De las miles de desapariciones forzadas ocurridas en el país, quizá ni una destaca tanto como la del otrora defensor de los migrantes convertido en promotor de la 4T, el padre Alejandro Solalinde, quien desde el 2018 ha reducido sus actividades públicas al mínimo; incluyendo el acompañamiento que antes hacía a las caravanas migrantes por territorio nacional.
Siempre polémico y muchas veces alejado de la iglesia a la que supuestamente pertenece, Solalinde utilizó su condición de religioso para darle legitimidad a su activismo en pro de los migrantes y a su crítica de los gobiernos en turno. Todo eso quedó atrás.
Las primeras alertas de su eventual desaparición se tuvieron desde la victoria de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones presidenciales del 2018, y después de que el supuesto sacerdote avalara una sátira del catolicismo, al utilizar una figura del Niño Dios con la cara del ahora presidente; y después de también aparecer con figuras como Martí Batres en pastorelas que representaban conductas socialmente aceptadas pero no avaladas por la misma iglesia.
Nunca como ahora, ha estado más claro que el padre Solalinde solo usa la sotana para esconderse, como si se tratase de una especie de escudo que le da cierta protección ante la crítica y lo deja impune ante sus actos; pero nunca la ha utilizado realmente, como un símbolo real de su ideología o vocación de servicio.
Los terribles acontecimientos recientes que contextualizan la situación de los migrantes hoy en día en nuestro país, evidencian la ausencia de quien antes era su vocero oficial, su protector, su guía y su más cercano “amigo”.
Ante el fatídico accidente en donde fallecieron más de 50 migrantes, el padre se limitó a cuestionar al INM con un simple e irrelevante tuit. Ante la represión que sufrió el viacrucis migrante (que en algunas ocasiones llegó a encabezar) por parte del gobierno de la Ciudad de México el pasado fin de semana, el padre no hizo ni dijo nada.
Atrás quedaron sus reclamos, sus marchas, sus ruedas de prensa frente a los Palacios de Gobierno de cada entidad; ni que decir de su crítica al partido en el poder. Y aunque en términos legales no tiene obligación de proteger a los migrantes, el Padre sigue ufanando un título que alguna vez le sirvió y que él solito se otorgó.
Qué diferente sería que todos aquellos liderazgos afines al actual gobierno utilizaran su cercanía para poder orientar, observar, o corregir cualquier situación como esta. En cambio, pareciera que saben que han sido secuestrados por una autoridad a la que ni sus más notables seguidores se atreven a cuestionar. El relato del padre Solalinde y su desaparición forzada, es una triste muestra de este nuevo México real, en el que ni la opinión de los aliados tiene cabida para ser escuchada; por eso para ellos, es mejor seguir simulando su desaparición forzada.