Cuando Justin Trudeau y Joe Biden intercambiaron saludos en Washington, el jueves pasado, el presidente de Estados Unidos dijo sobre Canadá: “ésta es una de las relaciones más fáciles que tenemos; una de las mejores”.

No se equivoca. Aproximadamente el 20 por ciento de las exportaciones estadounidenses se dirigieron a Canadá en 1965. Hoy en día, todavía son alrededor del 18 por ciento. Sin embargo, los canadienses son hoy más dependientes que nunca de Estados Unidos. Dependen cuatro veces más de ellos como clientes que viceversa. Estados Unidos compraba menos del 70 por ciento de las exportaciones de Canadá a fines de la década de 1960, y ahora es el 75 por ciento.

A pesar de esta realidad comercial, seguramente la delegación canadiense no se sintió tan a gusto en Washington cuando atestiguaba que su mayor socio diseña ahora sus políticas teniendo en cuenta más a China. Los canadienses vieron de cerca su nuevo problema. Estados Unidos es una superpotencia preocupada y distraída por desafíos en los que Canadá es un actor secundario.

El tema central ahora es China. Biden predijo que las generaciones futuras harán una pregunta sobre nuestro tiempo: ¿Estados Unidos compitió con China? Los canadienses olfatearon bien: ese miedo a perder impregna casi todo en Washington. Los estadounidenses tienen miedo a tres pérdidas: de poder económico, de capacidad manufacturera, de supremacía militar.

Siempre es bueno ver las cosas desde una perspectiva diferente a la acostumbrada. La cumbre trilateral de líderes de América del Norte se ve con otros ojos desde Canadá. Para los analistas canadienses, la visita de Trudeau a Estados Unidos ofreció una llamada de atención sobre la dura y nueva realidad para los canadienses en América del Norte.

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En Canadá se vio como un fracaso que Trudeau no pudo detener las disposiciones, que afectaban a su país, en el paquete legislativo estadounidense que otorga una gran cantidad de créditos fiscales para la compra de vehículos eléctricos. La iniciativa se aprobó en la Cámara de Representantes de Estados Unidos el viernes, justo cuando Trudeau se iba de Washington, una amarga despedida simbólica, no deseada, que coronó su viaje sin resultados. Aunque todavía podría ser ajustada en el Senado, las perspectivas no son favorables para Canadá.

Los analistas canadienses se dieron cuenta de que los impulsos proteccionistas de Donald Trump no desaparecieron. Ahora saben que, con Biden, la nueva realidad es muy diferente de la que produjo el Pacto Automotriz de 1965 y que estimuló décadas de integración económica entre Canadá y Estados Unidos.

Estados Unidos redobló su plan para el sector automotriz a pesar de las objeciones canadienses. En una planta de GM en Detroit, Biden articuló claramente, hace unos días, el objetivo de su plan de crédito fiscal para vehículos eléctricos: “comprar vehículos limpios fabricados en Estados Unidos, hechos por sindicatos”.

En vísperas de la Cumbre de Líderes de América del Norte, el gran incentivo fiscal del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, para los vehículos eléctricos producidos en Estados Unidos creó tensión, y algunos ya conocen a esa iniciativa como “la gran asesina de empleos en la industria automotriz canadiense”.

Y por si todo esto fuera poco, los canadienses piensan que para Estados Unidos, en su visión de América del Norte, México es la prioridad. Los canadienses se quejan de que las preocupaciones de Estados Unidos están más cercanas a casa. Cuando los políticos estadounidenses hablan sobre este continente o sus fronteras, generalmente se trata de preocupaciones que involucran a México. Sus preocupaciones son la migración proveniente del sur y los empleos de la industria manufacturera que se van hacia el sur.

