¡Ese dictador seguirá escondido atrás de sus platanares dictándole a ésta qué hacer! ¡Hasta crees que sí se irá!, gritaba eufórico Nexus..
A pesar de haber derramado lágrimas de sangre, y de haber gastado miles de millones de pesos, había ganado la no católica, la mujer de hierro la, la… ¡Sheinbaum!
¡Fracasamos! ¿En qué fallamos? ¿Por qué no ganó nuestra candidata estrella, la indígena exitosa y dicharachera? ¿Gobernará entonces la calca del dictador López? Se desató la furia de la oposición. Su flamante Xóchitl se había apagado con la menor brisa, sus cabellos lacios y rubios que tanto elogiaba Lupy Diatribaesa, no pegaron. Esa luz que tenía Gálvez, fue “x”, y Claudia, el duplicado del dictador había ganado ¡y con más votos, muchos más que el mismo López!... “¡Indignante! ¡Hubo fraude! ¡Elección de Estado! ¡Narco Estado!”, gritaba Krauss.
La opinóloga Dressy War con el rostro color de cera, su boca contraída y pintada para colmo de marrón, afirmaba: “me entristece saber que la mayor parte de mis compatriotas volvieron a colocarse las cadenas que les quitamos en los 80 y 90″… Hoy murió la democracia mexicana como la habíamos concebido”, dijo, tras confirmarse el triunfo de Claudia Sheinbaum.
Es ahora conocida como la “libertadora” de los mexicanos…
“Aunque la población no entienda lo que va a pasar, no quiere decir que nuestro diagnóstico no es correcto”, dijo colérico Nexius Kamín. “Sí, sí, dijeron sus amigos al unísono”, dando todos desesperados y sendos tragos de fino coñac.
Henry Krauss manifestó: “Después de ser una monarquía, el 4 de octubre de 1824 México se convirtió en una república. Pasaron 200 años. En septiembre de 2024 México dejará de ser una república para convertirse en una monarquía. ¿Lo permitiremos? ¡¿Lo permitiremos?! ¡Carajo! Quedaban obcecados los colegas Yorch Braun, George Golpi y Yisus S. Jerzok…”
La luz del salón no se apagó, pero sí sus ilusiones, su intelecto se esfumó pero ellos siguieron brindando, mentando, cuestionando…
Llegó el día 1 de octubre de 2024, México dejó de ser república y se convirtió en monarquía. Uniformados de marrón custodiaban todos la carroza de la reina Claudia Carlota. La reina iba en su elegante carroza, ataviada con su fino vestido bermellón; saludaba a todo el pueblo mientras se dirigía al Castillo de Chapultepec, ahí había decidido que sería su residencia. Sus joyas refulgían y cegaban a los guardias que la custodiaban muy a su pesar.
Los de más edad iban detrás, se les tuvo consideración a pesar de todo, a paso lento recorrían la avenida Madero, millones de personas agitaban las banderas guindas hechas de terciopelo con las insignias CC formando un escudo de armas bordadas en oro. La reina, su majestad, saludaba erguida y sonriente, agradecida como siempre con la gente toda ahí presente, la que la apoyó.
De la corona que portaba relucían los rubíes y se reflejaban en los ojos de la corte… el pueblo gritaba con clamor, ¡Que viva la reina Claudia Carlota! ¡Larga vida para la reina! El pelaje de los caballos brillaba como la seda, estaban enjaezados con adornos dorados y marrón, trotando todos al mismo ritmo y con elegancia, a un paso lento para que la gente pudiera admirar a la ahora reina.
Sus doncellas iban en fila, todas ataviadas con faldas amplias color guinda, estaban obligadas a recibir las peticiones del pueblo, sabían que Claudia Carlota, nuestra ahora soberana, las leería una vez que se instalara en su castillo.
Con sus libreas y cuellos apretados hechos de encaje, con zapatos negros y grande hebilla caminaban detrás del carruaje el Ticher Do, Paul Hiriar, Marko Polite, Alito Braun y Henry Kardena, aunque el que más destacaba era el señor Claude Y.W.X, había perdido ya su abundante y ochentera cabellera blanca, su mirada eso sí conservó, aunque seguía extraviada.
El jefe de los bufones, Ferdinand Feauzarán saltaba frente a la gente, su sobrero con cascabeles hacían melodía con el juglar mayor, el de cabellera rizada y verde, la cara, aunque pintada de rojo, era avasallada por el violeta de su piel, no podía con la frustración y el coraje; ahora no llevaba a una mujer con él sino a un hombre alto, delgado, con máscara, portaba pantalones bombachos y camisa estampada con letras doradas, le llamaban Charly el Saltimbanqui… ambos tenían la encomienda de entretener a los asistentes, contando historias impactantes, el juglar ahora se mofaba de Charly y él le inventaba historias…
A las doncellas se les dificultaba caminar sobre la calle adoquinada; miles, miles de sobres recibían con la cara descompuesta y roja por tener que seguir el carruaje, se alzaban la falda para acelerar el paso los ojos parecían salirse de sus cuencas al ver aquella reina que cuya sonrisa refulgía.
Lilly Telly, Dressy War, Margaret y Mary Ann del Camp corrían juntas, del otro lado de la acera, Kenny López hacía lo que podía para acatar las órdenes de los que eran miembros honorables de la actual monarquía.
El sol era esplendoroso, el cetro de la reina Claudia Carlota refulgía…
La multitud venía de todas partes del ahora reino, todos gritaban “¡larga vida a la reina!”, “¡larga vida a la reina!”, los niños sobre los hombros de sus padres agitaban banderas, la ciudad se atiborró, toda se pintó de marrón.
Los corceles parecían sonreír, quienes los conducían eran campesinos de diferentes regiones, ataviados con sus sacos de terciopelo, los botones de oro, una sortija en cada dedo, orgullosos por escoltar a su reina, su desplante deslumbraba a todos. Mientras se acercaban las luces del Castillo de Chapultepec comenzaban a reflejare sobre las hojas de los viejos y frondosos árboles que circundaban el alcázar, sobre todo cuando comenzó el sol a despuntar.
La morada de la monarca resplandecía, el sendero delineado con antorchas… todos aplaudían, todos gritaban, lazaban flores de intenso aroma, todos felices, menos los ahora lacayos y custodios; los rostros de las doncellas se habían confundido con el marrón de sus vestidos.
Claudia Carlota I, después del largo recorrido bajó de la carroza. Ascendió la escalinata del castillo, la tela de su vestido acariciaba los escalones, se dirigió de inmediato a la terraza para vislumbrar desde ahí a la multitud, a los millones de mexicanos que la habían elegido para ser reina. Sus rizos revoloteaban por el viento y la luces que agitaba la multitud allá abajo se reflejó en su mirada.
Henry Krauss estaba recostado sobre la mesa, abrió los ojos y todo le daba vueltas, recordaba que Philip Calderoni había fraguado nuevos planes y se había unido al grupo. Ahora, no sabía dónde estaba… solo que era 1 de octubre y que Claudia Sheinbaum Pardo ya era presidenta de México.