La Cumbre de Líderes de América del Norte que tuvo lugar en días recientes en la Ciudad de México ha suscitado críticas y alabanzas en ambas partes del espectro político. Algunos comentaristas y analistas políticos han aludido al buen espíritu de colaboración mostrado por Biden, AMLO y Trudeau, mientras que otros, principalmente miembros de la oposición, se ha decantado por omitir detalles de sustancia de la Cumbre, y en cambio, referir al cuasi interminable discurso del presidente mexicano que pareció aburrir a sus invitados.

Por un lado, rescatamos lo positivo. A pesar de las enormes problemáticas que aquejan a la región, el presidente Joe Biden mostró un aire sereno y conciliatorio, como un mandatario abierto y dispuesto a resolver conjuntamente los problemas relacionados con la migración ilegal y el narcotráfico. A diferencia de su antecesor, el presidente estadounidense mostró una buena disposición para reconocer a México como un socio estratégico y como un actor indispensable en la lucha contra los problemas bilaterales que aquejan a ambos países.

Entre los principales acuerdos verbales obtenidos se encuentran: un objetivo tripartita de fortalecer a la región en materia de seguridad, energía, y en particular, alrededor de un compromiso de combatir el calentamiento global, el tránsito hacia las energías verdes y una promesa de reducir las emisiones de metano, así como un pacto intrarregional de colaborar más estrechamente en materia sanitaria en caso del surgimiento de una crisis internacional similar a la de covid en 2020.

Otro tema relevante abordado durante la Cumbre fue el combate contra el tráfico del fentanilo, sustancia que representa una emergencia sanitaria que daña hoy severamente a la población estadounidense.

Ahora, lo malo. A pesar de las fotografías y los abrazos entre los mandatarios y las primeras damas, los discursos políticos, principalmente expresados en el marco de una Cumbre, difícilmente se traducen en hechos concretos. El peso de la política interna, la presión legislativa de la oposición y la carga de los aparatos burocráticos suelen ralentizar, y a veces, detener, cualquier expresión de voluntad de los jefes de Estado.

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En el caso de México, AMLO ha violado flagrantemente los acuerdos internacionales suscritos por nuestro país en materia de combate contra el cambio climático. Con la construcción de Dos Bocas, y con la apuesta por la continuidad en la quema de combustibles fósiles, el Estado mexicano contraviene el Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas.

De igual forma, viola cualquier compromiso suscrito con sus socios norteamericanos relacionados con el tránsito hacia energías verdes y renovables. En adición, AMLO, contrario a sus discursos, ha encauzado la violación de disposición contenidas en el T-MEC relacionadas con el tema energético.

En otras palabras, los discursos y resultados aparentes de la Cumbre difícilmente serán realizables en un entorno polarizado, con agendas complejas y con un presidente mexicano que desdeña las relaciones internacionales y cuyo principal objetivo es asegurar que su candidato resulte ganador en 2024.