El mundo
Hablar de la deuda y específicamente, de la deuda pública de los países resulta más complejo de lo que uno podría suponer. Una revisión estadística superficial sobre los países más endeudados en relación con su Producto Interno Bruto (PIB) nos podría llevar a conclusiones precipitadas.
Vale la pena hacer una primera aclaración, más que los montos absolutos, cuando se habla de deuda lo que importa es la relación que ésta guarda con la generación de riqueza o con los ingresos totales de un país. Generalmente esto se mide con la razón (ratio) monto de la deuda a Producto Interno Bruto (PIB), aun cuando también se puede considerar el Ingreso Nacional Bruto (INB), como lo recomienda el Fondo Monetario Internacional.
Dentro de la lista de los 10 países con mayor deuda pública, sorprende que se encuentren potencias económicas como Japón con un coeficiente de deuda de 266% con respecto a su PIB; Italia con 147%; Estados Unidos y España con 120%; Canadá con 113% y Francia con 112%. (Últimos datos disponibles, varias fuentes).
No es el objetivo revisar caso por caso, pero la gran pregunta es ¿por qué Japón con una deuda estratosférica de 9.2 billones de dólares, que representa más de 2.5 veces su PIB no muestra signos alarmantes de riesgo de impago o default?
Si se tomarán sólo las estadísticas, resultaría difícil entender el porqué países (incluyendo los pobres y emergentes), con menores niveles de deuda con respecto a su PIB, se encuentran en problemas; mientras que Japón, siendo el país más endeudado del planeta presenta una calificación de riesgo considerablemente menor. Las razones, en forma sucinta, por la que Japón es menos vulnerable respecto a su deuda son las siguientes:
- La rentabilidad de sus bonos es muy baja y la confianza que se le tienen en los mercados es muy alta, actuando el principio de estabilidad sobre el de rentabilidad; es decir, se trata de un núcleo importante de prestamistas que buscan más seguridad que riesgo en sus inversiones.
- Pese al enorme endeudamiento, Japón ha mantenido tasas de interés bajas, incluso negativas en sus instrumentos de deuda. Aún ahora no sigue la tendencia de tasas alcistas, entre otras razones porque su tasa inflacionaria es baja, se prevé de 2% anual para 2023 y a febrero la inflación acumulada fue de -0.1%. La deflación es un factor que inhibe el crecimiento económico, tal vez esa sea la razón de los bajos incrementos económicos de la economía japonesa en las últimas décadas. (El tema de los impactos por deflación es fascinante y abordarlo llevaría muchos párrafos; al respecto no he encontrado mejor explicación que la del Doctor Juan Alberto Equihua Zamora).
- La mayor parte de la deuda del Japón está en yenes y no en dólares, lo que propicia que su Banco Central esté menos expuesto a las turbulencias financieras que se originan por los movimientos en el mercado cambiaría del mundo. De hecho, alrededor de 92% de la deuda está en manos de inversores japoneses y sólo 8% en manos de extranjeros.
- Aun cuando se requieren de datos más recientes, los intereses de la deuda (dadas las bajas tasas de interés) representan sólo el 9% de los ingresos públicos, esto es, el 1.7% de su PIB.
Las estadísticas no dicen nada por sí solas, se necesitan contextualizarlas con respecto a las condiciones que se presentan en cada uno de los países. Se coincide que en Italia y en España los riesgos son mayores, porque están expuestos al incremento de las tasas de interés, dentro del ámbito inflacionario actual del mundo y porque distan mucho de mantener las condiciones de la deuda soberana del Japón.
América Latina y el Caribe
Llevar el tema de la deuda a América Latina y el Caribe nos va a permitir precisar un aspecto sustantivo, que la deuda pública por sí sola no es negativa. Más allá de la contratación de deuda, se tiene que ver el uso que se le da.
Si el financiamiento externo sirviese para ampliar los niveles de inversión o los servicios, se tendría una mejor perspectiva de retorno, porque se ampliarían las potencialidades productivas de los países. Hay mayor deuda, sí, pero las capacidades de pago se incrementan al ampliarse las rentas de las naciones, lo que debe reflejarse en el PIB y en el INB.
Adquirir nuevas deudas, como lo ha hecho México, también puede servir para pagar deudas contratadas con anterioridad, que resultan más onerosas y cuyos vencimientos son a corto plazo. Esa despresurización siempre va a ser del todo conveniente.