Los canadienses ven “la amenzaza mexicana” desde otras perspectivas: por un lado, migración, Centroamérica y la frontera. Por el otro, el movimiento de México hacia la renacionalización de los mercados energéticos. Pero, más que todo, creen que un objetivo de Biden del crédito fiscal es hacer que las plantas de ensamblaje regresen a Estados Unidos. Y es difícil eximir a un vecino sin hacerlo también con el otro. Y eso le pega a Canadá.

De ahí se deriva que México podría ser un aliado de Canadá en la lucha contra el plan automotriz de Estados Unidos. Pero se requiere una visión estratégica del lado mexicano.

¿Podría Canadá volver a tener una relación más individualizada con Estados Unidos? ¿Podría articular una política clara ante el riesgo chino? El mundo de hoy es muy diferente al que estábamos acostumbrados.

Desde Canadá se cuenta que, en los albores de la integración económica de América del Norte, Lester Pearson y Lyndon Johnson, firmaron el Pacto del Automóvil, en enero de 1965. Eran otros tiempos. Canadá amenazó con aranceles y consiguió lo que quería. El pacto tuvo un efecto inmediato. Chrysler dijo que fabricaría 80 mil automóviles en Canadá para la exportación. Las exportaciones estadounidenses a Canadá de autopartes también aumentaron rápidamente. Todos ganaron.

Con el tiempo, Estados Unidos perdió su predominio. En unos pocos años, pasó de importar el cuatro por ciento de sus automóviles a casi el 25 por ciento. Los empleos se fueron a México, a China y muchos más que fueron sustituidos por la automatización.

Con Biden ahora hay una nueva filosofía. La industria es vital para una clase media próspera. Por lo tanto, recuperar las plantas manufactureras es prioridad nacional.

Y, para cerrar con una mayor preocupación, la realidad es que cada vez más canadienses creen que los acuerdos comerciales de América del Norte los han perjudicado. Los últimos datos del Instituto Angus Reid señalan que los sentimientos negativos hacia el acuerdo de libre comercio continúan desde que se firmó por primera vez el TMEC, en 2018.

En los tres años transcurridos desde que se firmó el acuerdo sucesor del TLCAN, no se ha podido lograr que los canadienses se encariñen con el TMEC. Los canadienses están más decepcionados que satisfechos con el acuerdo; y la mitad dijo que el nuevo acuerdo era peor que el que reemplazó.

Cuando se les preguntó cómo creen que el reemplazo del TLCAN está afectando la economía de su país, los canadienses son críticos por un margen de dos a uno (37% a 18%), mientras que muchos admiten que no están seguros.

La misma historia surge cuando se les pide a los canadienses que evalúen el impacto del acuerdo en sus respectivas provincias: uno de cada tres dice que el acuerdo está perjudicando a su provincia, mientras que el 13 por ciento cree que es beneficioso. Estos sentimientos son más pronunciados en el Atlántico de Canadá y Alberta, donde los que creen que el TMEC ha perjudicado la economía de sus provincias superan en número a los que creen que ha sido un beneficio por seis a uno y tres a uno, respectivamente.

La mitad de los votantes conservadores cree que el TMEC y el TLCAN han perjudicado la economía de Canadá. Entre los votantes liberales y del NDP, aquéllos que creen que los acuerdos de libre comercio han tenido un impacto económico negativo superan en número a los que creen que han sido una bendición para la economía del país.

La mitad (50%) de los canadienses tiene una opinión desfavorable de Estados Unidos y casi la misma cantidad (46%) ven a Estados Unidos de forma favorable. Al mirar más al sur, la mitad de los canadienses tiene una opinión favorable de México, el tercer socio en el TMEC, mientras que dos de cada cinco (39%) tienen opiniones desfavorables. Las opiniones favorables hacia México han disminuido desde que se firmó el TMEC hace tres años.

Si nuestro objetivo, después de la cumbre de “los tres amigos” es fortalecer la región de América del Norte, México debe poner más atención a su relación con Canadá.

Javier Treviño en Twitter: @javier_trevino