A estas alturas, todavía la dirigencia nacional de Morena no ha fijado reglas y mecanismos internos para la elección presidencial del 2024. De hecho, no hemos conocido, hasta ahora, un pronunciamiento oficial que pudiera calmar esa percepción de escepticismo que existe. De esta forma, aumenta la sospecha porque no ha iniciado un proceso reconocido y existe, a todas luces, una cargada y favoritismo hacia una de las corcholatas de Palacio Nacional. Sin lugar a dudas, eso está contribuyendo a alimentar más la desconfianza, pues la propia experiencia que nos ha tocado vivir nos muestra que, la encuesta, es un mecanismo de simulación en Morena.
Hace unas semanas comenté que, el consenso propuesto por el presidente, sería la vía más democrática y plural, pues permitiría no tomar ventajas en la competencia. Es decir, al ser la encuesta, un instrumento cuya retrospectiva tiene grandes antecedentes de casos donde el criterio de la metodología que aplica el partido están claramente manipulados, debe haber cambios urgentes. Por ello, no nos extraña, ni mucho menos nos sorprende que, la mayoría de actores políticos inmersos en la sucesión presidencial, tengan desconfianza. En otras palabras, el mecanismo no es convincente para nadie, al menos para tres de los aspirantes a suceder a López Obrador.
Con esta ocasión, son dos veces que el secretario de Gobierno, Adán Augusto, ahonda en el tema de la encuesta y, entre líneas, ha dejado claro que, ese mecanismo, no es la forma más democrática de selección. Recuerdo que, en Chihuahua, el titular de gobernación reconoció que Juan Carlos Loera, excandidato a la gubernatura de aquella entidad en 2021, le robó la elección interna al actual presidente municipal de Chihuahua, Cruz Pérez. De hecho, esa postura la ratificó claramente en una entrevista con Milenio, donde aceptó que Ricardo Monreal, coordinador de los senadores de Morena, dominó más de veinte encuestas en 2017.
Si hubiera justicia social y democracia interna, Cruz Pérez sería el gobernador constitucional de Chihuahua y, sin lugar a dudas, Ricardo Monreal gobernaría la Ciudad de México actualmente. Esto significa que, la encuesta, jamás se llevó a cabo en ese momento y que, por lógica, hubo determinación unilateral, pues de otra forma no se explica como una perspectiva cambia de un instante a otro a sabiendas de que existe, paralelamente, una serie de metodologías que fundamentan el hecho.
Por ejemplo, Ricardo Monreal dominó más de 25 encuestas a priori en 2017. Cómo explican en Morena que la tendencia cambió. Es, sin duda, técnicamente imposible que una percepción se revierta de la noche a la mañana. No hay lógica, ni mucho menos una razón científica si mostramos argumentos o juicios más estrictos. Lo que pasó fue, sin duda, que al zacatecano le arrebataron una candidatura de las manos que, ante la opinión pública, siempre fue Monreal el vencedor.
Casos como esos hay cientos a lo largo y ancho de la toma de decisiones del partido. Sin ir más lejos, esos ejemplos fueron, evidentemente, los que provocaron un retroceso en la democracia interna de Morena y, para que esa situación se pueda subsanar, el partido está obligado a garantizar piso parejo para Marcelo Ebrard, Adán Augusto y Ricardo Monreal, tres presidenciables que han mostrado preocupación por el mecanismo de selección.
Y, con justa razón, han levantado la voz para exigir, primero, reglas de participación equitativas, pues tal parece que, a los gobernadores, se les ha olvidado la instrucción de López Obrador. Eso explica la cargada hacia una de las corcholatas, sin embargo, no le garantiza nada. Lo que quiero decir es que, ante un escenario como ese, el presidente puede decidirse por quien le garantice la unidad y el consenso. De hecho, estoy seguro de que el mandatario federal no tiene prisa por tomar una decisión y analizará, en estos tres meses, quién demuestra más habilidad para signar acuerdos y cohesión hacia el interior del movimiento.
Por su capacidad y experiencia, sigo insistiendo en que, ese personaje clave, es Ricardo Monreal. Por esa razón limó asperezas con él y dio, como todos sabemos, un giro sustancial a la estrategia presidencial.
El presidente sabe que la encuesta está generando una confrontación y una guerra sin cuarteles al interior de Morena. Eso, a la postre, puede provocar una grieta y una división que, al final de cuentas, sea un factor para inclinar la balanza. Por tal motivo, López Obrador se vio obligado a poner sobre la mesa el consenso, como un mecanismo para sacar un abanderado de unidad.
Al final de cuentas, sería la mejor decisión, pues la encuesta, a estas alturas, es una metodología que ha perdido credibilidad y confianza porque sigue siendo, en efecto, un recurso fácilmente manipulable.
Como comenté antes, la decisión está en manos del presidente Obrador, que decidirá el futuro del candidato de Morena. Él, en ese sentido, sabe que la encuesta, a estas alturas, es una apuesta arriesgada por no decir que está desacreditada ante tantos casos de injusticia social y democrática que han vivido actores de la vida pública del país. De eso habló el secretario de Gobierno hace unos días ante un medio nacional y coincidió, como lo ha hecho Ebrard y Monreal, que la encuesta es un instrumento, como todo el mundo sabe, incierto después de atravesar por muchas imposiciones en la toma de decisiones.