Otro aspecto trascendente es que existe una relación inversamente proporcional entre los ingresos fiscales y la contratación de la deuda pública. Es decir, si los gobiernos no tienen ingresos suficientes para cubrir sus gastos, esto llevará a buscar nuevos financiamientos, lo que lleva a mayores endeudamientos.
La deuda total de la región (pública más privada) al finalizar 2020 alcanzó los 5.8 billones de dólares, cifra que representó el 117% del PIB; en tanto que el coeficiente de deuda en las cinco principales economías de la región (Brasil, México, Argentina, Colombia y Chile) se situó en 140% en relación con el PIB. Por su parte, la deuda pública en la región superó 70% del PIB.
Desde luego, fue loable la actitud de los gobiernos durante el periodo de la pandemia para dirigir su gasto al sector salud y ayudar a los sectores vulnerables; sin embargo, las transferencias y los apoyos fiscales debilitaron en sumo grado las finanzas públicas. Además, como lo señala el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el creciente endeudamiento venía ya de años anteriores, originado, entre otros, por los siguientes factores: bajas tasas de crecimiento económico, altos déficits fiscales, depreciaciones de las monedas, gastos presupuestales mayores a los ingresos y sin financiamiento (emisión monetaria).
En la pandemia gastos mayores a los ingresos, originaron, a su vez, dos fenómenos perversos, crisis fiscal y mayor endeudamiento de los gobiernos. Se utilizó deuda para fines anticíclicos, pero poco sirvió porque ante la duración de la parálisis económica, más bien el efecto fue darle un alivio temporal a las empresas y a los desempleados.
Después de la pandemia, las presiones han aumentado, además de la inestabilidad fiscal y las depreciaciones continuas de las monedas, se han sumado más inflación, mayores tasas de intereses, menores posibilidades de incrementar el PIB y la probabilidad de caer en impagos o defaults. Todo en un sentido perverso, porque además se tienen que soportar las evaluaciones de deuda de las empresas calificadoras; lo que restringe las posibilidades de obtener financiamientos o más bien, lo que eleva el costo de los nuevos financiamientos para los gobiernos, bajo el principio de que a mayor riesgo más altas deben ser las tasas de interés.
El BID ha estimado que una deuda pública prudente en los países del área debe oscilar entre 46 y 55% del PIB, ello desde luego, dependiendo de las características internas de cada una de las naciones. Más allá del límite superior del intervalo, se tendrían altos costos financieros que reducirían la capacidad fiscal de los Estados para dirigir los recursos convenientemente a proyectos de inversión y a gastos prioritarios, además de que se reduciría la capacidad de emprender estrategias anticíclicas ante shocks imprevistos o adicionales y de que se inhabilitarían los resortes para amortiguar la probabilidad de caer en situaciones de impago.
Si se considera este margen prudente determinado por el BID, Argentina y Brasil estarían con ratios de deuda sobre el PIB riesgosos, 81% y 74%, respectivamente; en tanto que Colombia con 53%, México con 49% y Chile con 36%, mantendrían niveles de deuda prudentes. (Últimos datos disponibles, varias fuentes).
Aun cuando pareciera una paradoja, debe decirse que otra forma de ver la razonabilidad de la deuda es el mismo acceso a ella, mediante la emisión de bonos y de otros instrumentos. En el caso de México hay factores que han disminuido el riesgo país, entre ellos, el contar con un endeudamiento público prudente; con un déficit público controlable y con un balance primario cercano a “cero” o superavitario; con un tipo de cambio que tiende a ser estable y con reservas internacionales que son más que suficientes para enfrentar los desajustes en el mercado. Todos estos factores concatenados han generado la confianza en los instrumentos de deuda de nuestro gobierno. Sólo se puede ser exitoso en el mercado financiero internacional, reitero, si - como lo observa el mundo financiero y las calificadoras - los grados de riesgo son estables y bajos.
Todo esto requiere de mayor profundidad, pero no hay lugar a dudas: el acceso al financiamiento internacional es más viable si existe razonabilidad de las deudas y un buen funcionamiento económico, caracterizado por la alineación de indicadores clave. Parece que en México las cosas se han hecho bien. Volveremos al tema.