La exitosa marcha multitudinaria es un legítimo triunfo popular y del gobierno. El Informe Presidencial debe festinar lo que sea tal y que ha costado mucho esfuerzo, sin olvidar los grandes pendientes, lo que debe enmendarse y los vacíos por cubrirse en la acción de gobierno. Evadir pues el triunfalismo llano.
Consigno un error de escritura en la columna anterior a esta: la Constitución del México republicano le otorgaba al Presidente de la República la facultad de expulsar a los extranjeros de manera sumarísima, pero aparece la fecha de 1936, NO, fue una facultad inscrita en dicha norma suprema desde 1836. Resulta importante la corrección porque estas columnas periodísticas se proponen consignar el entorno histórico y los hechos que testimonian la larga tradición mexicana de racismo y clasismo como formas predominantes de discriminación hacia los extranjeros y mexicanos (la primera), y en especial hacia los propios mexicanos de una condición diferenciada (la segunda).
Sería muy larga y compleja por razones de espacio una narrativa que explore las primeras manifestaciones del fenómeno, que las tenemos en una versión primigenia en el trato que los mexicas otorgaban a los pueblos dominados, y con absoluta claridad durante la sociedad colonial, conformada y consignada jurídicamente en lo que algunos historiadores llamaron la “República de Indios” y la “República de Españoles” (E. Semo). Por tanto, encontramos estos hechos y procesos bien posicionados y extensos durante toda la etapa de formación del Estado Nacional en las décadas de la post-independencia y durante el régimen porfirista.
Ya para tales tiempos esta forma de pensar y entender la sociedad nacional en desarrollo (ideología) conformaba una “herencia colonial” (pero no solo). Porque el racismo y clasismo fueron propios de los españoles aún antes de vencer en las batallas por el dominio de la gran Tenochtitlán y sus tributarios en todo el Valle de Anáhuac; los propios Huey Tlatoani de esta Ciudad Estado trataban con severa discriminación a sus adversarios vencidos y dominados, convertidos en tributarios. A la llegada de los españoles se empezaban a desarrollar formas de esclavitud en la sociedad mexica, típicas de una evolución hacia una estructura de clases, propia del clasismo (Salmerón, 2021), y que desarrollan en alguna medida los colonizadores en los 300 años de su dominio. Recordemos: Hidalgo rompiendo las cadenas de la esclavitud.
Durante el Porfiriato estamos situados ya en una sociedad de clases perfectamente diferenciadas al seno de una economía capitalista que predominaba a pesar de la enorme heterogeneidad de la estructura socioeconómica, clases que cruzaban “los muchos México” existentes. Estos implicaban expresiones culturales múltiples, y también variados perfiles físicos, étnicos, raciales, lingüísticos producto de la mezcla genética de españoles diversos también (provenientes de distintas regiones) con la gran heterogeneidad indígena en lo regional/local asentada en el territorio mesoamericano. Predominaba en más de la mitad del territorio el mestizo (genéricamente entendido, porque la posición económica-social del mismo era diversificada), pero aproximadamente un tercio era indígena.
Según algunos especialistas, más que categorías étnicas perfectamente definidas, se sobreponían a ello los factores de homologación socio-cultural, no tanto los biológicos. Porque en todos los grupos étnicos y raciales se produjo lo que Alan Kinight (2016) llama “proceso de aculturación”. Además, en general, casi ningún grupo social pudo abstraerse a las relaciones mercantiles (ni comunidades, ni regiones, ni localidades) que habían crecido intensamente desde la Colonia, mutadas en las haciendas, en los enclaves exportadores (a veces eran uno solo) y en las factorías textiles, metalúrgicas, y en las minas del norte y centro de la República, en relaciones capitalistas.
Decíamos que el racismo y el clasismo, en sus variantes expresivas son formas de discriminación que afectan la cohesión nacional y se convierten en factores de división subjetiva. Porque la estructura socioeconómica genera divisiones reales, objetivas. El peso de la herencia colonial era muy grande la cual el pensamiento político-social y cultural conservador, incluyendo el eclesiástico, aceptaban convertidas ellas en fuerza social de preservación. En suma, el racismo y el clasismo son dos caras de una misma moneda. O dos caras de la idiosincrasia conservadora y reaccionaria. No conciben el ser propio junto al ser distinto. Lo propio debe negar lo diferente.
Agustín Basave en su estudio sobre la “Mexicanidad” (2010) afirma: “no pienso que todos nuestros problemas sean herencia de España, sino que su ethos trocó en pathos cuando se mezcló con el de los naturales y con la circunstancia que parió y mantiene viva la correlación entre raza y clase que divide a México” (p.28). Es decir, por lo antes dicho, el clasismo tiene un componente objetivo y otro subjetivo. Este último es mucho más ideológico-cultural que fundado en una posición de clase al interior de nuestra estructura socioeconómica. Es un pensamiento social, una forma de concebir la existencia personal y las relaciones sociales. En nuestros días y aún antes, esto es ya perfectamente transparente, comprobable. Dice la sabiduría popular: “el peor enemigo de un mexicano pobre es otro mexicano pobre que se siente de otra clase”, y que no piensa y actúa como un mexicano pobre. Aunque la discriminación abarca a todos los grupos: mujeres, homosexuales, empleados, etc. Todos violentados en diversas formas y momentos.
Dentro de este pensamiento clasista, la discriminación se vuelcan hacia las etnias, los grupos raciales y las clases y estratos sociales subalternos, sobre todo aquellos situados en la base de la pirámide social del ingreso nacional, en los dos primeros (I y II) deciles, los más pobres de la sociedad en participación en el Ingreso Nacional, para decirlo técnicamente. El pensamiento de la reacción ultramontana siempre lo ha sostenido y expresado como parte de su modus vivendi y modus operandi, que incluye la violencia física y la violencia social. Por ello indefectiblemente el racismo y el clasismo están orgánicamente ligados a la injusticia social, a la concentración de la riqueza (el 20% de las familias concentra el 50% de la riqueza total) y a la impunidad legal y política.
Y en México los grupos sociales sumidos en la más abyecta pobreza –entre otros-, de los 80 millones que engendraron los modelos de desarrollo anteriores, son los indígenas, que suman unos 8 millones de mexicanos. Y desde la etapa post independiente, el pensamiento conservador ha considerado a estos grupos sociales (clases y estratos) como una retranca para el progreso social, no como un subproducto de las graves deformaciones de nuestra construcción histórica, socioeconómica e institucional, de las herencias nefastas, y del predominio de los intereses de clase de una rapaz oligarquía mexicana-extranjera, saqueadora, corrupta y represiva.
Así, esta doble discriminación (por ser indígenas y mestizos y por ser pobres y marginados) impregna el conjunto de las relaciones sociales (aunque ya no estén consignadas en los textos legales) entre los mexicanos y de la sociedad con el Estado, a pesar de una educación pública más o menos inclusiva, y de un discurso político desde el poder del Estado “indigenista”, pero mucho más demagógico que real. Incluso, ello ha permeado una parte de las relaciones sociales y políticas internacionales hacia estos mexicanos (pensemos en los inmigrantes de origen indígena o de piel obscura, o pobrres en EU), por ejemplo. Así la división entre los mexicanos de la que habla Agustín Basave tiene una raíz y un desarrollo histórico perfectamente rastreable y entendible, pero impuesta por los grupos sociales dominantes.
¿Quiénes son? En el vértice: los extranjeros y descendientes pudientes, los criollos oligárquicos y los mestizos adinerados y empoderados. La inmensa masa mestiza e indígena tienen negado el éxito económico y social. Luchan. Porque en el México de hoy no sólo hay racismo y clasismo en detrimento y afectación del filo indígena, sino también del filo mestizo. Clase y raza actuando como dos grandes barredoras de la cohesión nacional para emprender grandes objetivos nacionales de superación y distribución de la riqueza. Es un signo de predominio oligárquico. Hoy se lucha en distintos frentes por abatirlo. La lucha es de largo plazo.